Carta abierta a las señoras y señores legisladores

Carta abierta a las señoras y señores legisladores

Carta abierta a las señoras y señores legisladores

Me atrevo a compartir con Uds. estas reflexiones con el objeto de exponerles una mirada que, estoy seguro, representa a un importante porcentaje de nuestra población. Las escribo con la esperanza que sean leídas y motiven en ustedes un profundo análisis.

Porque, aunque las preocupaciones políticas y económicas actuales, deben ser de interés cotidiano, debemos entender que no siempre está en juego solamente eso, están detrás de vuestras decisiones, el futuro de un enorme porcentaje de fueguinas y fueguinos e incluso otros que no se hallan representados, porque aún no han nacido.

Si alguna ventaja tenemos en aquellos lugares del mundo que aún no disponemos de un enorme desarrollo, es que podemos valernos de las experiencias de otros para decidir qué nos conviene desarrollar y qué es mejor evitar.

Qué estamos dispuestos a explotar y qué elegimos preservar. Qué resignadamente vamos a utilizar para nuestro presente y qué tomamos la firme decisión de proteger. Porque como bien alguien ha dicho: “una sociedad se define no sólo por lo que construye, sino además por lo que se niega a destruir”.

Es verdad que necesitamos ingresos de divisas, inversiones y puestos de trabajo, pero es absolutamente negativo que ello implique contaminar, privatizar y sacrificar todo. Porque este canto de sirenas nunca incluye los verdaderos costos y nada puede ser rotulado de “desarrollo” si se apoya en una actividad que beneficia a unos y perjudica a otros.

No puede ser calificado como desarrollo aquello que solamente responde a la voracidad insaciable de una generación que no piensa en nadie más que en sí misma.

No tengo ninguna duda que este modelo de producción de salmones es altamente contaminante, genera puestos de trabajo, es cierto, pero destruye otros, esclaviza a muchos trabajadores del mar, perjudica a las especies nativas, mata el fondo marino, genera accidentes y muertes, desvaloriza contaminando nuestros paisajes naturales, culturales y simbólicos, destruye la identidad de un destino turístico y le otorga pésima reputación.

Una fama que se encuentra en las antípodas de lo que ofrecemos como “EL FIN DEL MUNDO”. Crean por favor lo que les escribo, no hace falta saber mucho de turismo como para saber que los destinos con mayor futuro y demanda son y principalmente serán aquellos que puedan garantizar la oferta de paisajes prístinos, pueblos auténticos y una cultura fuerte.

De ninguna manera podemos vender atractivos y, una vez en el sitio, ofrecer polución, galpones sobre la costa, basura, impacto antrópico y gigantes jaulas que guarden procesos pestilentes.

Este modelo de producción de salmones que nuevamente se pretende vender como la panacea y solución a nuestra economía débil, privatizará nuestras bahías, ocupará nuestras bellas costas marinas y aquellos mejores lugares escénicos, entorpecerá las navegaciones recreativas y turísticas y destruirá irremediablemente la mística que millones de potenciales turistas esperan encontrar en un lugar que despierta el imaginario de “lugar extremo”.

Hace pocos días escuchaba las declaraciones de un importante funcionario gubernamental, en las que decía que las prístinas aguas de las que disponemos son aptas para la producción de salmones. Como si se tratara de aguas limpias que solo tienen valor si producimos algo en ellas, es decir si las contaminamos.

El valor de nuestras prístinas aguas radica esencialmente en eso son prístinas, de ninguna manera en que le pongamos jaulas con millones de salmones exóticos, defecando y orinando en ellas, además de todos los demás procesos contaminantes.

Porque esa idea de desarrollo bien nos lleva a pensar que para valorar la majestuosidad de nuestras montañas que besan el mar, es indispensable pensar en minería o para juzgar la calidad de nuestros bosques nativos solamente en cuanta madera podríamos producir.

No somos hippies o enemigos del desarrollo, somos habitantes que representamos a distintos sectores que tenemos una mirada diferente respecto de lo productivo, observamos con desconfianza el consumismo irracional que trata a nuestro patrimonio natural como a un recurso inagotable.

Estamos convencidos que dejarnos seducir por emprendimientos empresarios que, ante el primer revés “hacen las valijas y se van”, nos obliga a priorizar al empresariado enraizado en el lugar. Miramos con empatía y respeto a nuestra población y principalmente no dejamos de pensar en el futuro que estamos dejando a las y los que vienen.
Reconocemos que para algunos esto es difícil de entender.

Pero estamos en una instancia de nuestra historia, en que deberemos decidir de qué queremos abastecer al mundo y a qué renunciaremos, convencidos que el costo es demasiado elevado o irrecuperable. Deberemos asumir si, más allá de lo que reclamen mercados exóticos, primero estamos los que vivimos aquí, nuestro sustento y calidad de vida. Nuestro patrimonio natural, tal como está y bien administrado, encierra valores que muchos desearían tener en el mundo. Mientras por aquí algunos pretenden convencernos que solamente resultan beneficiosos si practicamos con ellos un extractivismo perverso.

Es imperioso hacerle entender a las nuevas inversiones que lo que podrán hacer en nuestra provincia debe convivir con las ya existentes.

Es verdad que Uds. legisladoras y legisladores, tienen la obligación de escuchar a todos los sectores y a los potenciales inversores, pero deben recordar a quienes están representando. Que escuchar a algunas voces no implique desoír el clamor de la ciudadanía. No todo es negociable.

Que el árbol no les impida ver el bosque. Que las jaulas no le impidan ver el mar.


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