UNA DISCAPACIDAD INCIERTA Y UN INTERES EVIDENTE.
María de las Mercedes Soto Maldonado no terminó de convencer a nadie en la sala de juicio. No pareció ser una mujer apesadumbrada o quebrada por el dolor de su pérdida. Aunque cuando tuvo que hablar ante el Tribunal lo hizo con un tono bajo, parecía en todo momento fingir sentimientos de angustia. Esto se denotaba al momento de responder preguntas del fiscal o de los jueces, en los que por momentos dejaba abruptamente el tono monocorde y elevaba su voz aguda en forma imperativa.
Insistente en usar palabras en diminutivo, como si quisiera endulzar a propósito sus dichos, sus palabras fueron completamente opuestas a las de la persona que encontró sin vida a don José, Yanina Ricaldes.
“Yo estaba durmiendo en mi cama. ¡José, José!, gritaba Yanina. Me senté en la cama y pregunté qué pasó. Las dos nos agarramos de las manos y nos fuimos a la puerta donde estaba José; ahí lo ví y entonces empezamos a gritar las dos. Nos agachamos a su lado y ahí fue cuando le sacamos la soga. Como yo gritaba tanto la Yanina se fue a buscarme agua. Yo mientras tanto le toqué la carita que estaba muy azul y helada después le subí la remera y tenía la panza helada. Después me vino el vómito y vomité el agua que había tomado, me dieron ganas de ir al baño. Estaba en shock. También le hice una caricia en su cabello, lo tape con el shalom (- una especie de manta -) para que no tuviera frio. Yo había apagado todo, había bajado los calefactores, a la 01 de la madrugada y a las 4.30 me levanté al baño y lo ví sentado en la cama, y le dije que faltaba un rato para que llegara la cuidadora”.
Fiscal: ¿Usted le sintió olor a alcohol?
No. Solo cuando venían los hermanos a verlo de Puerto Montt tomaba medio vasito de vino; cuando nos casamos también tomó un vasito de champán y el día de su cumpleaños que le celebré en abril, tomó un vasito de vino. Cuando sabía que iba a tomar un vasito de vino suspendía la medicación siempre.
Sobre los viajes reiterados que realizaba a su país de origen, María afirmó: “Yo iba con él cada dos meses a Punta Arenas para ver a mis hijos, estábamos diez o quince días. A veces me iba sola también. Después de su ACV cambió todo porque él no podía viajar. Yo le pagaba a una enfermera para que lo cuidara durante los días en que yo no estaba. Una vez dejé a mi hija para que lo cuidara. En un principio a mí me costó aceptar que él estaba enfermo porque él era un hombre muy activo y trabajador. A mí me costó porque tuve que salir a pagar los servicios y a hacer las compras. De eso se encargaba siempre él”.
La reiteración de la palabra “yo” y la auto referencia constante hacia cómo las circunstancias de la enfermedad de su marido le afectaron negativamente a ella, no pasó desapercibido para el Tribunal.
Sin quererlo, la imputada dio veracidad a los dichos de los ex compañeros de tareas y amigos de don José. Ellos lo representaban como un hombre tranquilo, docil y de poco carácter, pero de gran bonomía y generosidad. Justamente esas características quedaron ratificadas por su viuda cuando admitió, al preguntarle el fiscal acerca de cómo era el baño de la casa: “En la bañera había una barra de acero que él puso para mí, para que me agarrara cuando me bañaba.
El hizo un acta de convivencia para que yo no tuviera que pagar la consulta cuando me resfriaba; lo hizo ante una escribana que estaba entre Maipú y San Martín y después fuimos a OSECAC. Así pude atenderme en la Clínica y en los periféricos.
También hizo un testamento a mi favor que le salió de él, porque yo no tenía idea. Ese testamento lo fuimos a dejar a una escribanía que está por la Clínica San Jorge. Eso lo quiso hacer él para que si algún día a él le pasaba algo yo me quedara en mi casa, porque la casa era de él”.
En estas últimas declaraciones la Justicia cree que se encuentra el móvil que habría motivado a la mujer a estrangular al anciano inválido.
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