Por Juan José MATEO. Licenciado en Historia – Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos
El 21 de octubre, para muchos fueguinos del lado argentino de la isla grande fue una jornada que pasó desapercibida, pero nuestros hermanos chilenos festejaron un hecho histórico que cumple ya medio milenio. Y esto es así porque hace dos décadas, en el país trasandino se estableció oficialmente el 21 de octubre como el Día de la Región Magallanes y Antártica Chilena, conmemorando ese día en el que, hace exactamente 500 años, el marino portugués Fernão de Magalhães (Fernando de Magallanes) comenzaba la navegación del estrecho que hoy lleva su nombre.
Este hecho de relevancia para la historia universal es quizá uno de los elementos más subestimados de la historiografía fueguina (la del lado argentino, vale aclarar), en la medida que no se ha logrado dimensionar ni encarnar en la población local, la relevancia de la empresa de Magallanes, no desde el punto de vista de crear un héroe al estilo del panteón liberal, sino de destacar la importancia que tuvo este acontecimiento para el posterior devenir de la geopolítica mundial.
Sin perjuicio que una de las arterias más transitadas de la ciudad de Ushuaia lleva la denominación de «Magallanes», el grueso de la población local mantiene una conciencia remota de la obra de este marinero que posicionó a la Patagonia (y a Tierra del Fuego) en el mapamundi a partir de 1520. Tampoco debemos olvidar que Magallanes estaba al servicio de la Corona Castellana y al circunnavegar la Patagonia, reafirmando las posesiones de su majestad ibérica en la zona, fijaba un antecedente histórico para el posterior reclamo de nuestro país sobre las Islas Malvinas. Es verdad no obstante que Magallanes no «descubrió» literalmente una tierra desconocida, porque claro está que la isla estaba habitada por pueblos originarios y que desde las naos y carabelas comandadas por el marino portugués se veían las inmensas fogatas de los indígenas de la Patagonia austral, que luego llevaron al bautismo de estas latitudes como la «tierra de los fuegos».
Pero sí debemos precisar que en momentos de la expansión ultramarina de los pueblos europeos en los siglos XV y XVI, la travesía de Magallanes significó la consumación del proceso de «descubrimiento» (es decir, poner al descubierto algo que ya existía) de un nuevo continente para el ámbito occidental. La Patagonia comenzó a aparecer en los mapas de las potencias europeo occidentales que dominarían el ámbito geopolítico mundial a partir de entonces.
Concluyendo el objetivo originario de Cristóbal Colón
Le tocó a Magallanes terminar el objetivo originario que Cristóbal Colón había trazado con la Reina de Castilla para lograr una ruta alternativa hacia la zona oriental de las especias. Recordemos que con la caída de Constantinopla en 1453 en manos de los turcos otomanos, el eje comercial sobre el Mar Mediterráneo que regulaba el ámbito euroasiático se había dislocado definitivamente y los reinos ubicados hacia el Atlántico debieron trazar planes con el fin de encontrar caminos alternos para llegar al lejano oriente. El desenlace ya todos los conocen. Portugal lo hizo unas décadas antes, bordeando las costas de África. Mientras que Castilla se decidió hacia 1492, a través de la contratación de un marino genovés que partió del puerto de Palos con una nao y dos carabelas.
Claro que Colón no fue más allá del ámbito antillano en Centro América y jamás imaginó en vida que había llegado a una masa continental tan imponente. Hubo que esperar que otros marinos, mercenarios y científicos realizaran gran cantidad de viajes más para dimensionar lo que habían significado aquellos primeros viajes de Colón.
Cuando Magallanes realizó su travesía bordeando las costas del Estrecho que hoy lleva su nombre y en cierto momento abandonó las costas del Océano Atlántico para internarse en el Pacífico, puede decirse que el plan de Colón estaba concluido. Finalmente se pudo terminar de documentar náuticamente un camino atravesando las aguas del Atlántico para llegar al oriente por una ruta alternativa. A fin de cuentas, la expedición de Magallanes logró dar la vuelta al mundo, aprovechando la redondez planetaria.
Una verdadera travesía
Magallanes debió peregrinar incansablemente en las cortes de los reinos europeos para lograr el financiamiento de su empresa. Fue el Rey Carlos I de Castilla (quien al año siguiente, aprovechando el dinero hispano, logró comprar la Corona del Sacro Imperio Romano Germánico y convertirse simultáneamente en el Emperador Carlos V Augsburgo) el que se interesó en concluir el planteo originario del genovés Cristóbal Colón y encontrar el pasaje marítimo que interconectara los dos océanos.
Así fue como Magallanes quedó hace 500 años al mando de una expedición sumamente riesgosa y compleja para llegar navegando desde un puerto hispánico hasta «las Molucas» (la Meca de la especiería oriental) con los adelantos técnicos del momento. No había en esa época un solo mapa que describiera la zona americana más allá de las costas centroamericanas, las Antillas y una parte de los actuales límites atlánticos del Brasil. Nombrado por Carlos I adelantado y capitán general de la «Armada para el descubrimiento de la especería» la historia le tendría guardado un destino tan grandilocuente como trágico.
Pero nada detendría el ímpetu de Magallanes, que había estado enrolado en la Armada Portuguesa durante 8 años navegando el Océano Índico. Es por eso que bautizaron a su empresa «La armada de Molucas». Y luego de muchas ideas y venidas, zarpó el 20 de septiembre de 1519 desde el puerto de San Lúcar de Barrameda (Cádiz), rumbo a las costas meridionales de América.
Inicialmente formada por cinco embarcaciones y más de doscientos navegantes, el periplo de la Armada de las Molucas debió atravesar circunstancias apremiantes. A los cuatro meses de abandonar la península ibérica, la flota fue llegando a América. Recién el 13 de diciembre de 1519 arribaron a la bahía de Guanabara (hoy zona de Río de janeiro). Yendo más al sur ingresaron al Río de la Plata, creyendo que habían encontrado el paso interoceánico pero luego de descubrir que el estuario ingresaba continente adentro, remontaron el río y comenzaron a bordear la costa patagónica. Para marzo de 1520 el viaje se había tornado demasiado extenso. Ya sin provisiones una parte de la expedición se amotinó y una nave se perdió haciéndose trizas en plena desembocadura del Río Santa Cruz.
Cuenta Antonio Pigafetta (geógrafo veneciano que fue parte de la expedición) los embarazosos momentos que pasaron en la travesía: «La galleta que comíamos ya no era más pan sino un polvo lleno de gusanos que habían devorado toda su sustancia. Además, tenía un olor fétido insoportable porque estaba impregnada de orina de ratas. El agua que bebíamos era pútrida y hedionda. Por no morir de hambre, nos hemos visto obligados a comer los trozos de cuero que cubrían el mástil mayor a fin de que las cuerdas no se estropeen contra la madera… Muy a menudo, estábamos reducidos a alimentarnos de aserrín; y las ratas, tan repugnantes para el hombre, se habían vuelto un alimento tan buscado, que se pagaba hasta medio ducado por cada una de ellas. Y no era todo. Nuestra más grande desgracia llegó cuando nos vimos atacados por una especie de enfermedad que nos inflaba las mandíbulas hasta que nuestros dientes quedaban escondidos».
Objetivo cumplido y trágico desenlace
Pero Magallanes fue superando uno tras otros los contratiempos y el 21 de octubre de 1520, hace 500 años, la expedición mermada comenzó a navegar una zona de la mar muy complicada a la que el marino portugués denominó «Estrecho de todos los Santos». Había llegado al tan ansiado paso interoceánico que con el tiempo recibiría el nombre de «Estrecho de Magallanes». Aún hoy cuando los fueguinos tomamos la barcaza para llegar al continente, comprobamos lo complicado que es navegar por la zona.
La parte final de la expedición fue trágica para Magallanes, quien encontró la muerte a manos de los indígenas de la Isla de Mactán (actual archipiélago de Filipinas) el 27 de abril de 1521, seis meses después de haber descubierto el paso interoceánico, de haber logrado dar la vuelta al mundo por primera vez en la historia universal y a unas escasas millas de su objetivo final: «las Molucas».
Finalmente la diezmada expedición terminó al mando del marino ibérico Juan Sebastián Elcano, quien retornó a la Bahía de San Lúcar el 6 de septiembre de 1522.
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