25 de noviembre de 1886 – 25 de noviembre de 2022
“… Los soldados de la expedición bajaban a toda prisa en su persecución, la cuesta de la barranca en la cual estábamos. Triste espectáculo era para mí ver a estos pobres indios inofensivos correr de un lado a otro, perseguidos como fieras por los que representaban la civilización”.
Polidoro Seggers
Luego de la posesión efectiva del sector argentino austral, se estaba implementando una política de ocupación y distribución de las tierras en gran parte de la Patagonia y Tierra del Fuego debía pasar por el mismo proceso. Se trataba de “conquistar el desierto” por cierto un desierto poblado por nativos.
Ramón Lista, militar explorador, venía de una familia de nobleza española con antepasados que arribaron al Virreinato del Río de la Plata en el siglo XVIII. Su padre había sido Andrés Lista y su madre Ramona Viamonte, hermana de un general.
El caso es que se lo pone a cargo de una expedición al extremo sur argentino en el Transporte Villarino, siendo acompañado por el salesiano José Fagnano Vero, el médico Polidoro Seggers y 25 militares fuertemente armados.
Esta expedición arriba a las costas de Bahía San Sebastián, Tierra del Fuego, el 24 de noviembre de 1886 y al día siguiente desembarcan con un grupo de uniformados bajo las órdenes de Lista con el objeto de explorar la zona. A las pocas horas dan con un grupo de selk´nam, compuesto por algunos hombres, mujeres, jóvenes y niños. Según precisan algunas fuentes, la idea de los militares era la de capturar a algunos nativos de manera que pudieran dar información de la zona. El encuentro fue terriblemente impactante para los nativos, quienes huyeron espantados, mientras otros se escondían en los matorrales.
Inmediatamente la formación militar ejecutó una balacera que terminó con la vida de 27 inocentes. Los escasos arcos y flechas no pudieron hacer nada ante las fuerzas militares que incluso, no conformes con lo hecho, persiguieron a un joven y atlético selk´nam y lo ultimaron de 28 balazos, más una bala de remate en la cabeza. Luego regresaron al campamento con varios prisioneros, entre éstos, varias mujeres y niños. Posteriormente 9 de ellos serían trasladados a Buenos Aires en el barco Villarino “para ser entregados a las autoridades que correspondan”.
Ante lo ocurrido Seggers y Fagnano increparon duramente a Ramón Lista, quienes recibieron como respuesta una dura amenaza por parte del uniformado. Días más tarde Lista informaba al presidente Miguel Juárez Celman que su accionar había sido “victorioso”, que había logrado “desalojar un matorral”, y que se había producido “un ligero tiroteo”, agregando además que había capturado a varios nativos, en su mayoría mujeres.
En el Boletín de mayo – junio de 1891 perteneciente al Instituto Geográfico Argentino, del que Polidoro Seggers formaba parte, encontramos la versión textual del encuentro entre los nativos y los soldados, escrita por el médico, que difiere un tanto de la de Ramón Lista: “…la alarma que esto les produjo a los pobres indios fue espantosa. A una larga distancia en la playa, que la marea al bajar había dejado en descubierto, no sabían hacia qué lado escapar. La confusión aumentó más cuando vieron que los soldados de la expedición bajaban a toda prisa en su persecución, la cuesta de la barranca en la cual estábamos. Triste espectáculo era para mí ver a estos pobres indios inofensivos correr de un lado a otro, perseguidos como fieras por los que representaban la civilización. Como los indios huían en varias direcciones y los soldados temían que escapase su presa, empezaron a hacer fuego sobre ellos hiriendo a algunos, pero logrando sustraerse todos a sus perseguidores, menos uno que rodeado por cinco soldados armados con Remington no pudo adelantarse. El infeliz se había atrincherado detrás de una enorme peña y se defendía valerosamente del fuego que lo tenía como blanco. A cada descarga salía de su fortaleza improvisada y lanzaba una flecha en dirección a sus verdugos. La huida le era imposible: a retaguardia tenía el mar que subía y delante cinco bocas que vomitaban fuego. En fin, acribillado por las balas cayó el valiente y por conmiseración fue ultimado con un tiro de revolver en el oído derecho. El reverendo padre Fagnano, capellán de la expedición y yo nos habíamos hecho cargo de las criaturas abandonadas y mientras seguía el tiroteo no podíamos menos que protestar indignados contra este acto de crueldad que pasaba a nuestra vista sin que pudiéramos impedirlo”.
La versión solapada que describe Ramón Lista, en el semanario “Caras y Caretas” de la edición Nro. 764 del 24 de mayo de 1913, expone la imagen descalificatoria y hasta una actitud discriminatoria hacia los nativos fueguinos, de este personaje siniestro: “Para algunos los indios que habitan la isla son un aliciente, y manifiestan deseos de hallarse cuanto antes con ellos, no para batirlos, que muy poco caso hacen de sus aptitudes guerrescas, sino por mera curiosidad, pues ha circulado en el vivac la noticia de que se comen las viejas, y desean adquirir la certidumbre de tan extraña costumbre” (sic).
Noviembre 25. Escribe Ramón Lista:
“En el deseo de inquirir personalmente el paradero de los indios, hoy, a las siete de la mañana, salí del campamento con el capitán y diez soldados, haciendo rumbo al citado cerro. Después de una marcha de dos horas, al paso y al trote, cruzando cañadones y sinuosas lomadas, descubrí una toldería, que recién habían abandonado los indios, pues ardían aún sus hogares. Los rastros de los onas iban al sudoeste, en zig-zag y claramente impresos. Viólos uno de los soldados, que pasa por `rastreador´ entre sus compañeros, y dijo al punto: `Allí nomás están, detrás de las lomas´. Nos lanzamos sobre la pista, y antes de una hora, vimos a los salvajes en un cañadón, al sud del cerro que nos sirviera de guía. En la persecución, éstos fueron arrojando sus quillangos, y hasta abandonaron una criatura que alzó un soldado y puso sobre la grupa de su mula. Los onas, detenidos, se plegaron en semicírculo, tras un espeso matorral espinoso, por cuyo centro corre un arroyito. La posición había sido bien elegida para resistir nuestro ataque. Y así sin más ni más, rompieron las hostilidades, disparando sus flechas sobre la tropa que, a pie, fatigada y en cumplimiento de mis órdenes, se mantenía simplemente en la defensiva, pues mi propósito era el de desarmarlos y conducirlos al campamento, para por medio de regalos, propiciarme su buena voluntad y obtener entre ellos un guía que me llevase a través de la isla. Viendo que continuaban en su actitud guerrera, mandé a hacer fuego, sin dirección, para intimidarlos; pero ellos contestaron arrojando nuevamente sus flechas, una de las cuales hirió levemente a un soldado, cerca de la tetilla derecha. Enseguida se ocultaron en el matorral, y desde allí provocaban con gritos airados. Intenté desalojarlos, incendiando su guarida, pero en ese mismo instante cayó un fuerte chubasco de granizo y lluvia, que impidió mi propósito. Quedamos algunos instantes a la expectativa, en la esperanza de que los indios se entregaran, pero siguieron con su actitud enconada y como la noche se aproximaba y era necesario a toda costa apoderarse de esa gente, por la seguridad misma de la expedición, di la señal de ataque, sable en mano. El capitán iba a la izquierda con tres hombres, yo en el centro y el resto de la tropa a la derecha. Los indios nos recibieron con una granizada de flechas y, cuando salvaba el capitán las primeras matas, cayó herido de un flechazo cerca de la témpora izquierda. No obstante prosiguió el combate con el mismo ímpetu y, después de algunas descargas de carabina, el matorral quedó en nuestro poder. Sobre las zarzas quedaron veintiocho muertos, entre ellos un ona atlético, el jefe, quien en su lengua había repetido durante el combate, la palabra `corrge´ (- cacique -), retándonos tal vez a un duelo singular”.
Sobre los hechos quizás realmente la versión más veraz parece haber sido la del comandante de la nave Villarino, Federico Spurr quien relató: “Es una barbarie lo que hacen con los fueguinos. Embarcamos a dos criaturas en pañales a las que les mataron la madre; a ocho chicos, cinco mujeres heridas y varios hombres, algunos heridos otros no. A balazos primero y luego a sablazos mataron a muchos. 14 hombres fueron hallados muertos, otros habrán muerto en el bosque, adonde huyeron. Mujeres y niños tienen heridas, en la cabeza y en el pecho. Fue una masacre que no se sabe explicar y menos cohonestar…”
Este espantoso crimen será recordado para siempre, instaurándose el 25 de noviembre como Día del Genocidio Selk´nam, así normado por ley a partir de 2021.
Vale destacarse que Ramón Lista nunca fue juzgado por esta matanza, por el contrario, al año siguiente se le otorgó la gobernación de Santa Cruz. Renunciaría a ese cargo por un verdadero escándalo, luego que saliera a la luz su doble vida ya que en ese territorio mantenía una relación con Clorinda Koile, de origen tehuelche con la que tuvo una hija, hecho que motivó el suicidio de su esposa en Buenos Aires, Agustina Andrade. Como expresa el conocido refrán “Quien a hierro mata a hierro muere”, la vida de Lista se extinguió en un hecho sangriento en manos de dos baqueanos que lo guiaban por el norte de Salta.
El 24 de febrero de 1898 fue sepultado en el cementerio de la Recoleta. Obviamente solo fue despedido por la alta sociedad porteña.
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