La Antártida Argentina forma parte del patrimonio cultural e identitario de cada ciudadano de nuestro país, desde la infancia misma, cuando en las aulas se trabaja con la silueta cónica de un territorio que se sabe lejano, gélido y propio. En concordancia, forman parte del calendario de conmemoraciones fechas como el 22 de febrero, Día de la Antártida o el 21 de junio, en que se alude al Día de la Confraternidad Antártica.
Para ilustrar a nuestros lectores sobre la historia de aquel pedazo de suelo en el que un grupo de civiles y militares a diario ratifican soberanía con su presencia, Diario Prensa Libre invitó al especialista en temas antárticos, docente y militar retirado, Alejandro Bertotto, a compartir sus conocimientos.
Año 1993, Base San Martín. El Twin Otter T-85 de la FAA, bautizado “El Águila”, por los antárticos, llegó con correspondencia y encomiendas de nuestros familiares. Recuerdo que hicimos todos los preparativos para que la aeronave pudiera anevizar sobre el mar congelado frente a la base. Antes nos había invadido la tensión previa al anevizaje, ya que además sería la única visita que tendríamos en la invernada. Momentos después todo era alegría y celebración, abrazos y el bautismo con el brindis correspondiente con los tripulantes por haber cruzado el círculo polar antártico. Y mientras tanto subía la temperatura hasta superar los 0ºC. Había que despegar cuanto antes…. El suelo helado ya se había convertido en una masa espesa y pastosa, sobre la que el T-85, pese al rugir desesperado de sus exigidos motores, no lograba tomar la velocidad necesaria para poder elevarse. Decidimos entonces buscar un lugar con más espacio para la carrera de despegue y en eso estábamos cuando una grieta marina se abrió en la nieve, atrapando el tren de aterrizaje de “El Aguila”. La sorpresa, la angustia, la desazón y la necesidad de salvar al pequeño avión nos invadió a todos.
Sin perder tiempo los mecánicos trabajaron a destajo, el médico de la base “curó” con algodón y tela de encintar los planos del pájaro de metal herido para devolverlo a la vida, mientras todos los demás dejábamos el alma para sacar a nuestro noble visitante de su mortal trampa.
Por fin, emocionados, vimos elevarse en el cielo a “El Aguila” desde la base San Martín para llegar horas después, en un vuelo plagado de vibraciones, a su asiento en base Marambio.
El ave partió con el mínimo necesario de combustible y sin carga, y en condiciones extremas en que sólo en tales circunstancias se podía volar. Lo importante era que habíamos logrado que el avión regresara a Marambio y no quedara eternamente sumergido en el fondo del mar de Bellingshausen, como hubiera ocurrido de no haber sido rescatado de esa traicionera grieta. Por sobre todas las cosas la misión fue cumplida y el valor de nuestros pilotos y antárticos una vez más quedó grabado en los hielos del sur del planeta.
Entonces sí pudimos – en paz y sabiendo que todos estábamos al abrigo de nuestras bases- abrir y disfrutar las encomiendas recibidas de nuestros familiares.
Diario Prensa
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