Don Juan, penado Nro. 37

Don Juan, penado Nro. 37

Don Juan, penado Nro. 37
Juan Gómez, conocido por todos e inscripto en la historia como «Don Juan».

En una precaria pensión de Ushuaia ubicada sobre la calle Godoy, hoy conocida como San Martín, terminando el 5 de abril del año 1916 y siendo las 21.50, Manuel Rocha y su esposa, se aprestan a dormir. En un par de habitaciones de la misma vivienda, descansan un tal Francisco Salgueiro y otros dos pensionistas, José Canedas Vázquez y su hijo, Manuel.
La mujer, llamada Juana, escucha ruidos en el exterior de la vivienda, a los que identifica como el movimiento de un caballo. Manuel se asoma por la puerta exterior y observa en las penumbras, la figura de un fornido visitante que luego sería identificado como Juan Gómez, a quien le pregunta la razón de su presencia. Don Juan, de esa manera era conocido, le responde que debía llevarle el caballo a su dueño don Manuel Pereyra, un comerciante que vivía en las proximidades y que parece ser, había prestado el equino a alguno de los huéspedes. La respuesta de Rocha: “¡Estas no son horas para venir a buscar al caballo!”, parece haber sido el desencadenante de lo que pasó. Juan Gómez atravesó el umbral de la casa cuchillo en mano, le asestó dos puntazos en el pecho a Rocha, que tambaleó y giró hacia Canedas Vázquez y Salgueiro que ya se asomaban alertados por los gritos. Rocha alcanzó a balbucear apenas un: “Me mataron…”, cayendo al piso mortalmente herido. El agresor entonces avanzó hacia Canedas y lo hirió brutalmente, antes de escapar corriendo. Parecía haber cumplido una misión premeditada. La segunda víctima afortunadamente pudo recuperarse pese a la gravedad de las heridas y resultaría ser uno de los testigos claves del hecho.
Juan Gómez era un hombre trigueño de buena altura, exponía una imagen de resignada y tranquila actitud pero su historial no expresa lo mismo. Fue autor de un crimen pasional en Córdoba y sentenciado a pasar largos años en el presidio de Ushuaia, institución a la que ingresó el 2 de octubre de 1908, con una condena de 12 años y medio que no terminó de cumplir ya que fue liberado antes de tiempo por buena conducta. Se le otorgó la libertad el 27 de marzo de 1914 y, como otros, quizás por haberse arraigado o por no disponer de dinero para regresar a su provincia natal, se instaló en una rústica habitación en el centro de una muy pequeña Ushuaia.
Leyendo su expediente, nunca quedó claro cuál había sido el móvil que lo llevó a Juan Gómez a apuñalar a dos personas esa fatídica noche. Cuesta creer que todo lo ocurrido haya sido por hallarse con algunas copas de más, ya que quedó demostrado que había recorrido previamente un par de boliches, el de Pereyra y el de los Beban, en compañía de un tal Ignacio Mercado, con quien trabajaba en el cuidado de ganado. En el proceso pesaron sobre el acusado sus antecedentes pero no quedó plasmada ninguna premeditación, aunque se sabe que conocía a las víctimas de cuando repartía el pan de la panadería de los Mata, que se hallaba en la esquina de las calles Godoy y “la 10”, hoy San Martín y Juan Manuel de Rosas.
El 30 de septiembre de 1918 Juan fue condenado nuevamente, en este caso a 25 años de prisión, pena de la que logró liberarse otra vez anticipadamente gracias al insistente pedido de libertad condicional de su asesor letrado.
Durante su encarcelamiento trabajó en el campamento del Monte Susana, vivía en un precario rancho, atendiendo al personal de la cárcel responsable de la vigilancia de los penados que diariamente eran destinados a esa zona para el talado de lengas, ofreciéndoles mates o leche recién ordeñada de las vacas que se hallaban bajo su cuidado.

Por esas cosas del destino, quien vigilaba ese campamento era el celador Manuel Canedas, hijo de una de las víctimas que logró sobrevivir de la cuchillada que le había aplicado Don Juan en el abdomen, en aquella lejana noche de terror. Mucho tiempo después se supo que Gómez había jurado matar a Canedas padre, porque éste había sido guardiacárcel en los tiempos de su primera condena. Todo parece indicar que ambos habían tenido algunos desencuentros, por lo que el presidiario había prometido matarlo, aunque no lo logró la noche en que mató a Rocha solamente por asomarse primero por la puerta.
El 8 de abril de 1933, la revista Caras & Caretas publicó una nota, de las tantas relacionadas con el presidio de Ushuaia, en que se puede leer: “El campamento de los penados que viven en el monte, es nómade. Va cambiando de sitio a medida que las hachas avanzan. Actualmente los obreros invaden el Cañadón del Toro. — ¿Quiere un mate, señor? ¿O un vasito de leche? -… dice un viejo de perita blanca, el penado Juan Gómez, que hace los honores de la casa. Es un viejo admirable. Sus compañeros de prisión le llaman simplemente “Don Juan”. Trabajador, educado, respetuoso, es el mejor consejero de todos. Nació en Córdoba, donde tiene un hermano. Hace veinte años cometió un crimen pasional que lo trajo al presidio. Poco tiempo después de su llegada a Ushuaia juró matar a uno de sus guardianes, de apellido Caneda, (Sic) que lo había castigado injustamente. Pero en la obscuridad, en vez de matar a Caneda mató a otro… Hoy, el guardián que lo vigila, es un hijo de aquel mismo Caneda a quien había jurado matar. Y ahora le pregunto a Don Juan: ¿Sigue siempre alimentando su idea de venganza?. — “No, líbreme Dios de semejante crimen. Aquello fue un arrebato de locura. Además, el hijo es tan bueno que aunque el padre me volviera a castigar injustamente, yo lo perdonaría en homenaje al hijo”. La vigilancia del campamento está a cargo del celador Manuel Caneda (h) y de dos guardianes. Pero los presos no dan ningún trabajo. Encontré a Caneda sentado en su refugio leyéndole a los guardias un libro con figuras. ¿Qué libro es ese? Son “Las mil y una noches”, (1) sin aparentes rastros de traumatizantes recuerdos de una noche en la que, siendo apenas un niño, pudo observar el escalofriante proceder de uno de sus custodiados.
En cuanto a Don Juan, su rastro se pierde en los laberintos de la historia de Ushuaia.

(1) Caras & Caretas. Edición Nro. 1801 / 8 de abril de 1933.

Foto: Archivo particular de Juan C. Lovece


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