El 7 de febrero de 1942, el piloto naval Eduardo Lanusse realizó el primer vuelo antártico de un avión argentino. Una década después, la Armada Argentina logró unir Sudamérica con la Antártida en una histórica misión aérea.
La Antártida Argentina forma parte del patrimonio cultural e identitario de cada ciudadano de nuestro país, desde la infancia misma, cuando en las aulas se trabaja con la silueta cónica de un territorio que se sabe lejano, gélido y propio. En concordancia, forman parte del calendario de conmemoraciones fechas como el 22 de febrero, Día de la Antártida o el 21 de junio, en que se alude al Día de la Confraternidad Antártica. Para ilustrar a nuestros lectores sobre la historia de aquel pedazo de suelo en el que un grupo de civiles y militares a diario ratifican soberanía con su presencia, Diario Prensa Libre invitó al especialista en temas antárticos, docente y militar retirado, Alejandro Bertotto, a compartir sus conocimientos. |
El 7 de febrero de 1942, el piloto naval TN Eduardo Lanusse, acompañado por Erik Bolmquist, mecánico de aviones, realizó un histórico vuelo en la Antártida. A bordo de un biplano Boeing Stearman 76D-1, al que se le adaptaron flotadores, Lanusse despegó desde el ARA 1º de Mayo, que había transportado la aeronave hasta la isla Decepción, en la Antártida. Con este vuelo, Lanusse se convirtió en el protagonista del primer vuelo antártico de un avión argentino.
Diez años después, el 7 de febrero de 1952, la Armada Argentina alcanzó otro hito histórico en la aviación antártica. Dos aviones anfibios PBY-5A Catalina de la Fuerza Aeronaval realizaron el primer vuelo desde América del Sur, específicamente desde el aeropuerto de Río Grande, Tierra del Fuego, hasta la isla Decepción en la Antártida.
Este vuelo inauguró el servicio de Aeroposta Argentina hacia el continente blanco, un avance que marcó un hito en la aviación mundial. Por primera vez, Argentina logró enviar correspondencia aérea desde el sur del continente americano a su territorio antártico.
El vuelo de los marinos, que sobrevolaron el Cabo de Hornos, el Pasaje Drake y la Isla Snow, culminó en el amerizaje en Puerto Foster, Isla Decepción, tras casi seis horas de vuelo desde Río Grande.
La operación aérea fue posible gracias a un equipo de trabajo compuesto por los aviones Catalina 3-P-5 y 2-P-3, apoyados por una tercera aeronave en tierra. Los aviones partieron desde la Base Aeronaval Espora hacia Río Grande, desde donde despegaron para concretar su exitoso viaje a la Antártida.
Además de las aeronaves, participaron de la misión las fragatas ARA Hércules y Sarandí, que, al atravesar el Pasaje de Drake, proporcionaron informes meteorológicos y emitieron señales de radio para los radiocompas de los Catalina.
Para garantizar el éxito de la operación, los aviones fueron equipados con tanques suplementarios de combustible, lo que les otorgó mayor autonomía, además de radares de exploración y dos sistemas auxiliares que el piloto activaba para aumentar la potencia de los motores en caso de ser necesario.
Tras cumplir la misión en Base Decepción, las aeronaves iniciaron su vuelo de regreso, con escala para reabastecimiento de combustible en Río Grande.
Al arribar a Buenos Aires, la conexión entre el continente antártico y Sudamérica, específicamente con la ciudad de Buenos Aires, se convirtió en un hecho mundialmente significativo.
Las autoridades nacionales recibieron a los aviadores con entusiasmo y reconocimiento, celebrando el logro de esta histórica hazaña de la aviación naval.