En adhesión al cumpleaños del Museo del Fin del Mundo, 18 de mayo de 1979, publicamos seis historias, una por día. A continuación, la segunda de ellas.
La Ushuaia antigua de los años 20, época en que la oficina postal se hallaba en la calle costanera, consistía en un pueblo con pocas edificaciones que se encontraban distribuidas en un casco que no llegaba a las 40 manzanas y no superaba el centenar de viviendas. Pero la escarpada geografía, los escasos vehículos y calles, condicionaban la tarea de distribución de correspondencia y encomiendas. No olvidemos que en esos tiempos muchos vecinos compraban productos en Buenos Aires por catálogo. Los barcos fueron el primer medio y si bien se debe recordar que El Cóndor de Plata de Gunther Pluschow, con su arribo en 1928, dejó plasmada la primera recepción de correo aéreo, lo cierto es que luego de esa proeza pasaron 20 años hasta que se pudo contar nuevamente con un servicio similar.
El escaso personal que trabajaba en el correo y que integraba un sólo cartero, se apoyaba en algunos ayudantes con características absolutamente singulares. El transporte marítimo de cada 30, 60 o incluso 90 días requería un traslado local, cuyo responsable en el primer periodo, fue un ex penado de apellido Caruso, al que se debería considerar uno de los primeros «empresarios» del transporte. Luego se haría cargo, en este caso del movimiento desde Río Grande, el personal de la Policía Territorial, con sacrificados agentes que merecen una historia aparte.
Pero sería un acto de la más absoluta injusticia dejar de mencionar a «Rara», una perrita de extraño y colorido pelaje que, en pleno invierno y siempre acompañando al único cartero, arrastraba un pesado trineo sobre las nevadas pendientes, en el que se transportaban sobres y paquetes que ansiosamente esperaban los vecinos. Es poco lo que se sabe de ella, por suerte la profunda investigación llevada a cabo por Humberto Brumatti, no ha dejado en el olvido a esta hermosa protagonista.
Continuando en esta línea de investigación, atinente a la relación que, en épocas pasadas, teníamos con los animales, tanto exóticos como nativos, debemos mencionar una anécdota del año 1923, entre unas gallinas y un ex presidiario de apellido Morelli, de profesión zapatero. Al enterarse que se recibiría la visita de un enorme crucero, el Cap Polonio, imaginó que podría ganar mucho dinero. En los días previos compró varias gallinas preferentemente blancas y valiéndose de anilinas y otros polvos las tiñó de diferentes colores, haciéndolas pasar por aves exóticas. Una inoportuna lluvia comenzó a desteñirlas provocando las carcajadas de los visitantes que, obviamente, no compraron ni una sola. Así el negocio de Morelli quebró el mismo día de su inicio.
Una serie de documentos hallados en el Boletín deicial de la República Argentina, exponen la mirada que antiguamente teníamos para con muchos de los animales presentes en estas zonas. Lo cierto es que nuestra fauna, conforme ha ido creciendo la población, ha disminuido considerablemente y/o se ha alejado en búsqueda de lugares más apartados.
Por ejemplo encontramos que el presidente de la nación Marcelo Torcuato de Alvear firmó un decreto, con fecha 2 de marzo de 1925, otorgando “permisos provisorios para la caza de lobos de un pelo a toda empresa o persona domiciliada o radicada en el país…” En el mismo documento se menciona que “se podrá acordar también permisos para faenar lobos de dos pelos y demás anfibios confundidos con el nombre genérico de focas…” siempre que se hubieran cumplido determinadas condiciones como, por ejemplo, que los animales sacrificados fueran “de sexo masculino o en su mayor cantidad”. En caso de no cumplirse, se podía perder el permiso correspondiente y el depósito establecido.
Este mismo presidente, mediante decreto de fecha 16 de noviembre de 1926, otorgó permiso “para cazar y faenar ballenas en las costas de la Patagonia y Tierra del Fuego a la Compañía Argentina de Pesca, debiendo informar previamente los planos de ubicación de las factorías que se proponga establecer para su correspondiente aprobación”. No olvidemos que, aunque esto nos parezca repudiable, aún hoy hay naciones muy “desarrolladas” que siguen cazando ballenas en aguas internacionales.
Otro hecho de singulares características tiene que ver con varios decretos provenientes del Ministerio de Agricultura de la Nación, con fechas 21 de junio, 23 de julio, 11 de agosto, 16 de agosto, 5 de diciembre de 1927, a través de los cuales se otorgan permisos para la extracción de guano a diferentes emprendedores y asignándoseles muchos sitios, incluso algunos que hoy no se encuentran bajo nuestra soberanía: “Cabo Curioso, Punta Peña, Punta Desengaño, Cabo Francisco de Paula, Punta Norte, Isla Picton, Isla Jardín, Islote Reparo, Isla Becasse, Islotes Hermanos, Islote Solitario, Isla Snipe, Islotes Eugenia, Islote Barlovento, Isla Delia y Los Gansos, Isla Gable, Isla Martillo, Isla Yunque, Isla Petrel, Islotes Gemelos, Isla Casco, Dos Lomos y Chala, Islas Bridges, Les Eclaireurs, Estorbo, Isla Redonda, Isla Nueva, Año Nuevo, Blanca, Cabo San Diego, Bahía Tethis, Canal Moat” y otros. Obviamente se ignora si es que este emprendimiento ha sido rentable, aunque permite sospechar que quizás en dichos años, existía una mayor presencia de aves en esta geografía.
Una historia mucho más conocida es la que refleja un Decreto del 30 de abril de 1948 a través del cual se autoriza “al Ministerio de Marina para destacar a los Estados Unidos de América, el oficial 5º, doctor en Ciencias Naturales D. Rogelio Bartolomé López, a efectos de realizar estudios biológicos tendientes a la adaptación en la Gobernación Marítima de la Tierra del Fuego de la fauna pelífera (sic) inexistente actualmente en el país”. Esos estudios derivaron en la introducción del castor, tema que tanto debate ha generado por el daño causado a nuestros bosques nativos.
Finalmente resulta interesante el texto del Decreto Nº 8.215 de fecha 18 de mayo de 1954 a través del cual se dictan las “normas para la lucha contra la plaga del conejo en Tierra del Fuego”.
Este documento menciona que “por Decreto del 15 de octubre de 1907 el conejo fue declarado “plaga” de la agricultura; que los perjuicios ocasionados por la plaga han disminuido en un 40 % la receptividad de los campos y que ello irá en aumento teniendo en cuenta la enorme capacidad de multiplicación de los conejos…” y en otros considerandos se decreta “la lucha obligatoria contra la plaga del conejo – Oryctolagus cuniculus – en todo el Territorio de la Gobernación Marítima de Tierra del Fuego, la que deberá ajustarse a las disposiciones del presente…”. Allí se inserta una extensa serie de requisitos y prohibiciones, como por ejemplo la de trasladar conejos vivos de un lugar a otro de la isla.
Sin dudas se trata de historias de animales que han obligado a la creación de normativas, como también de costumbres que, en muchos casos y por suerte, han terminado en letra muerta.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA: «Cien años de correo de Ushuaia» / Humberto Brumatti / Revista Patagónica Nro. 48 / Enero-marzo 1991 / Páginas 33/38
Boletín oficial de la República Argentina.
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Diario Prensa
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