En los momentos tan difíciles que estamos viviendo, con un marcado aumento de contagios de COVID- 19 y nuevas restricciones en todo el país, ineludiblemente nos preguntamos: ¿cómo hacer para recuperar fuerzas y seguir adelante?.
Hay un dicho muy conocido que invita a mirar el vaso medio lleno, pero… ¿cuál es ese vaso? ¿qué implica ver de esa manera? No creo que se trate de cambiar el foco y ver lo que sí tenemos, restando importancia a lo que nos falta. Esto es lo que nos suelen decir, aunque a poco de repetirlo, se transforma en un nuevo mandato que profundiza la culpa. Además de todo lo que nos pasa ¡parece que ahora hay que mirar el vaso medio lleno!, sintiéndonos mal cuando eso, por más ganas que tengamos no lo logramos.
Sin embargo, no es la única forma de pensar ese dicho. Siempre que veo a una persona que padece, presto atención no solo a sus síntomas, sino a sus recursos, a los que ha podido o no construir en su vida y qué podemos hacer con eso. Esto es muy importante y poco atendido cuando nos enfocamos solo en la enfermedad. Una persona llega a la consulta con su síntoma a cuestas, y se presenta desde ahí, desde lo que lo hace sufrir, percibiendo que ese sufrimiento es como un gran embudo por donde va cayendo su vida. Y por supuesto que hay que prestar los oídos para aliviar el malestar pero eso es solo el principio. Esto es así porque, aunque el foco esté encendido sobre el padecimiento, es solo una parte, la visible. Hay otra parte, que no tiene acceso a la consciencia y donde podemos ubicar la causa. Causa que tendrá “una pata” histórica, y otra actual, que hace que algo se siga repitiendo. Al mismo tiempo, están los recursos que tenemos para lidiar con lo que nos pasa. Y aunque esos recursos, a veces no están disponibles para usarlos, podemos recuperarlos. Si alguna vez estuvieron, por más que no podamos transitoriamente servirnos de ellos, podemos hacerlos volver.
Al respecto, también me gustaría mencionar que, si alguien la está pasando mal, no es porque quiere. Por ende, es absurdo que le pidamos que ponga buena voluntad y cambie. ¡No conozco a nadie que le guste pasarla mal!. Son cosas que escapan a nuestro control pero que sí tienen tratamiento.
Ver como alguien se reencuentra con ese motor interior, su deseo, que le permite atravesar lo que antes creía imposible, es la parte más linda de mi trabajo y cada vez que escucho a alguien, no solo presto atención a lo que le pasa sino especialmente, a todo su potencial (aunque él o ella no lo sepa) para modificar lo que siente que le hace mal. Cuando digo “reencontrar” no me refiero a volver a un estado anterior, porque justamente, es muchas veces lo que produjo el padecimiento sino a recuperar esa sensación de bienestar, que hace de la vida un buen lugar para habitar.
Ahora bien, en ese vínculo que se genera entre analizante y analista, el segundo se posiciona estratégicamente para despertar en quien consulta, el deseo de saber; pero no “el saber” en el sentido académico, sino como actitud de búsqueda, de quién está dispuesto a emprender un camino de deconstrucción y construcción de su pasado y su presente y que va a traer como consecuencia el alivio de sus síntomas.
Pensar la cura analítica como una construcción, implica que, a diferencia de cómo suele suponer quien demanda al profesional, el saber no está del lado del psicoanalista. Es decir, que el profesional no es portador de alguna verdad mayor, o de un conocimiento que tenga que transmitir a quien consulta para su cura. No es así como funciona. Las claves para leer los malestares y su origen se forjan entre ambos, en esa construcción. Y fruto de ese proceso, el paciente a su tiempo, dejará caer algunos significados que lo marcaron, para liberarse, y habilitarse a elegir quién quiere ser y cómo quiere vivir.
Por eso cuando alguien pregunta: ¿me puede dar una técnica, un consejo de cómo solucionar esto?, la respuesta es siempre abstenerse. La licenciada en psicología y psicoanalista Lara Lizenberg dice: “Entonces ¿la abstinencia qué significa?. No operar desde el `sentido común´, ¡sencillamente porque no es tan común! Lo que para unos es central para otros es secundario o directamente indiferente.” Y esto tiene que ver, señala la profesional mencionada, con que “las particularidades de cómo determinados significantes han marcado una versión personal de mi lazo con el otro son intransferibles y únicos. Y el modo en que esas ficciones pueden desarticularse también lo son”. No quiero mezclarlos con nociones que son muy propias de la jerga psicoanalítica, pero la cuestión, es que no hay recetas absolutas ni consejos que apliquen a todos. Encontrar lo que a uno le hace bien, el camino que se quiere transitar es siempre una producción singular.
Ni todo está mal, ni dura para siempre. Sabemos que es un momento complicado ¡muy complicado! pero se puede estar mejor. No naturalicemos el malestar, ni le restemos importancia. Nos sea evidente o no, todos podemos construir una mejor forma de estar en el mundo.
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