Celosamente custodiado en lo más recóndito, entre el cielo y los sueños; en un lugar al que todos hemos ido, pero que pocos recuerdan, se alza como un monumento antiguo: el Banco de Besos.
Su sola existencia es un enigma. ¿Qué podría ser más efímero que un beso y a la vez esconder el mayor tesoro en el corazón de cada persona?.
Y así, desde la lejanía, se pueden ver extraños seres de luces y sombras. Ellos, nacidos de los primeros sueños dentro del vientre materno, son los encargados de depositar y retirar del banco cada beso grande o pequeño, olvidable o inolvidable.
El banco abre nuestra cuenta al nacer. Ese primer beso que nos recibe, el de nuestra madre, es guardado como un tesoro en lo más profundo y seguro de la bóveda.
Luego desfilan los besos de nuestra infancia. Los besos de papá acompañados con cosquillas de una barba mal afeitada; los besos `para curar heridas´ de mamá junto a los “sana….sana…colita de rana” luego de las caídas en triciclo; los besos de antes de dormir, los besos de saludo antes del jardín o la escuela y … tantos otros besos chiquitos y diarios que casi, casi, pasan desapercibidos. También ahí están los besos cariñosos de las tías y los besos llenitos de amor de los abuelos. Los besos de adolescentes también están. Ahí, cubiertos de perfumes y flores encontramos esos besos tímidos y también el del primer amor, cargado de ansiedad y ternura. Los besos robados, los besos de amigos entrañables… todos están ahí, imborrables.
La adultez deposita besos de amor y de días compartidos, besos rutinarios antes de salir a la oficina, besos que suman amor diario, besos de despedidas, de esos que no podemos sospechar que serán los últimos que demos a un ser querido; besos de miel y hiel son guardados por igual. Los besos de hijos cargados de amor y de esperanzas, los besos de nietos y un amor que pensábamos que no teníamos y que florece.
¿Los besos tienen un valor? Sí, tienen un valor. No es lo mismo un beso a las corridas antes de trabajar que el beso apasionado de un amante. Ni puede ser igual el beso del adiós, que un beso robado. Todos son besos pero no todos son iguales. Y así también pueden cambiar de valor. Quizás un beso de todos los días, un beso cotidiano dado sin pensar se convierta en un momento mágico, en un recuerdo luminoso porque cuando lo dimos o nos lo dieron no podíamos saber lo que pasaría después… quizás algo maravilloso o trágico que se convierta en un tesoro perenne.
Ahora bien… ¿y cuándo nos permiten retirar los besos?… ahí está la magia y la presteza de cada uno de aquellos guardianes que acompañan nuestros días y destinos. Cuando estamos solos, desanimados, vencidos… ahí es cuando nos llega sin pensarlo ni buscarlo, uno de esos besos.
En las noches de desesperanza cuando el sueño nos resulta esquivo nos visitan los besos con arrullos de la niñez para soñar con días más felices.
Cuando sentimos que no podemos, cuando los días grises nos alcanzan y parecen eternos, viene a buscarnos el beso de ese amor que parecía imposible y que sin embargo y contra todo pronóstico conseguimos y atesoramos.
¿A quién en momentos de turbiedad no le ha sacado una sonrisa el recuerdo de unos ojos bellos y el beso de un amor perdido y que creíamos olvidado?
Y por último, para cerrar la cuenta (porque este banco reintegra hasta el beso más chiquito), junto con el beso frío de la parca, nos entregan el primer beso, ese que se atesoró al nacer. Ese beso que acompañó nuestro viaje desde el primer día y que llevaremos impreso en el corazón hasta que detenga para siempre sus latidos.
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