Reflecciones en cuarentena
Estos últimos días nos anoticiamos de nuevos casos de Covid-19 en la provincia, después de muchas semanas sin casos positivos. Este fenómeno no es algo aislado, sino réplica de lo que viene sucediendo en varias provincias de nuestro país y ciudades del mundo. Parece ser que hasta que no se descubra la vacuna, la nueva normalidad va a implicar la convivencia con rebrotes, fases que avanzan y retroceden, medidas que se laxan y se vuelven a extremar.
Entre paisajes blancos y heladas matutinas se respira un aire de cierto relajamiento de los cuidados. Esta habitualidad con la que percibimos la pandemia, que ya es parte de nuestro día a día, puede generar una falsa sensación de inmunidad. En marzo, en general, nuestra percepción estaba más del lado de la paranoia, invadidos por el temor y la sobreestimulación mediática. Nos hablaban de la tan temida curva, de cómo aplanarla, del pico de la curva, pero lo que no nos dijeron, es que la curva es fluctuante, y puede bajar y volver a subir y así sucesivamente. Hoy casi no miramos la TV, sentimos que lo peor ya pasó, y estamos más cerca de la negación del “no pasa nada si…”. Por eso es importante que podamos diferenciar la realidad fáctica, de la vivencia que tenemos de ella y estar atentos a los cambios de nuestro contexto.
Pero ahora bien, ¿qué pasa cuando la exposición a una situación fáctica disruptiva, se torna reiterada y sostenida en el tiempo? Conceptualmente implica el pasaje de un evento disruptivo a un entorno disruptivo, donde la amenaza permanente genera un mayor potencial patogénico. Esto tiene como correlato psíquico un vivenciar de incertidumbre por disrupción (Dra. Andrea Altman, 2017), que puede aparejar distintas respuestas que varían en función de los recursos que tengamos para hacerle frente.
La amenaza del rebrote está latente y nos tiene en vilo, con la mochila llena de ansiedades, temores y angustia a cuestas, por cómo seguirán los próximos meses. Si bien, alguien podría decir, que la realidad es siempre cambiante y no tenemos nada “asegurado”, nuestra vida cotidiana se asienta en un simulacro de normalidad que construimos para poder vivir básicamente… pensar, proyectar, planificar, etc. En tal sentido, la Dra. en Comunicación Sandra Valdettaro (2020), señala: “A pesar de la profusión de diagnósticos de todo tipo que desde hace décadas vienen anunciando la inminencia de la catástrofe, la humanidad quedó, sin embargo, en un estado de estupefacción y con un sentimiento de imprevisibilidad y suspensión del sentido común, esto es, de suspensión de ese simulacro de naturalización de la existencia de la realidad que la fenomenología plantea como necesario para el desarrollo y mantenimiento de la vida social.”
Entonces, ¿cómo pensar los proyectos, el trabajo, el estudio, la organización familiar, entre tantas idas y vueltas? Cuando estábamos volviendo a retomar algunas actividades, otra vez nos encontramos con el fantasma de un regreso a marzo. La situación epidemiológica cambia todo el tiempo, y es difícil proyectar a mediano plazo porque semana tras semana varían las medidas. Y se avizora un tiempo en el que tendremos que acostumbrarnos a vivir con la incertidumbre.
Otra cuestión, es que ante cada peligro de rebrote también se recrudece la violencia, especialmente en redes sociales, de quiénes ven en aquellos que arriban a la provincia un enemigo, “los que traen la peste”, proponiendo, quienes encarnan este discurso, desde cierre de fronteras hasta dispositivos electrónicos de vigilancia. Desde otro ángulo, están quienes apelan a la responsabilidad individual, dejando librado a la esfera de cada uno el deber de cuidado de sí y del prójimo. Y no quiero olvidarme de quiénes apuntan a las autoridades de los distintos niveles como los únicos responsables de la situación epidemiológica, como si trabajaran solos (recordemos que somos una de las provincias con mayor cantidad de empleados públicos), como si no los hubiéramos elegido democráticamente y, en definitiva, poniéndose desde afuera, como si “lo público” fuera de unos pocos. Nos comemos los sesos, echándonos culpas entre nosotros, como si fuera una batalla, recreando esta semántica bélica, que se fue impregnando en nuestro vocabulario, para hablar del virus y todo lo que lo rodea. Complicadas posiciones, que además de peligrosas, ya que no tenemos el anonimato de las grandes ciudades, caen en saco roto, porque se focalizan en una discusión estéril, como si fuera una lucha de buenos contra malos, cuando en realidad todos estamos tratando de hacer lo que podemos en medio de una pandemia. Porque el que llega en avión es también un hijo que estaba estudiando en otra provincia o un amigo que había quedado varado.
Por otro lado, no es lo mismo como vivimos la llegada del virus en marzo, que nos tomó prácticamente por sorpresa, y tuvo un impacto también en nuestra psiquis y la forma de procesarlo en forma solidaria a esa imprevisibilidad, a hoy, que contamos con experiencia y algunas herramientas para lidiar con las distintas emociones, con los cuidados concretos que debemos llevar, y con la presencia de dispositivos institucionales creados para resolver muchos de los conflictos cotidianos.
En tal sentido es clave que podamos capitalizar la experiencia de estos meses y “anticiparnos” pudiendo pensar estrategias, ideas, proyectos, que se adapten a esta realidad transitoria (y no tanto) que nos toca atravesar. Esta forma de prepararse psíquicamente frente a eventuales contingencias hace que generemos una especie de “colchón” que amortigüe el impacto de determinadas situaciones, haciendo que el trabajo psíquico que demanda recomponerse se vea favorecido en ese proceso de ligadura, a cuando la irrupción es intempestiva, sin ningún tipo de señal. Si estas fluctuaciones van a formar parte de nuestra nueva realidad, es hora que empecemos a pensar formas de hacer con ello; aceptar que no todo se encuentra dentro de nuestra esfera de control, y hay cosas que nos pasan, a pesar nuestra voluntad y de nuestros planes, habilitando así la emergencia de una lógica nueva.
La socióloga Maristella Svampa (2020), señala: “Las crisis, no hay que olvidarlo, también generan procesos de «liberación cognitiva», como dice la literatura sobre acción colectiva y Doug McAdam en particular, lo cual hace posible la transformación de la conciencia de los potenciales afectados; esto es, hace posible superar el fatalismo o la inacción y torna viable y posible aquello que hasta hace poco era inimaginable. Esto supone entender que la suerte no está echada, que existen oportunidades para una acción transformadora en medio del desastre.”
Ya tenemos cuatro meses de experiencia para analizar cuales son las acciones más adecuadas para cuidarnos y así poder proyectar el futuro inmediato, todo sin perder la conexión con la realidad ni la perspectiva, sin las cuales podemos correr el riesgo de desbordarnos. Entre el optimismo idealista y el pesimismo radical, hay un lugar posible para la acción conjunta y coordinada.
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