Diego… el más humano de los dioses

Diego… el más humano de los dioses

Una nunca está lista para un día así. Para los hombres amados por el pueblo, todos pretendemos su inmortalidad. Maradona nunca se va a morir porque ¿cómo se va a morir el Diego? No, él no es como esos simples mortales. El Diego es Dios.

Hay una parte minúscula, pero fuerte que adentro fantasea con esa utopía de que los Diegos (pocos, únicos, casi ninguno) no van a morirse en serio. Son humanos, pero no ejercen.

Siempre supimos que Diego iba a ser inmortal. Lo dijimos en una charla en el barrio, un sábado cualquiera mientras revolvíamos una olla vecinal y hablábamos de «La Mano de Dios». Porque una fracción de esperanza quería aferrarse a esa idea: Diego es Dios.

Dios no muere. Diego no muere.

Es pensamiento científico básico.

Y una nunca está lista para un día así.

Igual pasó hace unos años, un día como hoy, cuando el mundo fue peor porque partió Fidel. Y tampoco estábamos listos. Fidel nos había mostrado una revolución posible. O cuando se fue Néstor, unos años antes. Una se entera y desea que sea una fake news, una noticia falsa, un rumor o una mentira para que podamos afirmar que Dios existe y nació en el barro. Y que Dios, en sus múltiples representantes de zurda, siempre se le planta al imperialismo.

Pero los humanos somos finitos, incluso los que ofician de Dios. Se mueren. Y ayer, el Diego se murió. Murió un Dios que no era un Dios cualquiera. Era un Dios con conciencia de clase, un Dios que se sentaba 5 horas al lado de un Chávez que hablaba sin parar. Un Dios que peleó cada día por superarse y ser mejor. Un Dios del potrero, que usaba Rolex y se tatuó al Che. Y a Fidel. Y nosotros nos lo tatuamos a él.

Diego está muerto y no lo puedo y no lo quiero, creer. Con él se muere la esperanza de que no se muera nunca, de que sea inmortal.

Diego nos dio alegrías, pero también nos dio discusiones. Dio posturas sobre todo en la vida. En las vidas de todos. El vivió un montón de vidas y en todas lo amamos.

Diego nos hizo pelear con alguna compañera – que lo tildaba de todo – o con la tía más paqueta que lo calificaba de «negro y falopero» y a nosotros siempre nos importó más lo otro. Las alegrías. Las sonrisas. El fútbol. La política. Las luchas que transitamos juntos, y de las que él nunca se enteró.

Yo ¿qué le puedo recriminar a Diego? ¿Qué alegrías le diste vos a un mundo entero? Diego hizo más por las Malvinas que todos nosotros juntos. Los ingleses todavía lo lloran y nosotros todavía lo disfrutamos como si fuese ayer.

Una nunca está lista para un día así.

Mi hijo come y mira a Diego en la TV, y le hace manitos, como siempre. Porque lo ama. Y a mí me conmueve y lloro. Y no quiero comer. No puedo comer.

Y tampoco quiero creer. No puedo creer que ya no esté nuestro Diosito de las causas populares y la pelota limpia que nunca se mancha. No.

Espero nunca estemos listos para aceptar, para entender estos días de mierda, de ausencia, de dolor… y siempre estarlo para dejar en la memoria de la historia desde éste minúsculo pero inmenso lugar, el del pueblo que te llevará como bandera hasta la victoria, siempre.

Descansa Diegote.

Los dioses también merecen descansar.


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