El Acuerdo de Paris y las posibilidades del crecimiento verde

El Acuerdo de Paris y las posibilidades del crecimiento verde

Por Virginia RIZZO – Licenciada en Ciencias del Ambiente – Directora del Observatorio Socioambiental

 

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Virginia Rizzo
Lic. en Ciencias del Ambiente.
Directora del Observatorio Socioambiental – Instituto de Estudios Fueguinos (I.E.F.)

En el año 2015, luego de casi cuatro décadas de reuniones internacionales, se logró la firma de un documento que marcaría un hito histórico en materia de Cambio Climático. Lo que hoy conocemos como Acuerdo de Paris, entró en vigencia el 4 de Noviembre de 2016 y a grandes rasgos, propone que es necesario mantener el aumento de la temperatura mundial por debajo de los 2 C°, retornando a los niveles preindustriales que rondaban los 1,5 C° de temperatura planetaria. Según el documento, este ambicioso objetivo debería alcanzarse para el año 2100.

Si revisamos un poco la historia de la propuesta, no se puede soslayar los estudios de William Nordhaus, quien ya para la década de 1970, basado en registros estadísticos de temperatura mundial, sostenía que ésta no debería aumentar en el futuro más de 2 o 3 C° si se pretendía sostener un rango razonable.

Los postulados de Nordhaus no pasaron desapercibidos y ya para 1995, profesionales del Council for Climate Change introdujeron el límite de 2 C° formalmente. Luego todo fue cuestión de tiempo: la Unión Europea adopto el rango deseable de temperatura mundial de los 2 C° en el año 2009 y el G8 (el grupo de países industrializados con mayor importancia económica, política y militar del mundo) lo menciono en la Cumbre del Clima del Copenahue en 2010.

¿Existen chances de cumplir el objetivo?

Es claro que proponerse tal objetivo requiere del apoyo político y técnico a nivel mundial, regional y local, exigiendo políticas de mitigación y adaptación al cambio climático. Ya en el último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, conocido bajo las siglas IPCC, se recomienda reducir emisiones de gases de efecto invernadero de entre el 40% al 70% para el año 2050. Este ambicioso objetivo de posibles reducciones surge a partir de la evaluación de 1200 escenarios modelizados de todo el mundo, donde los indicadores más importantes son el crecimiento de la población y sus condiciones y posibilidades económico estructurales.

Muchos científicos coinciden en atribuir las mayores chances de que el clima cambie al impacto que genere la actividad económica sobre la naturaleza, ello sin perder de vista que las consecuencias de las complejidades ambientales impactan directamente a nivel sociocomunitario.

Con esto, queremos llamar la atención sobre el hecho que si bien es cierto que el impacto del cambio climático es uno de los aspectos que está en juego, también lo están otras dimensiones no menos importantes del desarrollo humano, como es la organización económica. Y es importante destacar que esta dicotomía se vio profundamente reflejada en el Acuerdo de Paris, dado que existe en él una vinculación estructural entre las metas climáticas y el crecimiento económico, lo que exige considerar algunos puntos de vista sobre esta relación entre economía y ambiente.

Posiciones encontradas

Lo primero que debemos aclarar es que existe una marcada diferencia entre las responsabilidades de los diferentes países o actores, si tenemos en cuenta que diez de las Naciones del mundo son responsables del 70% de la emisiones de gases que producen el calentamiento de la temperatura global y que la Argentina es responsable del 0,6% de las emisiones totales de dióxido de carbono, principal sustancia que afecta al cambio climático, proveniente de procesos de combustión ocasionados por cadenas productivas de las economías regionales y el transporte.

Dicho esto, conviene repasar algunos paradigmas sobre la estrecha relación en la que se encuentra el crecimiento económico y la cuestión de la protección del ambiente, los que, más allá de los matices, habilitan a reconocer tres posicionamientos diferentes.

Algunos equipos económicos plantean una perspectiva pesimista, cuyo origen se gesta en los años 70, la década del surgimiento de las cuestiones ambientales. Sus posturas se basan en el reconocido informe del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y están plasmadas en un documento conocido como “Los límites del crecimiento”, en el que las principales conclusiones determinan que el crecimiento de la población mundial, la industrialización, la contaminación y la explotación de los recursos naturales se podrían mantener sin modificaciones significativas solo si se lograra condicionar el crecimiento en la Tierra de los parámetros citados. Significó en su momento una postura de extrema alarma, cuya real materialización rozaría los derechos de la humanidad a crecer, desarrollarse y cumplimentar las propias necesidades.

Lo interesante de esta postura remite a que los siguientes estudios desarrollados a partir de este documento dieron luz, a través del rumano Nicholas Georgescu-Roegen que vinculo la ciencia física a las cuestiones ambientales, al nacimiento de lo que hoy cocemos como Economía Ecológica y cuyos principios abona en nuestro país el Doctor Walter Pengue, un científico de primera línea que ha contribuido en forma destacada a la difusión conceptual y propuestas metodológicas y aplicadas a lo largo de su trayecto académico y profesional.

En el otro extremo, se encuentran quienes sostienen (y sostenemos) que el encendido de alarmas lejos de significar un peligro catastrofista, debe fundar el paradigma programático del crecimiento económico verde, el que puede y debe combinarse con las políticas públicas ambientales y el consenso privado.

Para este caso debemos decir que esta postura se origina en el año 2009, de la mano de la  Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), quien publicó en 2011 la Declaración sobre Crecimiento Verde del consejo de Ministros. Allí se establece que este tipo de crecimiento debe complementarse necesariamente con las políticas económicas generando un círculo virtuoso de apoyo mutuo. En dicha lógica prevalece la intención que la misma protección ambiental lejos de reaccionar contra el crecimiento, puede generar novedosas líneas de acción dentro la las políticas económicas, para desarrollar bienes y servicios en clave verde. Hoy la pandemia por el COVID-19 genera un marco de replanteamientos, otorgando mayores campos de acción al desarrollo sostenible en el engranaje económico mundial. En otras oportunidades ya hemos sostenido la posibilidad de conjugar y reactivar el mundo de la postpandemia con los postulados del desarrollo sustentable.

Para finalizar, quisiéramos esbozar una mirada intermedia pero no menos importante. Llegamos así a los grupos y sectores que consideran que el concepto de desarrollo sustentable, tal como lo conocemos, condiciona drásticamente el equilibrio del crecimiento verde explicado en los párrafos precedentes. Esto es que la idea de crecimiento económico y de sustentabilidad ambiental son dos conceptos en sí mismos difíciles de conjugar y adaptar y que invariablemente, frente a una modificación de uno de ellos, disminuirá la valoración y posibilidades de interconexión del otro. El problema de esta postura intermedia, vendría a ser que no adopta un compromiso real frente a las necesidades humanas.

Pensar el acuerdo de París desde lo local

A lo largo del artículo hemos repasado algunos disparadores consecuencia de los postulados del Acuerdo de París. Nos resta pensar la situación local y como en Tierra del Fuego podemos contribuir a actualizar nuestros postulados ambientales, entrelazando en una verdadera dialéctica de crecimiento verde, las fuerzas impersonales (pero también personales) del mercado con políticas públicas que arrojen resultados concretos sobre le impacto ambiental.

Nunca es tarde para recurrir al largo plazo, para pensar en la posibilidad de adelantarse a una tendencia. En ese sentido, pensar en algún tipo de certificado verde, de ventaja impositiva, quizá constituya un primer acercamiento a mercados que no tardarán en abrirse camino en la postpandemia, donde la salud de la humanidad, clama por el mejoramiento de los estándares de calidad. Ya que el mundo se detuvo y aún no se están debatiendo las modalidades en que vamos a reactivarlo, todos aquellos que deban comenzar de nuevo y los que nunca se detuvieron, pueden ponerse a pensar como regresar de una mejor manera.

Mejor hacerlo hoy, que nos sobra más el tiempo que antes y que el mundo goza de una sensibilidad especial por todo lo que venimos transcurriendo en este año tan extraordinario. Seguramente todos los países estarán más dispuestos a escuchar y proponer.


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