“Soy un tipo normal, que por hacerle un golazo a los ingleses que nos mataron a los pibes en Malvinas, hoy todo el mundo me reconoce. Porque el abuelo se lo contó al padre y el padre se lo cuenta al hijo. Por eso yo soy reconocido. Pero soy un tipo totalmente normal… Yo no me vendo, no me vendí y luché 30 años contra la FIFA”.
Ultima entrevista a Diego Maradona, en el programa “Libero” – T y C Sports.
El miércoles 25 de noviembre al mediodía, el mundo se detuvo literalmente. Millones de personas en la Tierra interrumpieron su rutina al menos por unos minutos en un ejercicio de despabilamiento para ver si los murmullos que escuchaban confirmaban los rumores. Millones de aparatos de telefonía móvil y televisión transmitían la confirmación inminente de la muerte de Diego Armando Maradona, aquel jugador que había hecho el mejor gol en la historia de un Mundial de Fútbol, el deporte más popular y el juego más universal de nuestra historia planetaria.
Dueño de un talento sin paragón, Maradona disfrutó de un intelecto único en la coordinación del cuerpo con la pelota. Es verdad que existen otros «mejores de la historia» en el deporte, pero el fútbol cobra relevancia por la universalidad que alcanzó esta expresión deportiva.
Un ejemplo clarificador es que aún en lugares como Tierra del Fuego, existen clubes que practican este deporte, sabiendo que el clima hace que la práctica a lo largo del año en las clásicas canchas reglamentarias para once jugadores sea imposible de sostener. En Tierra del Fuego, aunque las pasiones mantienen el calor popular, las tribunas son pequeñas y predomina mayormente el fútbol de salón, donde los jóvenes se forman en esta modalidad y compiten a nivel nacional e internacional con mejores posibilidades.
Pero junto con el fútbol, hay otro hecho que liga a la historia de Diego Maradona con las gélidas tierras de la Patagonia Austral y que es anunciado como una revelación en la última entrevista que dio Maradona, en donde su laberíntica mente ensaya un acto de autorreferencia con un acontecimiento histórico caro a los sentimientos de los fueguinos. Cuando en el programa le preguntan: » – ¿Quién es Diego Maradona?», el entrevistado se autodefine como «un tipo normal, a quien por hacerle un golazo a los ingleses que mataron a los pibes argentinos en Malvinas, hoy todo el mundo reconoce”.
Claro está que se refiere al gol del siglo que le convierte a Inglaterra en el Mundial de Fútbol México ’86, comenzando en súbita marcha desde atrás de la mitad del campo de juego eludiendo a Hoddle, Reid, Butcher y Fenwick, hasta dejar desparramado al arquero Peter Shilton en el Estadio Azteca. Argentina se ponía 2 a 0 en el marcador y Maradona jugaba el partido de su vida, pero también asomaba la memoria de quienes en vida habían combatido la invasión de los ingleses a las Islas Malvinas durante la Guerra de 1982.
Por eso el Mundial de 1986 asistió al nacimiento del mito. Una gran fratría mundial surgía en torno a aquel “hombrecito” que con la pelota había desparramado a cuanto inglés se enfrentó en el campo de juego. No lo podían parar y en una fracción ínfima de tiempo, Maradona fue capaz de torcer el espejismo de un juego colectivo con el brillo incandescente de una acción individual. Nunca en este deporte tan funcional y colectivo, una individualidad había podido desbalancear de tal forma gracias a la aptitud individual de un deportista. En semifinales Argentina le ganó 2 a 0 a Bélgica, ambos tantos convertidos por el genio del fútbol mundial en otro partido inolvidable. En la final contra Alemania, se llevó las tres marcas al vestuario, mientras Jorge Burruchaga marcaba el 3 a 2 final para que el seleccionado se alce con la copa mundial.
Y aunque México ’86 fue el Mundial de Maradona, también fue la primera vez que el seleccionado se enfrentaba a Inglaterra en una competencia internacional luego de la derrota argentina en Malvinas. Independiente de Avellaneda había ganado la Copa Intercontinental a nivel Club contra el Liverpool en 1984 razón que alegró la parcialidad roja y seguramente a muchos otros, pero ahora el pueblo argentino sin distinción de casacas, estaba expectante de ese cotejo, porque a nadie escapaba que un oscuro folclore se erguía sobre el mediodía azteca. Era la ocasión de obtener algún tipo de revancha luego de la trampa inglesa que hundió al crucero ARA General Belgrano. Nadie olvidaba que el Reino Unido desde 1833 había tomado por la fuerza de las armas un lugar y presencia que le era geográfica e históricamente imposible de justificar, y que desde ese entonces había ejercido con ínfulas tahúres en la diplomacia para sostener un enclave colonial anacrónico y blasfemo. Pero además, era la selección que cuando organizó el Mundial en 1966 en su país, hizo trampa y no tuvo ningún despacho ni vergüenza en festejar un discutido triunfo. Inglaterra ’66 fue el Mundial de Fútbol más corrupto y sospechado en la historia, incluyendo un falso gol hecho por Geoffrey Hurst en la final que le valió el título.
En el fútbol siempre hay revancha, y el mundo pudo mofarse de las trampas pergeñadas en 1966: en México ’86 también nacería la mano de Dios.
El arquero inglés Peter Shilton no sólo tuvo que soportar haber recibido el mejor gol de todos los tiempos contra la valla de su equipo, sino también ser la víctima de un tanto hecho con la mano por el propio Maradona. El Seleccionado argentino de fútbol se puso en ventaja 1 a 0 ajustando cuentas: en 1966, en los cuartos de final, Antonio Ubaldo Rattín fue expulsado injustamente frente a Inglaterra y los argentinos nos quedamos fuera del mundial. Ahora fue Maradona otra vez, como si llevara en su casaca los pergaminos de las cuentas pendientes de la historia, corriendo como un Atlas llevando la antorcha que ha de iluminar el fuego de la memoria activa, hizo vibrar a la comunidad mundial, humillando a los ingleses. El sentimiento en ese momento fue de revancha. Por las trampas del ’66, por el pasado cruel e imperialista de una nación que ha sabido ser implacable en todas partes del mundo. Por eso el mundo festejó aquel triunfo y Maradona se convirtió en un fenómeno mundial. Demasiadas cuentas pendientes del mundo con los ingleses y para la Argentina, el puño apretado por Malvinas.
Por eso cobra tanto significado la autorreferencia de Maradona al definirse como “un tipo normal, que por hacerle un golazo a los ingleses que mataron a los pibes en Malvinas, hoy todo el mundo lo reconoce”. La muerte de sus compatriotas lo convierten en un “hombre normal” y él mismo se baja la vara del endiosamiento que siempre lo rodeó para dar lugar a los héroes muchas veces anónimos que entregaron su vida en el campo de batalla, en territorio malvinense y en las gélidas aguas del Atlántico Sur.
Maradona es inabarcable. Ahora muerto, se sigue sintiendo el peso específico de su figura. Ícono irreverente y contestatario, conquistó amores incondicionales y odios pasionales. Un inesperado trascendental que recibió el título de “Maestro Inspirador” en la mismísima Oxford university y cuyo galardón coronó haciendo jueguitos con una pelotita de golf en pleno púlpito. Y Maradona nos regaló a los argentinos sin duda, la revancha mundial de todos los tiempos.
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