Por Juan José MATEO. Licenciado en Historia. Miembro del instituto de Estudios Fueguinos
“Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado. […] Era el nadie y el sin nada, en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por la misma verdad que una sola palabra traducía”.
Scalabrini Ortíz
Desde el retorno a la democracia en diciembre de 1983 en nuestro país, cada 17 de octubre el peronismo reaviva la liturgia del Día de la Lealtad, conmemorando en las calles la imponente movilización del 17 de octubre de 1945, aquella jornada en la que la más grande masa heterogénea de trabajadores argentinos que recuerde la historia del siglo XX salió a manifestar su rechazo por la detención y alejamiento del Gobierno del entonces coronel Juan Domingo Perón.
Desde ya que el país ha tenido otras movilizaciones sociales heterogéneas, es decir, que llegaron a participar en ellas sectores de diversa procedencia laboral, étnica y fenotípica, como las manifestaciones de obreros y estudiantes durante el cordobazo y el rosariazo en 1969, el viborazo cordobés de 1971 o la rebelión callejera durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 en Plaza de Mayo y otros puntos del país, que contaron con la unión de piquete y cacerola.
Lo cierto que desde aquel 17 de octubre en el mismo momento en que nació el peronismo como movimiento histórico, surgió también un antiperonismo acérrimo y visceral, que algunas investigaciones históricas colocan como un elemento no menor en la posterior constitución de la identidad obrera argentina en su relación con el liderazgo de Perón.
De hecho, la férrea identificación de los trabajadores con el Perón de la Secretaría de Trabajo y Previsión no fue automática en momentos previos al 17 de octubre de 1945 y ésta no terminó de cristalizar hasta la confirmación definitiva de la coalición electoral que llevaría al triunfo peronista en febrero de 1946. Sí, en cambio, sería notorio el vació de contención hacia las centrales obreras luego de la ausencia de Perón a partir de su renuncia y alejamiento del Gobierno el 9 de octubre. Veamos entonces qué es lo que ocurría por aquellos días.
Una semana de tensiones
En efecto, desde el momento de la renuncia de Perón, la patronal y los sectores opositores se mostraron inmediatamente arrogantes ante las demandas obreras. El 13 de octubre Perón fue detenido y se especulaba con su inminente fusilamiento. Cuando a partir del 15 de octubre los trabajadores van a cobrar su quincena, amplios sectores de la patronal deciden no pagar el feriado del 12 de octubre, un derecho que habían adquirido los obreros a instancias de la acción política de Perón. Por si fuera poco, los administrativos o empresarios encargados de proporcionar la paga se mofaron de los trabajadores diciéndoles que si querían percibir el feriado que se lo «vayan a cobrar a Perón». Los sindicatos reaccionaron ante la afronta pero cuando se dirigieron al Estado para obtener una reivindicación por el destrato y hacer cumplir la Ley requiriendo la validación de las conquistas y derechos obtenidos durante la gestión de Perón, no encontraron autoridades ni funcionarios que los defiendan.
Ante la ausencia de contención no les queda alternativa que organizar un paro general que será concebido para el 18 de octubre hasta que una facción de los trabajadores propone una movilización para el día 17, en apoyo a Perón. Un dato no menor, lo constituye el acta de la CGT del día 16 en la que se demuestra la división de los sindicatos: los ferroviarios expresan su disconformidad contra las medidas de lucha propuestas, pero pierden la votación.
Puede apreciarse entonces que la masiva identificación de los trabajadores con Perón se debe también a la ofensiva de los sectores opositores a la acción política de éste, que en definitiva amenazaba los logros que el coronel había materializado para la clase trabajadora en general. Desde ese momento y por sobre todo, a partir del 17 de octubre de 1945, el peronismo implicó la división de la sociedad argentina en una dicotomía que funciona hasta nuestros días con mayor o menor intensidad según las épocas: peronismo y antiperonismo.
Ni nazis, ni fascistas: peronistas
Una revisión de los protagonistas de la jornada del 17 de octubre de 1945 también arroja luz sobre dos prejuicios muy extendidos sobre los orígenes del peronismo. El primero de ellos, es la identificación del peronismo con el fascismo y el nazismo. La realidad demuestra que tanto el fascismo como el nazismo surgieron de movimientos políticos previos a la conquista del Gobierno, en acciones militares paraestatales, que incluyeron una violencia política inusitada en las calles, asaltando literalmente el poder e imponiendo violentas dictaduras al margen de cualquier proceso legal.
Por el contrario, el surgimiento del peronismo está dado por una movilización cuasi espontánea, de sectores obreros y medios de trabajadores, que hasta último momento mantuvieron diferencias en cuanto a la estrategia política a seguir. Además, como veremos en el siguiente apartado, su composición étnica y procedencia social, será multipolar. El 17 de octubre y posteriormente, un sector importantes de trabajadores de procedencia judía, apoyarán al peronismo. ¿Alguien puede imaginar o justificar el mínimo apoyo de un solo judío en Argentina si realmente se demostrara que Perón profesaba la ideología nazi?
Entonces, a diferencia de lo ocurrido en Europa, el peronismo surge para defender conquistas que el propio Estado a instancias de un Gobierno ha otorgado a los trabajadores. El 17 de octubre, lejos de significar una manifestación violenta de asalto al poder, constituye un movimiento espontáneo multisectorial y multiétnico, que luego confluye en un proceso electoral constitucional que decanta hacia el triunfo de Perón en febrero de 1946.
«Era el subsuelo de la patria sublevado»
La potente y romántica frase la escribe Raúl Scalabrini Ortíz en 1948 mientras explica la composición social que protagonizó aquel 17 octubre de 1945. Scalabrini nos habla de una masa de trabajadores que cubre diversos sectores sociales y étnicos, no únicamente los «típicos» «cabecitas negras» del interior y «los grasitas» de la Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires, que en deliberado «aluvión zoológico», fueron capaces de lavarse las patas en la fuente de Plaza de Mayo.
Desde ya que esas peyorativas denominaciones fueron acuñadas por la oposición y la oligarquía, aunque el peronismo las supo utilizar para reafirmar la procedencia popular y plebeya de su movimiento: los negros, los gracitas, los cabecitas, los descamisados. Particularmente esta última, la de «descamisados», cobrará particular resignificación en la liturgia oficial peronista.
Leamos a Scalabrini Ortiz: » Inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres. […] Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de brea, de grasas y de aceites. Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridionales europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún».
Y prosigue: «Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado. […] Era el nadie y el sin nada, en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por la misma verdad que una sola palabra traducía».
Citamos particularmente a Scalabrini Ortíz porque su testimonio nunca desmentido, abre líneas de apreciación que rompen los estereotipos malintencionados que pretenden describir el surgimiento del peronismo como un movimiento de “cabecitas negras” que dividió al país en dos, manipulado por un líder sin escrúpulos que se valió de la demagogia para asaltar el poder.
Desde entonces, el fenómeno del peronismo ha despertado candentes debates intelectuales, pero eso no justifica que se lo conciba desde el prejuicio de la alteridad de una Argentina que en aquellas épocas se soñaba como “blanca y europea”. En ese sentido, el 17 de octubre evidenció la existencia de “otro país”, hasta el momento en las sombras de los poderes fácticos y del status quo político.
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