El patrimonio, aquello que heredamos de nuestros padres, fortalece nuestras raíces. Claro a menos que no lo consideremos. ¿Dónde creen que se encuentra gran parte de esas raíces sino es en la memoria y cuál creen que es la institución que mejor resguarda nuestra memoria, la memoria colectiva?. Es en los museos.
Ellos son el vínculo permanente con nuestro pasado, con nuestra historia, por lo tanto los museos no pueden estar en silencio. El desafío es que siempre nos sigan hablando, que permanentemente tengan algo que decirnos. Se trata del templo donde residen los sueños de nuestros antecesores y en el que quizás algún día se encuentren los nuestros.
El Museo del Fin del Mundo, nuestro museo, está en silencio y se encuentra en esa condición desde hace varias semanas. Sus puertas, las que deberían hallarse siempre abiertas, están cerradas. Todo parece indicar por problemas en la calefacción, una cuestión que tampoco es novedosa.
El Museo del Fin del Mundo es un lugar donde se encuentra gran parte de nuestra historia, pero no solo lo que se expone sino además lo que se encuentra en sus depósitos. Por lo tanto, si la razón por la que se encuentra cerrado tiene que ver con la calefacción, gran parte del patrimonio ahí depositado, se encuentra en riesgo.
El Museo del Fin del Mundo, no es solamente una sala de exposiciones. Es una institución que cumple funciones indispensables en nuestra comunidad. No sólo preserva nuestro patrimonio histórico y cultural, fortaleciendo de esa manera nuestra identidad. Además, ayuda al fortalecimiento de todos aquellos bienes, de toda la cultura que nos hacen diferentes y únicos respecto del resto del mundo.
El Museo del Fin del Mundo es un producto turístico. Lejos de los que creen algunos que quizás piensen es solo un “complemento”, se trata en realidad del atractivo más importante para quienes nos visitan y aunque muchos de estos visitantes no lo sepan y lo que es peor, muchos vecinos o funcionarios tampoco lo reconozcan, lo cierto es que si las tendencias son similares a las de hace algunos años, no menos de 200.000 turistas visitan los museos de nuestra ciudad.
¿Alguien puede pensar que no se trata de un producto turístico indispensable?
El turismo de hoy, requiere ya no solo de atractivos naturales, reclama atractivos culturales. Conocer a quienes vivimos en dichos atractivos, cómo vivíamos en el pasado, de dónde venimos, cómo llegamos o cómo nacimos. Los productos culturales son indispensables, no se admite un turismo sin interés en el patrimonio histórico del lugar visitado.
Cuando una comunidad se preocupa y se ocupa en cuidar sus museos, está diciéndole a todos en esa comunidad, a todos quienes la visitan, que le importa el conocimiento, la cultura, la historia del lugar y ello influye en el futuro, pero además habla bien de quienes representan a esa comunidad y de todos los que estamos siendo visitados.
Los museos son el espacio donde una comunidad dialoga con su pasado. Ese diálogo, mientras más profundo, fortalece la capacidad de entendimiento de una sociedad, otorga respuestas a preguntas que de otra forma no hallarían respuesta. Inspiran curiosidad, ayudan a la reflexión, interpelan a la inteligencia, reflejan las capacidades de nuestra sociedad con las que se desarrollaron en la vida y fortalecen la identidad y el sentido de pertenencia.
Los museos son la usina generadora de la investigación, de la ciencia y de las artes. Son simplemente necesarios, indispensables en cualquier comunidad organizada y desarrollada. Ayudan a cultivar el intelecto y el amor por el saber.
El Museo del Fin del Mundo es un atractivo del que no podemos prescindir, del que no podemos olvidarnos, es nuestra carta de presentación, es un atractivo que siempre debe estar dispuesto y que debe presentarse de la mejor manera. El museo del fin del mundo habla por nosotros y de nosotros. Imaginen lo que piensan las visitas que se han acercado a sus puertas y las hallaron cerradas, no resulta difícil imaginarlo.
Con toda seguridad que los percances ocurren, nadie puede evitar que algo se rompa, se desgaste y deba ser sustituido. Sería una tontería o de mala persona la descalificación ante lo fortuito. Ahora, ante la importancia de contar con la formidable e indispensable presencia de un bien tan valioso como un museo, debemos procurar que, ante esas cuestiones fortuitas, podamos contar con soluciones o atenuantes inmediatos, ágiles, eficientes.
No podemos permitirnos que, si el Museo se queda sin calefacción, (por ejemplo) solo nos quede “ponerlo a la cola” de todo lo que debemos reparar en los bienes del estado. El Museo es un eslabón necesario e indispensable en nuestra ciudad y en un destino turístico.
Ante esta cuestión no hay mucho por inventar. Sólo disponemos de pocas alternativas. Una de ellas es “ponerlo siempre primero en la fila” y garantizar una administración rápida. La otra es que el Museo disponga de fondos asignados específicamente, sea a través de cierta autarquía o de una cuenta especial dentro del propio organismo responsable de la administración económica. Quizás esta última sea algo que ya ha tenido el museo en alguna oportunidad, una ONG intermedia que cobre los ingresos del Museo y que dichos ingresos se encuentren siempre disponibles para gastos inesperados.
Por lo tanto, que el señor gobernador, o sus respetados funcionarios, no tomen por favor esta humilde misiva como un cuestionamiento o una crítica estéril, inoportuna o tendenciosa. Se trata solamente de la inquietud de un ciudadano que ve con tristeza que nuestro museo se encuentre hace semanas cerrado, esperando que se pueda disponer de fondos y personal para solucionar un inconveniente técnico que, en el peor de los casos, se podría solucionar en pocos días.
El museo es para el estudiante, el investigador, el turista, lo que es un hospital para el enfermo.
Lo necesitamos.
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