La icónica embarcación que es parte del paisaje ushuaiense, agoniza y podría desaparecer en breve, si no se lo rescata del estado de abandono en que está.
Independientemente de la singularidad del paisaje que rodee a un determinado grupo de personas, la belleza del mismo dependerá más del observador que del paisaje en sí. Porque siempre habrá alguien para quien su paisaje será especial. Se trata del sentido de pertenencia, del significado que para el observador, tenga dicho paisaje. Quizás se trate de un paisaje que trae recuerdos o sensaciones particulares a quienes lo observen, quizás de un sentimiento que sólo ese paisaje despierta. Se trata de esa combinación de formas y colores que despiertan en el que mira un pensamiento o emoción ingobernables. Algo explica esa condición y es lo que hace que tanto el observador como lo observado se asocien en una experiencia simplemente única. Por lo tanto es indispensable entender que cuando se modifica un paisaje se está afectando el poder simbólico del mismo, se está afectando el alma del observador. Se dice que un paisaje urbano o natural, cargado de simbolismos penetra en el espíritu de las personas sin detenerse en la razón. Ese «diálogo» que se genera entre el individuo y el paisaje, genera «identidad», a partir de ello el observador se siente identificado con lo que observa.
El crecimiento de una ciudad como la nuestra se expande hacia la periferia, mientras que densifica lo céntrico. Ello aleja al ciudadano del paisaje que conocía y por ello la ciudad le dice cada vez menos. Se va perdiendo el diálogo con lo que lo rodea. Peor aún para aquel que añora otro paisaje, el que dejó en su lugar de origen. Esto se traduce en la falta de identidad con la ciudad en la que se vive, en la ausencia de pertenencia y bien sabido es que cuando uno no siente propio el lugar en el que vive, no lo cuida.
Este proceso de alejamiento del paisaje natural o urbano en el que vivía cuando nació o cuando llegó, consecuencia además de la globalización de nuestra ciudad, hace más perecedero el diálogo entre el habitante y el territorio habitado. Pa colmo, el Estado no sólo no hace nada para mejorar dicha situación, por el contrario, la alimenta, convencido quizá que se trata del desarrollo y éste parece incuestionable.
En el mejor de los casos propone una planificación urbana que «ayude» al desarrollo planteado, pero de ninguna manera contempla o incluye al paisaje en dicha planificación. Una mirada inteligente de esta cuestión llevaría a la autoridad competente a planificar recuperando y manteniendo los atributos particulares, singulares de la localidad, preservando las imágenes significativas, los paisajes simbólicos que incluyen historias, recuerdos y la memoria de la ciudad.
Sin ánimo de extenderme demasiado en estas cuestiones debo decir que un buen ejemplo de lo aquí mencionado es el paisaje de la Bahía de Ushuaia que incluye al Saint Christopher. Se trata de un paisaje simbólico, la bahía no es lo mismo sin ese viejo barco.
Resultaría incomprensible que las autoridades no lo piensen de esa manera, más aún para aquellas cuya misión es la de preservar la historia de Ushuaia, nuestro patrimonio histórico y cultural y parece hasta contradictorio tratándose de un destino en que promocionamos y vendemos un enorme imaginario como lo es «el fin del mundo». Sólo se me ocurre una explicación: para las autoridades la memoria, el significado de nuestros paisajes culturales y lo que ellos representan para quienes vivimos en este lugar, no guarda demasiado valor, quizás ninguno.
El caso es que ese viejo remolcador se está desintegrando a metros de la Casa de Gobierno y de la Municipalidad, con una Constitución Provincial y una Carta Orgánica que obliga a hacerse cargo de los bienes patrimoniales, del paisaje natural y cultural. El Saint Christopher está colapsando en proximidad a las áreas de cultura y turismo, responsables de nuestra identidad y de nuestros atractivos, más aún si son singulares.
Todo ello abusando del desinterés de gran parte de una población desarraigada y desoyendo al porcentaje que reclama, cargando con el estigma hipócrita que asegura que siempre hay cuestiones más importantes, no hay presupuesto para eso o, como hemos dicho, se debe aceptar las consecuencias del desarrollo.
Alguien dijo, muy atinadamente, que «sólo cuando un lugar nos provoca sentimientos, podemos construir un sentido de lugar». Debemos sumar que cuando pensar en un valor patrimonial no necesariamente nos lleve a pensar en lo individual sino en lo colectivo, no en el bolsillo sino en el alma, es que nuestra ciudad no solamente estará creciendo sino desarrollándose.
Pues bien, recuerden señores responsables de administrar nuestros bienes, en cada ocasión en que desestiman, subestiman o postergan lo que por ley, pese a las falsas interpretaciones de algunos, deben preservar, están erosionando la memoria colectiva de quienes vivimos aquí. Es hora que sepan que no existe un futuro promisorio sin un profundo respeto por el pasado.
El 17 de julio de 2018 se firmó un convenio entre el Gobierno y diferentes instituciones de la sociedad civil, formalizando el compromiso de reparar el Saint Christopher. Y ese convenio hasta la fecha, el Gobierno no lo ha cumplido.
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