Son ocho páginas que relatan parte de las experiencias del veterano de guerra Jorge “Beto” Altieri durante el conflicto del Atlántico Sur. En 2019, el casco con el que combatió en Monte Longdon había vuelto a sus manos. Quién es el militar inglés que tenía el documento, cómo lo halló y cómo lo devolvió. “Tocar ese papel es tener mi historia conmigo”, le dijo Altieri a Infobae
De a poco, Jorge “Beto” Altieri (60) va armando su propio rompecabezas de Malvinas. Hace cuatro años, en 2019, recibió emocionado el casco con el que combatió en Monte Longdon, la batalla más sangrienta del conflicto, que lo salvó de una muerte segura. Ahora, es el diario que escribió en las islas, en el que reflejó, a los apurones, su vida en medio de las bombas, el frío, el hambre y el deseo de volver a ver sus padres. Había quedado en el escenario trágico de un combate donde murieron 31 argentinos y 20 británicos. Abandonado y a merced del viento implacable de las islas
Son ocho páginas escritas de anverso y reverso en birome azul, en mayúsculas, a veces en diagonal, con la letra por momentos grande y otros chiquita, como queriendo ganarle espacio al blanco de las primeras hojas del libro “Sasquatch, enigma antropológico”, de Renzo Cantagalli, editado por A.T.E. en el año 1979. “Beto” aprovechó cada milímetro de la portada, anteportada, presentación e índice de la obra. “Como podés ver, hay muchas faltas de ortografía. Hay palabras que ni yo entiendo ahora”, le cuenta risueño Altieri a Infobae.
“Beto” Altieri, nacido en Banfield el 4 de marzo de 1962, vivía en Lanús cuando fue convocado a Malvinas. El viernes 9 de abril de 1982 tenía 20 años cuando le llegó la citación del Regimiento 7 de La Plata. A los pocos días viajó hacia las islas: “El martes 13 salimos del Regimiento 7 hacia Palomar. Cuando llegamos, nuestro jefe dijo, ‘de acá no partimos hasta que sea el 14, porque el martes 13 ni te cases ni te embarques’. El 14 a la madrugada volamos a Río Gallegos. Esa misma mañana salimos para Malvinas pero volvimos porque un Fokker se había salido de pista. Así que el 15 cruzamos a las islas”.
Recuerdos de la guerra
El diario comienza, precisamente, con el relato de por qué comenzó a escribir sobre un libro. “El jueves 15 de abril de 1982 tomé por prestado este libro del aeropuerto de Río Gallegos, dos horas antes de partir con rumbo hacia las Islas Malvinas…”. Hoy, le explica un poco más a Infobae: “A mi desde chico me gustaron las cosas paranormales, como la psicofonía. Y cuando vi este libro sobre el Yeti, dije ‘esto es lo que nos gusta a mi y a mi hermano más grande, Juan Carlos’. Pero siempre tuve la intención de devolver el libro”.
También recuerda que no comenzó a escribir el mismo día de la partida, sino que lo habrá hecho “el 17 o el 18″. Por eso, luego de la llegada, narró: “Emprendimos una larga marcha, la cual empezó a las 12 hs. y terminó a las 18,30 hs. Caminamos aproximadamente 20 km. hasta llegar a una escuela en la cual racionamos en caliente y pasamos la noche un poco mojados, pues en la marcha había empezado a llover…”
Más tarde relata la llegada al Monte Longdon, las dos latas de “ración fría” que el jefe, el subteniente Juan Domingo Baldini, les hizo comer y lo que debieron acarrear hasta sus posiciones. Luego, el escrito describe el lugar donde le tocó estar, y se detiene en el 1ero de mayo, cuando comenzaron los bombardeos. “A las 5.30 hs. cambió el destino de nuestras vidas porque empezó el ataque aéreo del enemigo. Nos despertamos con un fuerte estallido y después con “¡alerta roja!” y salimos todos de las posiciones y veníamos como en aeroparque (sic) de Malvinas se iniciaba un violento combate y nuestra artillería antiaérea ponía fuera de combate a 4 aviones ingleses, 3 en el mar y uno cayó a tierra espectacularmente…”
El clima de la narración de aquel joven de 20 años, a partir de ahí, cambia: “Estábamos salvados por la gracia de Dios pues habíamos estado caminando por los campos minados. Los días pasan sucesivamente con ataques de la artillería naval y aviación de ellos. Llegó el 19 de mayo y todavía estamos aquí, sufriendo una gran desesperación por no tener noticias de mis padres a los que ahora me doy cuenta cuánto que los amo y los extraño…”.
A veces, la impotencia hacía aflorar una bronca que cambió por valor cuando el 11 de junio comenzó el combate de Monte Longdon: “Hoy 20 amaneció como los días en estas putas islas en las cuales no vale la pena derramar tanta sangre. Estoy metido en la carpa pues el pozo se llenó de agua. Estoy solo, Darío fue a buscar las marmitas y me dejó su fusil, casco, correaje, granadas… mas lo mío. Recién se acaba de ir el cabo 1ero Diaz y me dijo que teníamos para 20 días más y que cobraríamos 250 palos + o -, con esa plata podré compar una cocina nueva como regalo para mamá”.
También la comida -y en consecuencia el hambre- pasó a ser un tema central en los relatos. “Hoy sábado 22/5/82 conseguimos algunas tripas de oveja y un pedazo de grasa, la cual derretimos y comimos el chicharrón. Con la grasa freímos las tripas y el bofe, el resto lo comimos a las 11 hs y a las 2 de la tarde vino la radió de media marmita de arroz con una galletita oficina (Sic) la cual la guardé hasta las 5 de la tarde y la comimos untada con la grasa que quedaba del mediodía y después hicimos los turnos de guardia…”
Por fin, el 22 de mayo tuvo una gran noticia, que contó un día después: “Hoy domingo 23/5/82 desayunamos ½ tarro de mate y esperamos la comida. Ayer recibí dos cartas, una de mi mami y otra de Alicia (Nota: una abogada amiga de la madre) y me alegré mucho de que todos estén bien y se preocupen por mis padres, pues es lo más grande que tengo en la vida. Para dejarlos más tranquilos, hoy les mandé un telegrama diciendo que estoy bien…”
El 24, cuenta un episodio con el subteniente Baldini, por el que califica de “peor calaña” a algunos de quienes están con él en Monte Longdon: “Al subteniente le han robado una lata de dulce de batata con chocolate que pensaba repartir el día 25…” Y también, la esperanza por pegar la vuelta a casa: “Lo único que esperamos es que la nueva bola que se corre que es el día 9/6/82 tenemos que estar en el regimiento pues a los soldados nuevos se les termina la licencia que tenían y tienen que prepararse para la jura de la bandera, y espero que esta vez se haga realidad pues no aguanto más. Aquí en esta soledad de la montaña la única cosa en que se está pensando continuamente es en la familia y en comer millares de cosas cuando regrese a casa”.
La necesidad de expresarse está patente: “Se extraña mucho, cada día necesito más el escribir en este libro pues pareciera que me estuviera desahogando al expresar lo que siento. Todo esto parece una pavada pero yo les aseguro que no es nada lindo estar separado de sus seres queridos por 60 días…”
El 25 revela que “aquí empecé a fumar, no mucho pero si de vez en cuando el subteniente no da los cigarros, que esto sucede una vez cada semana. Espero regresar a casa y dejar de hacerlo”.
Algunos párrafos dejan de tener la precisión de una fecha: “Ya tengo las dos cartas de mi hermano Juan y me dice que soy tío de nuevo de una nena, me alegro mucho tener esas cargas…”
“Para las cuatro de la tarde nos enteramos de que si se producía un cese de hostilidades de 7 días el general podía hacer el relevo de las tropas de la 10ma. Brigada a la cual pertenezco. Y el Papa estaba por ir a Inglaterra y luego a la Argentina. Hoy mandé una carta a mis padres contándoles algo de aquí y pidiéndole una encomienda, pero yo espero llegar antes que la carta”.
A comienzos de junio, el tono con el que escribe, la letra más desprolija y lo breve de cada descripción marcaba que la tropa sentía que el combate estaba próximo: “1/6/82, anoche cañonearon la zona, hoy a la mañana se esperaba un ataque pero no pasó nada, lo único son las baterías navales… Hoy me cambiaron al compañero de carpa y me pusieron uno que no vale la pena gastar tinta. A Darío (González, con quien aún se habla por teléfono) lo extraño mucho pues él es como mi hermano, aquí nos contamos cosas y planeamos juntos muchas salidas que las vamos a realizar, si Dios nos ampara, allá…”
La comida se volvió, en un punto, un tema recurrente: “Después de haberme comido las latas me agarró una diarrea tremenda. Anoche en el turno que me tocaba dormir empiezan con que a 300 metros había enemigos y tuvimos que estar los 2 apostados toda la noche. Hoy amaneció sin novedad, con neblina y nublado. Mi nuevo compañero fue a buscar galletas que según él había escondido cerca del carro aguatero. Trajo un puñado del cual me dio dos y dos bolsas de sal gruesa. Ya para la hora de la comida nos fuimos yo y dos más al rancho para ver si comíamos ahí y después en la sección o sea dos veces, pero nos nos quisieron dar. Cuando regresamos estaban por comer y nos repartieron un turrón, una pastilla y dos galletitas de la cual el hijo de puta del cabo 1ero. me dio una y media…”
Ahí se termina el diario. Quedó media página en blanco. Hoy, Altieri intenta recordar por qué dejó de escribir: “Lo último habrá sido el 2 de junio, porque después, el 5 o el 8, cayó una bomba en nuestra posición y al soldado Grillo lo hirió en el brazo. Hicimos la camilla y lo llevamos al camino. Cuando marchábamos pasó un Sea Harrier y el sargento nos ordenó cubrirnos. Yo me tiré encima de mi compañero. La ráfaga cayó un poco más adelante de nosotros, donde estaba nuestro rancho de tropa. Después vino el jeep y lo llevaron. Volvimos a la posición, la carpa estaba toda agujereada, la armamos otra vez, pero me dije ‘basta, suspendé todo’, y dejé de escribir”.
El 11, Altieri combatió con bravura en la batalla del Monte Longdon. Su posición se ubicaba en la segunda olla del cerro. “Cuando no se podía aguantar más, nos cambiamos de lugar, más abajo del monte. Nos encontramos con una ametralladora MAG del regimiento 1 de Patricios. Apareció el sargento Jorge Alberto Ron y pidió voluntarios para subir nuevamente al monte. Nos ofrecimos 2, Fernández Brito y yo y avanzamos”. Cuando avanzaba, un disparo de mortero mató al sargento Ron y las esquirlas hirieron a Fernández Brito en las piernas y en la cabeza a Altieri. Lo salvó de morir el casco que recuperó en el 2019. Perdió tejido de la parte izquierda del cerebro, su ojo izquierdo -hoy tiene una prótesis-. Estuvo internado en el hospital de Malvinas hasta que regresó en el último Hércules que abandonó las islas, justo antes de la rendición. Luego quedó en coma en Comodoro Rivadavia y, ya en Buenos Aires, estuvo en el Hospital Militar. Quedó con secuelas de movilidad en brazos y piernas.
Al regresar de las islas, trabajó como vendedor ambulante y luego en PAMI hasta que se jubiló. También lo ayudaron. Recuerda a Amalita Fortabat, que le pagó una operación para poder recuperar la audición.
Hoy Beto está casado, tiene dos hijos, vive en San Vicente, provincia de Buenos Aires y regresó tres veces a Malvinas. Recorrió su posición pero no halló nada. “Pensé que nunca iba a encontrar ese libro. Hay cosas fuertes que escribí, el insultar a un cabo por darme media galletita menos. Era tanta el hambre que teníamos, que eso era motivo…”, justifica hoy.
El largo viaje del diario de Beto
Este sábado 4 de febrero, Infobae publicó la historia de la carta que envió desde las islas, pero nunca llegó, del soldado Oscar Bauchi, que fue llevada a Inglaterra, subastada y adquirida por un coleccionista británico. El que lo alertó fue Agustín Vázquez, un apasionado del tema Malvinas. Él fue quien le consiguió a Altieri las páginas sueltas de su diario. “Yo tengo un gran interés por todo lo referido a Malvinas y las historias personales de los combatientes tanto argentinos como ingleses. Para mi son memorias de lucha, entrega y patriotismo que no se deben olvidar”.
Por medio de las redes sociales, Vázquez se relacionó con algunos veteranos de guerra británicos. “Muchos de ellos, con historias tan interesantes y sacrificadas como las de nuestros propios soldados”, acota. Uno de ellos es Bryn Whyte, quien era oficial del Cuerpo de Ingenieros del Ejército Británico. Este oficial -cuenta Vázquez- cumplió varias misiones en las islas, pero “básicamente se dedicó al desminado y desactivación de explosivos dejados en los campos de batalla y otras zonas que rodeaban Puerto Argentino”.
Así, en esa tarea, Whyte dio con las páginas que hoy atesora Altieri. Continúa Vázquez con la reconstrucción del largo camino del diario: “En Julio de 1982, a Whyte le tocó ir a Monte Longdon, un mes después de haber finalizado el encarnizado combate que tantas bajas dejó en ambos bandos. A medida que Bryn iba revisando la montaña en busca de minas o artefactos explosivos, se topó con una posición que había sido ocupada por tropas argentinas del Regimiento de Infantería 7. Allí encontró un libro, ‘con varias páginas que parecían volarse por el viento’, según sus palabras. Lo revisó y sin detenerse mucho las arrancó para ponerlas en una bolsa plástica y seguir con su tarea”.
En esa posición, supo después, había combatido Jorge “Beto” Altieri.
A mediados de 2020, en medio de la pandemia y 38 años después de finalizada la guerra, Bryn Whyte le envió a Vázquez un mail con las fotos del diario. Le explicó dónde lo había hallado y le pidió si había posibilidades de encontrar al soldado que lo había escrito, para devolvérselo. “En caso que hubiera fallecido, quería dárselo a su familia”, cuenta Vázquez.
El principal problema era que las páginas del diario no tenían el nombre del autor. Iba a ser una tarea difícil dar con él. Y así fue: a Vázquez le llevó más de dos años dar con Altieri. “Comencé a indagar con otros veteranos del Regimiento de Infantería 7 que estuvieron en Monte Longdon, les pregunté si recordaban algún camarada que haya escrito en las posiciones, o que haya mencionado que tenía un diario personal. También consulté al Coronel Carlos Carrizo Salvadores, el 2º Jefe del Regimiento y encargado de las tropas en Longdon, pero no recordaba nada de ello”.
Las chances se agotaban, pero el empecinamiento de Vázquez y su amor por Malvinas dio sus frutos. “Me topé con la ayuda de un veterano de la misma unidad: el soldado Gustavo Guillermo Córdoba. Fue determinante para hacer un análisis más fino y minucioso de algunos detalles que se leían en el diario. Algunos nombres de personas eran mencionadas; fragmentos que únicamente podrían ser entendidos por quien lo había escrito en 1982. Eso fue clave para indagar a ‘Beto’ Altieri y sacarnos la duda si esas hojas habían estado en su poder y si, efectivamente, él era el autor”.
Cuenta Altieri que “en lo que escribí, en ningún lado dice mi nombre. Pero un día del año pasado estábamos en una reunión por el compañero veterano Omar Brito, muerto por un francotirador en Malvinas, del que no se conoce el destino. Un soldado que estaba ahí empezó a preguntar si alguien conocía a un veterano de apellido ‘Alviri’… A los dos o tres días, otro compañero, de apellido Córdoba, me dijo que un muchacho de Santa Fe había hecho contacto con un inglés, si sabía de un diario, y me empieza a leer las hojas que podía entender. En una parte dice que el cabo Carrizo había ido a buscar cosas abajo y volvió… y yo había ido con él. Pero cuando empezó a leer la parte de familia y la comida, nombra que ‘la mujer del hermano Juan había tenido una hija, que que la cuñada Caty hacía unas ricas bombas de crema’. Entonces le dije, ‘¡ese soy yo, boludo!’. Y le anticipé que decía que ‘la Mary hace una rica pasta frola, que Diana hace unas empanadas de queso con choclo riquísimas’… Y me confirmó… Le dije ‘esas son mis cosas, ¿donde están?. Las tiene un inglés”.
Vázquez, por su parte, luego de asegurarse que el diario pertenecía a Altieri, se comunicó con él. “En un principio íbamos a viajar a Inglaterra para encontrarnos personalmente con Bryn, pero por diversas razones esto no pudo concretarse. El veterano britanico decidió enviarme por correo el diario de Beto, que recibí el 29 de Diciembre de 2022″.
El 19 de enero de 2023, Vázquez viajó a Buenos Aires para reunirse con Altieri y cumplir con la misión que se había impuesto. Dice que entre lágrimas y con voz apagada, Beto solo atinó a decirle “Muchas Gracias por esto”. Después de casi 41 años de espera, se había reencontrado con una parte suya que había quedado en Monte Longdon.
“Beto” Altieri cuida su diario: plastificó cada página. Para él, conservarlo significa “tener prendida la llama de la gesta y el respeto al soldado británico, a quien me gustaría conocer, que lo tuvo en su poder y me lo entregó sin cobrar un peso, ni siquiera las estampillas. Cuando lo tomé en mis manos sentí un escalofrío, porque son pocas hojitas, pero para mi tienen mucho valor. Poder tocar el papel ese que escribí en aquellos meses de mayo y junio es recordar lo vivido con cada uno de mis compañeros, y tener parte de mi historia conmigo”.
(Fuente Infobae)
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