La sabiduría del hueso roto

La sabiduría del hueso roto

Escribe- DR. RUBÉN RAFAELMargaret Mead fue una conocida antropóloga estadounidense del siglo pasado.
En sus investigaciones realizadas en las décadas de 1920 y 1930, puso en entredicho la visión sexista biologicista que prevalecía en las ciencias sociales en los EE.UU de su época, según la cual la división sexual laboral y familiar se debía a la diferencia innata entre la capacidad intelectual y el comportamiento de los hombres y de las mujeres.
Ella propuso un planteó de avanzada y lo tipificó como “una cuestión de tipo cultural”, no biológica. Para Mead la diferencia no pasaba por que el hombre era más inteligente que la mujer, si no que la diferencia era la desigualdad en las oportunidades entre ambos sexos para desarrollarse.
Mead introdujo en 1935, la idea revolucionaria de que, por ser la especie humana enormemente maleable, los papeles y las conductas sexuales varían según los contextos socioculturales y fue precursora en la utilización del concepto de «género», hoy muy utilizado en las luchas feministas.
Ella reveló también un dato que se constituyó en una bisagra en los estudios sobre la humanidad. Un día, durante su cátedra un alumno le preguntó cuál consideraba la primera señal de civilización en una cultura. Todos esperaban que la antropóloga hablara de vasijas de arcilla, puntas de flecha o piedras para afilar, pero no. Mead dijo que el primer signo de civilización en el estudio de la cultura antigua es la aparición de un esqueleto humano pre histórico con un fémur roto y curado.
Explicó que en el resto del reino animal, el que se quiebra una pata tiene casi 100% de morir. No puede huir del peligro, ni ir al río a tomar agua, no puede cazar para alimentarse y pasa a convertirse en carne fresca para los depredadores. Ningún animal sobrevive así el tiempo suficiente para que el hueso sane.

Un fémur roto que se curó es la prueba de que alguien se tomó el tiempo para quedarse con el que se lesionó, que curó la lesión, que puso a esa persona a salvo, la cuidó y alimento hasta que se recuperó. “Ayudar a alguien a atravesar la dificultad es el punto de partida de la civilización”, explicó Mead.
La civilización humana surge entonces de la ayuda comunitaria. Es que los seres humanos no somos individuos: sino sujetos comunitarios, no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a la comunidad que le da sustento a nuestra vida y nuestra identidad. Nadie se pertenece a sí mismo, formamos parte de un “nosotros”.

La sabiduría del hueso roto
El sentido de formar parte de una comunidad se definió como aquella sensación de formar parte de un grupo, un sentimiento compartido de que las necesidades colectivas llegado el momento serán atendidas bajo un compromiso mutuo entre todos sus integrantes. Sabemos que en cualquier momento podemos pasar a ser el otro. Ese que está sufriente o carente.
El ser humano se realiza plenamente en la interacción con otros seres humanos, por medio del trabajo, el servicio, la alegría compartida. Toda actividad humana tiene lugar en una comunidad y adquiere sentido por estar dirigida hacia otros. El ser humano necesita relacionarse con las demás personas y aprender a relacionarse con ellas para sobrevivir en este mundo, ya que aunque no quiera, necesita de los demás y eso implica socializar con otras personas.
Todo ser humano necesita estar vinculado a otras personas que puedan ser percibidas como incondicionales y duraderas, y es donde aparece la figura de los amigos. El bienestar psicológico, depende del equilibrio entre la autonomía personal y la aceptación de otras personas.
Somos seres sociales porque somos sensibles a los sutiles cambios emocionales que se producen en quienes nos rodean. Desde un ligero cambio en la tensión de una ceja, hasta una curvatura diferente en los labios nos pueden indicar valiosa información sobre el estado de los demás.
En el árbol genealógico humano, el género Homo, se remonta a unos 3 millones de años e incluye a más de una docena de especies de homínidos, incluidos nosotros, los humanos modernos: los Homo sapiens.
La hipótesis científica actualmente más aceptada sobre el origen de la humanidad es que la especie humana moderna surgió en África, hace unos 200.000 años, tras un proceso evolutivo de millones de años.
Hoy los seres humanos vivimos en sociedades que están impregnada de una cultura de soberbia, egoísmo e individualismo. Estamos convencidos de que nos ubicamos en la punta de la pirámide de los seres vivos, y aunque quizás en eso tengamos algo de razón, olvidamos que la generación actual ocupa una pequeñísima parte de tiempo en la evolución de nuestra especie, sin ver que si permanecemos en esa soberbia nuestros propios avances pueden ser nuestra destrucción.
Deberíamos tomar más en cuenta aquel fémur roto y curado, que es la muestra cabal de que solos nunca hubiéramos llegado hasta aquí, y que solos seremos presas fáciles con un oscuro destino.


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