Reflexiones en cuarentena
“Divide y triunfarás” diría ese virus con coronita si pudiera hablar. Y es que lo que más hizo fue dividirnos. Primero nos separó en grupos, para después aislarnos por completo. Así surgió el grupo de los trabajadores esenciales (y por descarte ¿el de los prescindibles?), los grupos según la fase en la que se encuentran, los grupos por tipo de sangre (que según algunas noticias eran más o menos propensos a contagiarse), y el grupo de riesgo.
¿Pero qué implica estar en el grupo de riesgo en la pandemia por Covid? En principio que, quienes reúnen determinados parámetros (mujeres embarazadas, personas mayores de 60 años de edad o aquellas con patologías preexistentes) deben tener cuidados especiales, porque estadísticamente el virus podría tener mayores consecuencias negativas si lo contraen. ¿Pero qué más significa?
Hace unas semanas hablé con un conocido, que al preguntarle cómo estaba llevando este tiempo, me contestó con voz apesadumbrada, detallando todos los recaudos que tomaba, y añadiendo: “Es que soy grupo de riesgo”. Esto me hizo pensar lo difícil que es llevar la “etiqueta” de riesgo (que entiendo su clasificación es necesaria para prescribir determinadas conductas a parte de la población y otorgar especial protección), pero que muchas veces adquiere otro ribete por el cual ese nombre toma consistencia en ser. Entonces, no solo se está en el grupo de riesgo sino que se “es” grupo de riesgo. Esta distinción que puede parecer una simple semántica, marca para el psiquismo, la diferencia entre poder estar (y no estar) incluido en determinada categoría, a ser (sin posibilidad de movilidad alguna) algo, identificándose con ello. Y más allá de las causas, que dan motivo al riesgo, y su posibilidad o no de modificación, está el impacto que trae a un sujeto, identificarse, hacerse uno con ese riesgo, el cual, no nos olvidemos, no deja de ser una construcción que habla de una generalidad de casos, pero de ninguno en su singularidad.
Por otra parte, que solo algunos estén en el grupo de riesgo, genera la falsa oposición, binaria, de que los otros, no lo están. Lo que puede potenciar conductas irresponsables, desde una errónea creencia de inmunidad, que toman forma en una sociedad que, como ya recorté en columnas anteriores, está atravesada por el individualismo del “sálvese quien pueda”. Lo cierto, es que todos tenemos un riesgo concreto frente a la pandemia (“El virus no discrimina” señala Judith Butler), más allá de que algunos puedan tener mayor vulnerabilidad que otros.
Otro apartado se merecen las emociones que se pueden suscitar en personas con determinadas patologías preexistentes, mujeres embarazadas o adultos mayores, con incremento de sentimientos de desamparo, miedo, estrés, ansiedad y angustia. Esto se debe por un lado a los distintos procesos de duelo en los que cada uno se vio interpelado y, por otra parte, a la vivencia de incertidumbre sobre el futuro. Andrea Altman (2017), doctora en psicología, postuló que el impacto disruptivo de “lo incierto inestable” produce en la subjetividad de la persona un “vivenciar de incertidumbre por disrupción”, que se transforma en un factor más de riesgo de afecciones tanto psíquicas como somáticas. Es decir, que no solo es relevante como nos encontró la pandemia, sino el modo en que cada sujeto la transita.
¿Y qué pasa con las familias o el entorno cercano de aquellos calificados “de riesgo”? Aquí el temor no es solo por su integridad sino también por “llevar” el virus a su entorno cercano, confluyendo en ellos aquella defensa por la cual se tiende a expulsar lo distinto, poniendo la amenaza en el exterior y, al mismo tiempo, encarnando en su propia persona un potencial portador y transmisor. A ello se suma el desgaste y el agotamiento, cuando aquellos cuidados se cronifican. Por ello es importante, cuidar a los que cuidan. Y no me refiero solo a los profesionales de la salud sino a todos aquellos que están cuidando de un otro.
Todo esto me trae a colación el concepto de “responsabilidad social”, que refiere al impacto que cada uno tiene en la comunidad y que en el contexto de la pandemia nos desafía a descentrarnos de nosotros, para pensar nuestro ser en su vincularidad constitutiva con los otros, y en el entendimiento de que solos no vamos a ningún lado.
Al poco tiempo de mudarme a Ushuaia (ya hace muchos años), empecé clases de teatro, dictadas por dos hermanos, a los cuales quiero mucho, que nos dieron un ejercicio que consistía en que el grupo de aproximadamente 15 personas debía merodear por un espacio, siguiendo determinadas consignas, pero con la indicación de que los cuerpos debían distribuirse armónicamente por toda la sala, sin dejar lugares vacíos. Ello, generaba que uno no solo se movía según su deseo sino también observando el movimiento de su entorno. Como todo ejercicio, fue difícil al principio, hasta llegar a una fluidez con el paso del tiempo. Pienso que en la comunidad pasa algo parecido. Como todo sistema, forma un delicado equilibrio, a partir del cual un movimiento en un lado, genera un cambio en otra parte. Sin embargo, podemos ir caminando “en la nuestra”, movidos solo por nuestro interés, u observando también al entorno y guardando de respetar los derechos del otro.
Así frente a una pandemia, o a lo que sea que haya que ponerle el pecho, hay que danzar en comunidad, cómo se pueda… por internet, en burbujas sociales… usemos la imaginación, tendamos lazos, y no nos olvidemos que hay un grupo que nos contiene a todos y ese es el grupo humano.
Diario Prensa
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