Por Juan José Mateo
Licenciado en Historia – Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos
“Durante una gran parte del siglo XX, el comunismo soviético pretendió ser un sistema alternativo y superior al capitalismo, destinado por la historia a superarlo. Y durante una gran parte del período incluso, muchos de quienes negaban esa superioridad albergaron serios temores de que resultara vencedor”.
Eric Hobsbawm. Historia del Siglo XX
El 7 de noviembre de 1917 se desencadenó la fase final del proceso reconocido mundialmente como Revolución Rusa. En realidad, esta fecha suele prestarse a confusión, pues al momento de producirse la toma del poder por los bolcheviques de Lenin, Rusia estaba regida por el calendario juliano, retrasado 13 días con respecto al gregoriano utilizado por el resto del mundo occidental, por lo que la célebre revolución de “octubre” ocurrió realmente el 7 de noviembre. Luego del triunfo de la revolución social Rusia adoptó el calendario Gregoriano.
¿Por qué es importante? Porque la Revolución Rusa significó la aparición del primer Estado socialista en el mundo contemporáneo. Ocurrió hacia el primer cuarto del siglo XX, un poco más de medio siglo después que Carlos Marx y Federico Engels publicaran el Manifiesto Comunista, el programa político para la conquista obrera del poder controlado hasta el momento por una monarquía aristocrática en decadencia y una burguesía industrial en pleno ascenso.
Si bien los padres del socialismo científico descollaron como pensadores sobresalientes, nunca pudieron consolidar en la práctica los programas políticos que propusieron. La historia tendría reservado ese dulce privilegio para Lenin (Vladimir Ilich Ulianov), verdadero artífice de la Revolución Rusa y una de las mentes políticas más brillantes del siglo.
Si bien Rusia venía de cuatro siglos de autocracia zarista, en un proceso de consolidación territorial hacia el oriente y luego el occidente, sobre fines del siglo XIX, el régimen feudal que sustentaba la monarquía transitaba marcados signos de agotamiento. El malestar del campesinado libre y la servidumbre era notable y en las incipientes ciudades industriales las condiciones de vida del proletariado industrial eran paupérrimas. Sobre el comienzo del siglo XX, a las presiones impositivas y hambrunas se sumarían las agotadoras guerras en las que el régimen zarista saldría siempre perjudicado.
Sin ir más lejos, en 1905 Rusia sufriría la derrota con Japón, perdiendo la posibilidad de tener salida al Océano Pacífico y más adelante la burguesía liberal junto con los socialistas lograrían arrancarle al Zar el régimen de la monarquía constitucional cristalizado en la conformación de la Duma (parlamento) pero que por la reacción monárquica al poco tiempo sería desactivado. Las secuelas de esos acontecimientos dejarían como saldo que la posibilidad del estallido social quedaría en las conciencia de campesinos, obreros, intelectuales y activistas.
En marzo de 1917 (la llamada revolución de febrero de acuerdo con el calendario juliano) todo parecía conducirse a que Rusia finalmente consolidaría su camino hacia una república liberal (al estilo de Francia), controlada por la burguesía y en la que los socialistas lucharían por instaurar un régimen comunista. En efecto, del 8 al 12 de marzo se inicia con una huelga de obreros que provocan disturbios que las tropas se niegan a reprimir. Surge así una asamblea popular conocida como el Soviet Supremo de Petrogrado (ex San Petesburgo), lo que lleva a la abdicación del Zar Nicolás II Romanov. Hacia el mes de octubre, ya no era novedad que la vanguardia de Petrogrado pudiese extenderse hacia todo el país.
El 7 de noviembre (25 de octubre) se reúne el II Congreso de los Soviets, que ordena detener al gobierno provisional que había reemplazado al Zar y crea el consejo de Comisarios del Pueblo, presidido por Lenin. Una semana después se aprueba la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado, que establece la autodeterminación de estos sobre la base de la plena igualdad y soberanía, creando la república socialista soviética federada de Rusia.
Pero la Revolución Rusa también fue hija de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y de hecho la primera víctima de la guerra fue el Imperio Ruso pues los desastrosos efectos de la guerra habían hecho que el régimen del zar perdiera la lealtad de todos los sectores de la sociedad, algo que tendría muy en claro Lenin, que una vez tomado el poder firmó la paz con Alemania en Brest-Litovsk, retirando a su país de las penurias beligerantes. Los antiguos aliados del Zar, en especial Inglaterra y Francia, tomarían represalias contra el gobierno bolchevique, pero ya nada podría hacer regresar a Rusia el status quo anterior.
Sólo después de las guerras civiles rusas surgidas de la revolución de noviembre (el octubre rojo), en 1922 bajo el liderazgo de Lenin, se consolidaría la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.), que integraba por aquel entonces las repúblicas de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia. La Segunda Guerra Mundial extendería ese dominio sobre muchos otros países, con una Rusia disputando el liderazgo mundial bajo el mando de José Stalin.
Desde entonces, el mundo vería surgir un sistema político y social que calaría en la conciencia de millones de habitantes. El comunismo tendría la posibilidad de mostrar sus defectos y virtudes en un mundo signado por las guerras, las desigualdades y la búsqueda por el bienestar, mientras gran parte de los países continuaban bajo el yugo de monarquías absolutas y teocráticas y el liberalismo burgués no terminaba de engarzar como sistema de preferencia universal. No hay que olvidar que el descontento del liberalismo político, la crisis económica capitalista y el temor al socialismo soviético, dieron origen al fascismo italiano y al nazismo alemán y estos a la Segunda Guerra Mundial.
Nadie podría en un artículo semanal explicar lo complejo y las implicancias de lo que significó el triunfo de los bolcheviques de Lenin aquel 7 de noviembre de 1917, nos contentamos con presentar el tema a nuestros lectores, muchos de los cuales seguramente recordarán la existencia de aquel bloque de repúblicas soviéticas que combatían el mundo occidental, cuyo sistema de ideas y organización política, el comunismo y socialismo, atemorizaban las almas inocentes del mundo “libre” occidental.
Pero la Unión Soviética, mientras existió, demostró que las verdades y los sistemas políticos son siempre relativos y finitos y que, en última instancia, sus dueños y motores existenciales son los pueblos, sin cuya concurrencia y voluntad, por exceso o defecto, nada puede sostenerse ni justificarse.
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