El eterno déjà vu del desmanejo de la tierra

El eterno déjà vu del desmanejo de la tierra

Julio Cesar Lovece

“Déjà vu, es el término usado para describir el fenómeno de tener la sensación de que un evento que experimentamos en la actualidad ya lo vivimos en el pasado”.
No es objeto de estas reflexiones hacer un juicio de valor aunque resulta inevitable mencionar que, en no pocas ocasiones, uno no puede dejar de preguntarse el porqué no logramos anticiparnos a determinados hechos de manera que podamos prever las soluciones o, mejor aún, evitar futuros problemas. Y digo que no quiero hacer un juicio de valor porque tampoco estoy seguro si se trata de juzgar el comportamiento de algunas personas, porque en definitiva la ciudadanía busca permanentemente la satisfacción o la salida laboral que le ayude a conseguir su propio sustento.
Gran parte de nuestra ciudad ha crecido sobre la improvisación; diferentes barrios fueron construyéndose espontáneamente en sectores de naturaleza y en consonancia con una demanda habitacional siempre insatisfecha. Luego el Estado se ha visto en la obligación de ir detrás de esa realidad, llevando los servicios que permita mejorar la calidad de vida de la gente.
Tampoco hallamos buenos ejemplos en la historia. En el pasado ni siquiera eran las personas, sino el ganado del que algunos disponían, el que terminaba marcando los límites de sus tierras que, en muchos casos, terminaban siendo de miles de hectáreas. Incluso éstas se administraban a 3.200 km, desde un gobierno que dictaminaba dicha titularidad. Tampoco olvidemos que por el año 2016, una antigua familia terminó ganando un juicio al Estado que le permitió anexar a sus ya voluminosas tierras, otras 10.000 ha. en el centro de la isla. El Poder Ejecutivo de entonces, lejos de endurecer la legislación imponiendo mayores límites a futuro, la flexibilizó, acompañado en su accionar por el Poder Legislativo. Entonces la Ley Nro. 313 que trata sobre la administración de las tierras fiscales, fue modificada reduciendo a la mitad la cantidad de años hasta entonces requeridos, para reclamar como propias tierras ocupadas.
Si algún amigo lector tiene una explicación que permita, a este improvisado escritor, entender el objetivo de esa medida, será muy bien recibida.
Se suele creer que uno aprende de sus errores, pero ésta premisa parece no abarcar la lógica gubernamental, porque una y otra vez se repiten procesos que nos llevan a la desprolijidad, la improvisación y el desmanejo. Los intereses políticos indudablemente no siempre congenian con los de la ciudadanía. Si uno fuera mal pensado podría sospechar que se trata de pura especulación o que la realidad siempre supera a la planificación y está claro que quienes nos gobiernan no son muy propensos a planificar. Enormes documentos y planes descansan en polvorientos anaqueles y, en el mejor de los casos, cada tanto se actualizan para seguir durmiendo el sueño eterno. Además se puede observar con mayor asiduidad, que planes y proyectos suelen cumplir el objetivo de generar noticia, el anuncio ya es como un logro político, aunque luego quede en el limbo de los anuncios y proyectos apostando a pueblos desmemoriados.
Esta introducción llevará al lector a descubrir el por qué del título de esta nota porque, lejos de resultar obvia la premisa que nadie mete la pata en el mismo pozo, nosotros los fueguinos, no sólo poco hacemos para disminuir la cantidad de estas depresiones sino que además pareciera encantarnos saltar de hoyo en hoyo.
Ni Ushuaia ni Río Grande, tampoco Tolhuin, han podido evitar la especulación e improvisación en la ocupación de tierras. No logramos impedirlo en la Ruta J y en algunos sectores del Lago Fagnano. La controvertida Ruta 30, orgullo de los gurúes del falso desarrollo, promete el mismo juego perverso, poniendo en riesgo el auténtico perfil que debería esperarse de esa zona.
En el bellísimo sector de Cabo San Pablo, por su parte, se han multiplicado los asentamientos y algo parecido ocurre en el Lago Yehuin. Los requerimientos de servicios que pueden ser propios del uso de sectores destinados al turismo se mezclan con viviendas de fin de semana de quienes tienen el dinero para construirlas. Está demás resaltar que en modo alguno se puede atribuir bajo ningún concepto que, en este último caso, se trate de la demanda habitacional insatisfecha… ¿Acaso queremos que los sitios con singularidad escénica sean destinados para viviendas de fin de semana? Porque si es así, por lo menos presentemos un plan que dictamine el dónde sí y dónde no.
Hasta ahora se trata de una triste manera de «privatizar» atractivos que pierden, de esta forma, su mística, su imaginario y un uso potencial.
Entonces, un gobierno que debería asegurar un riguroso plan de manejo de aquellos sectores emblemáticos de nuestra isla y preservarlos como parte de un bien que brinda y brindará sustento a actividades como la del turismo, (entre otras) termina favoreciendo la especulación de improvisados «terratenientes» que jamás sabremos cómo logran administrar lo que en teoría era de todos y que usan los terrenos para recreación individual.
Es un eterno déjà vu poco original y que parece sorprender solamente a quienes manejan las herramientas del control, la preservación y el desarrollo estratégico.
Está película ya la vimos y la verdad, aburre.


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