¿A dónde está la libertad?

¿A dónde está la libertad?

(Tema de Pappo’s Blues).

Escribe- DR. RUBÉN RAFAELEn estos tiempos en donde se usan las mismas palabras para tan diferentes cosas, no hay manera de resistirse a la pregunta…
Según la Real Academia Española, libertad es “la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”.
De por sí la palabra libertad a la mayoría nos suena a algo bueno, deseado, satisfactorio, como un objetivo; actúa como la zanahoria por la cual vamos dando pasos por caminos que de otra manera no transitaríamos.

“Todo el mundo la pronuncia, pero nadie le da el mismo significado a la palabra”, y en muchos casos se le atribuyen connotaciones incompatibles.
Ahora… como la definición de la Real Academia lo dice, la libertad implica responsabilidad, puesto que los humanos como seres sociales que somos, debemos partir de la base de que nuestra libertad tendrá como límite el comienzo de la libertad de los demás. Inevitablemente todos debemos resignar una porción de libertad para vivir en sociedad, de otra forma no tendríamos un marco en el cual sentirnos seguros para desarrollar nuestra vida. Esto es así, por ejemplo, porque cada vez que tomamos como regla cumplir con las leyes vigentes limitamos nuestra libertad en pos de una convivencia en sociedad. Y cada vez que obedecemos los postulados sociales aceptados por la mayoría, también estamos limitando nuestra libertad. Pero esto no esta mal. Damos una parte de nuestra libertad a cambio de seguridad, armonía, previsibilidad y protección.
Para Foucault “La libertad no puede ‘conquistarse’, es preciso construirla mediante la introducción de prácticas de resistencia en las relaciones de poder.
“Para la libertad, sangro lucho y pervivo”, nos decía Serrat parafraseando a Miguel Hernández. El problema surge cuando se usa la palabra libertad para justificar que cada uno puede hacer lo que le dé la gana no solo con su vida, si no con la de los demás (esa es la libertad de la selva). A lo largo de la evolución los seres humanos fuimos buscando modos que nos permitieran vivir en comunidad de la forma más armónica posible y esos métodos y formas fueron plasmados por intermedio de sus líderes mediante las religiones, las leyes y las normas. La organización social, mediante diferentes formas de gobierno también fueron maneras de ordenar nuestra convivencia pacífica. Cada una de estas limitaciones a la libertad primigenia de hacer cualquier cosa con nosotros y con nuestros semejantes, fue un avance en pos de vivir en paz, más seguros y de ser posible, en concordia. Todos aceptamos estas limitantes pero bajo una premisa básica que no puede obviarse: deben ser normas y métodos que puedan entenderse como “justos”. Para pasarlo en limpio: nadie puede estar de acuerdo con ceder libertad si no es a cambio de algo que no considere justo y equitativo.

¿A dónde está la libertad?
Pero no siempre todas las normas, leyes, códigos o usos y costumbres han sido percibidos como justos. Los humanos vivimos en una puja constante de intereses contrapuestos, donde lo concreto es que algunos consideramos justo lo que otros perciben como injusto. Esa situación hace que inevitablemente se generen conflictos que no son un problema en sí mismos, pero sí lo es la forma a la que se apele para resolverlos. Hay veces que inclusive se recurre a las guerras o a las revoluciones para ello.
A lo largo del tiempo los sistemas de gobierno fueron evolucionando, desde aquellos en los que la autoridad de decidir qué cosa era justa y cuál injusta se concentraba en una sola persona, hasta llegar a los actuales sistemas occidentales donde el poder de decisión se encuentra repartido y recae en última instancia en cada uno de los miembros de la sociedad mediante el voto. Este no es un sistema perfecto ni mucho menos, pero es el que hemos acordado utilizar en forma pacífica y mayoritaria, y por ende debe respetarse.
Es posible que estemos a las puertas de repensar un nuevo contrato social que lime los problemas que con el sistema actual parece que no podemos resolver, pero mientras tanto este es el sistema que hay y dentro de él deberemos buscar limar nuestras diferencias.
Volviendo al tema del uso de la palabra libertad, esta no debería ser utilizada para justificar cualquier cosa, ni tendríamos que aceptar que se use para resignar lo que se considera justo y equitativo. Además, si solo prevalecen las libertades individuales se destruiría el orden social y estaríamos regresando al estado de naturaleza salvaje.
Si para poder sentirme libre me atribuyo el poder de transgredir todo marco legal, o de tomar los bienes o la vida de otros, entonces ese concepto de libertad no es el que mayoritariamente debería adoptar mayoritariamente la sociedad. Todos los seres humanos nacemos y deberíamos permanecer en libertad, pero separada de un marco de equiparación de oportunidades y justicia social es una libertad que excluye a muchos de nuestros congéneres, por lo que nunca debería ser aceptada como tal.
En estos tiempos de transición es momento de pensar en qué tipo de libertad queremos. Ejercerla y defenderla es una obligación de cada uno de nosotros. Debemos razonar por nosotros mismos, aplicar nuestro sentido crítico y no permitir que nos endulcen los oídos con peligrosas consignas individualistas adornadas, a manera de gancho publicitario, por la palabra “libertad”.


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