“Valió la pena”

“Valió la pena”

La guerra de Malvinas, según el veterano Omar Anzoátegui.

El vecino de Ushuaia y cabo enfermero de la Marina de Guerra en 1982, Omar Antonio Anzoátegui, recuerda aquellos días febriles a bordo del buque de desembarco ARA Cabo San Antonio, cuando Argentina se asomaba a la esperanza de recuperar las islas arrebatadas por los británicos.

“Valió la pena”

Hoy rememoramos un nuevo 2 de abril, fecha en la que se produjo el desembarco de nuestras tropas en las Islas Malvinas, usurpadas por Inglaterra desde el año 1833. El conflicto armado duró 74 días y concluyó el 14 de junio de 1982 con la rendición de Argentina y un saldo de 649 soldados argentinos, 255 británicos y 3 civiles isleños, muertos.
A 42 años de aquella gesta, recordamos especialmente a los compatriotas que ofrendaron su vida intentando recuperar la soberanía sobre el suelo malvinense y también a quienes hasta hoy cargan con el recuerdo doloroso de la experiencia vivida en el campo de batalla.
En simbólico homenaje a todos ellos, Diario Prensa Libre entrevistó al vecino de Ushuaia Omar Antonio Anzoátegui, quien durante el conflicto armado se desempeñó como enfermero naval a bordo del buque ARA Cabo San Antonio, pieza clave en lo que se denominó Operación Rosario.
“Los 2 de abril son días muy caros para mí porque Malvinas no es una pasión sino un sentimiento. Muchos creen que es una pasión, pero no, es algo eterno como los sentimientos que se van con nosotros cuando nos toca partir” – comienza señalando Omar, conocido además por haberse desempeñado muchísimos años como enfermero en el Hospital Regional Ushuaia y de modo particular.

Omar ¿qué rol desempeñaste en la guerra de Malvinas?

En aquel tiempo era cabo enfermero. Me había recibido en el año 1981 y era parte de la tripulación del buque ARA Cabo San Antonio, con apostadero en la Base Naval Puerto Belgrano. Recuerdo que ese verano navegamos muchísimo por las costas de Necochea, Puerto Madryn y otras para hacer ejercicios con los infantes, sin imaginarnos que nos estaban preparando para lo que ocurriría después. Un jueves llegamos de navegar y el domingo volvimos a zarpar sin saber a dónde íbamos, después de haber cargado muchos víveres, combustibles y vehículos.

¿Los oficiales superiores no les dijeron a dónde y a qué iban?

No, para nada. Muchos años después el comandante, en una nota periodística, contó que a él le dieron cinco sobres e instrucciones de que todos los días tenía que abrir uno solo. Recuerdo que un martes o miércoles vino el contraalmirante de Infantería de Marina Carlos Büsser, comandante de la Operación Rosario, para informar por el altavoz que la misión del buque era tomar Malvinas. Quería que fuéramos sensibles con la población y duros con el enemigo y nos dijo que en ese momento era cuando la patria más nos necesitaba.

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Omar Antonio Anzoátegui, cabo 1ero de la Armada Argentina. 1982

¿Y qué sentiste ante el anuncio de que iban a una guerra?

Sentimos miedo. No te voy a decir lo contrario. No. El miedo, en definitiva, te hace precavido. Muchísimas veces habíamos hecho zafarranchos (- preparación de una embarcación para afrontar una acción de combate-) y simulacros de abandono del barco. Teníamos un bolsito con ropa seca, ropa interior y medias. Si te caías al agua con esa ropa podías cambiarte en la balsa. Es muy importante tener la ropa seca en esas circunstancias. Pero del simulacro a la realidad, había un abismo de distancia.

¿Y qué ocurrió cuando llegaron a Malvinas?

El 2 de abril cayó viernes y a las 4 y media de la mañana hubo toque de diana. Llegamos a un lugar cerquita de Puerto Argentino, a un kilómetro o dos. Todos estábamos consternados porque estar dentro de un barco es como estar dentro de una casa. Vos estas en tu puesto de combate sin una ventana para mirar para afuera, ni para ver el cielo. Estaba todo tan oscuro que tampoco hubiera podido ver nada.

¿Pensabas en tu familia? ¿Ellos sabían en dónde estabas?

No, ellos recibieron la noticia, al igual que los familiares de todos mis compañeros, después que el barco zarpó. Mis padres me contaron que estaban expectantes de las noticias. Mis papás y mi hermano, porque yo soy hijo mayor, estaban muy preocupados por mí. Y se enteraron a pocos minutos de la recuperación, ocurrida a eso de las 8 de la mañana, que ya estábamos en Malvinas. El país entero se enteró en minutos.

“Valió la pena”
Año 1979. Escuela de Marina de Guerra. Abajo, en el centro, Omar Anzóategui posa junto a sus compañeros.

¿Y como recordás ese momento? ¿Qué viste? ¿Cómo se presentaron las Islas Malvinas ante tus ojos?

Vi un paisaje que me hizo acordar a ciudades como Río Gallegos, o Punta Arenas. Todo muy chato, con montañas bajas y muy agreste. No vimos a los soldados ingleses porque ellos ya estaban bajo la custodia de los soldados argentinos. Había infantes sobre todo, que cargaban los vehículos. A las ocho de la mañana nos permitieron salir a la cubierta del barco, porque ya nuestras tropas habían tomado posición, pero el 2 no bajamos a tierra. El 3 atracamos en el muelle de Puerto Argentino y se descargaron los vehículos que habíamos llevado. Gran parte de las unidades eran anfibios de Infantería de Marina. Cuando bajamos pudimos caminar cerca de la planchada nomás y volvimos enseguida nuevamente a Puerto Belgrano, desde donde hicimos dos navegaciones más a Malvinas para después navegar hacia Río Grande el 25 de abril. Entramos a una caleta, cerca de donde está La Misión Salesiana. Ahí cerquita hacíamos el varado del barco. Estábamos ahí cuando el comandante nos informó que nos habían hundido al Belgrano y averiado al Alférez Sobral. La tristeza fue total.

¿Qué significó el hundimiento del crucero General Belgrano para vos?

Yo fui tripulante del crucero General Belgrano seis meses antes de su hundimiento. Conocí sus movimientos y su vida a bordo. Y bueno, no estuve mucho tiempo, solo quince días, con tres compañeros. El suboficial me ofreció incorporarme a la tripulación pero yo rehusé la invitación porque era un barco viejo, grande pero sin comodidades y pensado para que solo los oficiales tuvieran confort, pero no el cabo, el marinero, y menos el conscripto. Otro compañero aceptó y cuando los ingleses hundieron el barco, el fue el único enfermero de treinta y tantos que eran, que murió. Se llamaba Osvaldo Martínez y era de Mendoza. Si yo hubiera aceptado sumarme a la tripulación, no sé cuál hubiera sido mi destino.

A 42 años de aquella experiencia ¿qué análisis haces de lo sucedido?

Pienso que ya estamos grandes, que todos los días se muere algún veterano y que en cualquier momento vendrá Dios a buscarme. Por eso quiero dejar un recuerdo, porque hay muchos jóvenes que merecen conocer nuestra historia. Me estoy ocupando de dejar registros en papel, en textos y fotografías, de lo que pasó. Y también incentivo a todos los veteranos a que hagan lo mismo, porque son herramientas que le vamos a dejar a nuestros hijos y a nuestra ciudad. Creo que hay que difundir con más fervor la causa Malvinas. Nuestros funcionarios, por ejemplo, deberían adornar sus oficinas con elementos alusivos. Es tan triste cuando uno los va a ver y no tienen ni siquiera una bandera… ¡Hay 649 razones por las cuales no hay que olvidar!. Como vos ves, mi auto y mi casa tienen una bandera y un calco. Es más, los veteranos estamos perdiendo la oportunidad de que todas las casas tengan una bandera o una calcomanía, donadas por nuestro Centro de Ex Combatientes, porque somos además una ciudad visitada por muchos turistas. Y si los socios tenemos que poner un poquito más de cuota sería para el beneficio de la comunidad y por algo justo. Cualquier pueblito, por más humilde que sea, con apenas dos o tres veteranos, hace mucho más que nosotros. Acá somos casi 140 veteranos y no estamos dejando nada. No somos eternos y nos vamos a morir como tantos que ya se fueron. Nos estamos despidiendo, somos los últimos, una edición limitada.

¿Vos crees que valió la pena?

Creo que sí. Aunque tocó perder. Esta fue una causa justa. Por lo menos nadie va a poder decir que nunca las reclamamos. Se cumplían 150 años también, contados desde 1833. Les dejamos al menos a nuestros jóvenes el antecedente de un reclamo efectivo y contundente. Pero esto no tiene que volver a ocurrir nunca más. El reclamo debe continuar sí, pero siempre por la vida diplomática y jamás de otra manera. Por el sufrimiento, la impotencia y la angustia que una guerra genera y deja en cada uno de nosotros, como una huella dolorosa e imborrable.



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