Una ecuación que no cierra:
La esperanza de vida en todo el mundo se viene incrementando de manera continua desde hace más de medio siglo. En nuestro país en 1950 era de 52 años de edad, mientras que en 2021 fue de alrededor de 73 años, con la previsión de que en las próximas décadas podría llegar hasta los 100 años de vida.
Por otro lado las estadísticas correspondientes al año 2020 marcan que la tasa global de fecundidad, es decir el número de hijos por mujer, se ubicó en 1,54, el valor más bajo de la historia. Aquí es importante decir que para que una población se sostenga en el mismo número, la tasa de fecundidad debe situarse por encima de 2.1 hijos por mujer. Esta realidad no es solo de nuestro país, si no que es una constante en muchos de los países de occidente.
Se considera que el aumento progresivo en la esperanza de vida es debido a:
– El acceso masivo a la atención sanitaria tanto y a los avances logrados en medicina, como factores que han encontrado respuestas eficientes para prevenir, curar y/o tratar un gran número de enfermedades otrora mortales.
– La desnutrición como así también las dietas insuficientes han tenido una significativa mejora, a pesar que todavía falta mucho por hacer.
– Se fue popularizando el conocimiento de los factores predisponentes a la enfermedad, como por ejemplo la obesidad, el sedentarismo, el estrés, el alcoholismo, etc., con los consecuentes cambios en los hábitos de vida.
– Los diversos tipos de tareas laborales como la mecanización de las mismas fueron cambiando el nivel de exposición a esfuerzos, riesgos y enfermedades en los trabajadores.
– Los avances de la ciencia y la tecnología aplicados a la sociedad del bienestar, también han contribuido a alargar la esperanza de vida significativamente.
Por el otro lado la tendencia a la disminución del número de nacimientos tiene que ver con los cambios en el rol de la mujer, pero también con la urbanización, el cambio en la conformación de los nucleos familiares, la apetencia por un estilo de vida relacionado a las realizaciones y el disfrute individual.
También hay que tener en cuenta la existencia de la mayor autonomía y libertad de la que gozan actualmente las mujeres, desde el punto de vista de poder planificar respecto de cuántos hijos se desea tener y en qué momento, evaluando postergar la concepción hasta una determinada instancia y priorizando tal vez otros objetivos, como por ejemplo los educativos o laborales.
En general, esta es la característica de las mujeres de los sectores medios urbanos, pero cabe resaltar que esa no es la situación de las mujeres de los sectores más vulnerables, que son las que manifiestan en estos momentos una fecundidad más alta.
Lo cierto es que en todo el mundo los países están experimentando un estancamiento de la población y un desplome de la tasa de fertilidad, en un brusco giro sin precedentes a lo largo de la historia. Sin lugar a dudas esta realidad tiene claras consecuencias sociales y economicas a corto, mediano y largo plazo.
Actualmente al trabajar hasta la edad de 60 años en el caso de las mujeres y de 65 años, en el de los hombres, las personas podrían vivir un retiro de más de 40 años, cuando anteriormente se esperaba que el goce de la jubilación de una persona no rebasaría los 10 o 15 años de sobrevida. De igual manera al ir disminuyendo progresivamente la cantidad de jóvenes que ingresan al mercado laboral, la ecuación entre aportes y retiros hace al sistema jubilatorio difícilmente sostenible.
Por otro lado el gasto en salud se está viendo fuertemente incrementado por los múltiples estudios complementarios de alta complejidad, los nuevos y caros procedimientos y tratamientos que se realizan, y la cantidad de años que cada individuo hace uso de los mismos.
Otra de las consecuencias visibles es la migración de las poblaciones. En los países donde el índice de fecundidad es bajo y la esperanza de vida alta, empiezan a faltar trabajadores, y dada la globalización en la que vivimos, esto se compensa con la llegada de jóvenes de países con economías menos favorecidas. Por un lado esta alternativa es una forma de resolver el problema inmediato, pero trae como consecuencia cambios sociales y culturales que impactan fuertemente en la raíz de cada una de esas sociedades.
En síntesis: se viene un mundo con más gente envejecida y jubilada, menos nacimientos y trabajadores jóvenes. Ante este panorama ¿va a poder la fuerza laboral sostener a las generaciones mayores? ¿No habrá que replantear el sistema previsional, entre muchas otras cosas?. Las propuestas que aparecen en el horizonte van desde subir la edad de jubilación a crear fomentos para que la gente decida tener hijos, como por ejemplo brindar subsidios para alivianar la carga financiera que afrontan los padres con la crianza y la educación. Algo que también se está ya observando es la segmentación del mercado, es decir comenzar a considerar a los adultos mayores como potenciales consumidores de servicios recreativos, educativos y tantos otros, que contribuyan a dinamizar la economía. Es decir, ya no como demandantes sino también como actores activos de una sociedad activa.
Algunos países ya se preparan. El Estado francés por ejemplo está trabajando en beneficios como extensiones en las licencias por paternidad y maternidad, además de contar con subsidios únicos de casi 1.000 euros por cada nacimiento nuevo, para ayudar en los primeros gastos, y otros subsidios básicos durante los primeros tres años del niño.
La mayoría de los individuos tenemos la tendencia a observar solo el árbol y no el bosque. Vemos los problemas solo desde la realidad inmediata y personal y entonces corremos el riesgo, si no somos capaces de anteceder las acciones de la sociedad a los problemas que inexorablemente tendremos que enfrentar, que en no mucho tiempo estaremos ante sistemas desfinanciados que no podrán brindar los servicios básicos con la calidad que todos aspiramos.
Claramente la situación pide que se empiecen a diseñar políticas y generar cambios en el sistema desde ahora para poder atender a esta realidad y este futuro, que ya llegó.
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