Arrancamos el otoño en la Argentina y se visualizan con preocupación los meses de invierno ante la inminente llegada de la segunda ola de COVID-19.
¿Cómo es posible hablar de una segunda ola si apenas sentimos que la primera está pasando? El contexto mundial y regional hacen sospechar que inevitablemente con el arribo de los meses fríos, y la consiguiente vida indoor, los casos de coronavirus van a volver a incrementarse en una población aún escasamente inmunizada, realidad que se comparte con todo el territorio nacional.
Al factor estacional se adiciona este año la presencia de nuevas cepas, aparentemente más contagiosas que las que circularon el año pasado y la llamada “fatiga pandémica”, definida por la OMS (Organización Mundial de la Salud) como: “la desmotivación para seguir las conductas de protección recomendadas que aparece de forma gradual en el tiempo y que está afectada por diversas emociones, experiencias y percepciones, así como por el contexto social, cultural, estructural y legislativo”.
La fatiga y la desmotivación podemos relacionarlas con distintos factores: la prolongación de la crisis, la naturalización del riesgo, los recursos individuales, el tipo de contención y cuidado que brinda el contexto, entre otros. Ahora bien, estos factores deben tenerse en cuenta para incentivar y renovar el compromiso ciudadano a la hora de continuar con las medidas de protección. La OMS sugiere en tal sentido, entender a las personas, permitir que continúen con sus vidas reduciendo el riesgo, involucrarlas como parte de la solución, así como reconocer y abordar las dificultades que experimentan los individuos y el profundo impacto que ha tenido la pandemia en sus vidas.
Siguiendo con esta línea, así como está ocurriendo en el continente europeo, es posible que se vuelvan a implementar restricciones para detener un rápido avance de contagios. Sin embargo, lo que debe tenerse en cuenta es cuáles medidas se tornan insostenibles a largo plazo para la comunidad y poder ir intercalando con otras estrategias. Simultáneamente, con la extensión en el tiempo de la pandemia, ya no es solo el virus con lo que tenemos que lidiar sino con un montón de aconteceres, algunos, consecuencia del COVID-19 y otros propios de la existencia humana. Es decir, nos siguen pasando cosas con independencia de la crisis sanitaria, lo que profundiza el agotamiento al sentir que se van acumulando los malestares.
Por otra parte, escuchamos hablar de la “segunda ola” y nos preguntamos cómo es que las cuentan, porque en nuestra mente ¡vamos por el cuarto o quinto tsunami! Si bien pasó un año desde que toda la crisis comenzó, este fue cargado de situaciones disruptivas, emociones encontradas, idas y vueltas, frustraciones, entonces la sensación es que pasó mucho más tiempo del que marca el calendario.
¿Cómo nos preparamos para lo que se viene? En un mundo en el que todo parece frágil e inestable, apelemos a nuestros soportes, a los cimientos que construimos en nuestra historia personal y que nos permiten encontrar un punto de estabilidad entre tanto vaivén. Y con lo que sentimos que nos abruma, con la angustia, la ansiedad, el stress, sirvámonos de ellos para identificar con mayor facilidad qué los produce, para conocer ante qué cosas reaccionamos y qué nos genera malestar. Muchos de nuestros problemas sobrevienen por intentar adaptarnos a lo que otros esperan de nosotros, cumplir los mandatos, intentar agradar o temer defraudar si no somos de tal o cual forma.
También tenemos a favor el aprendizaje de estos meses, saber cómo se comporta el virus, qué cosas podemos hacer para cuidar nuestro cuerpo y nuestra mente, y cuáles evitar. Hay muchas formas de promover el bienestar y por ende la salud. A veces estamos tan tomados por las obligaciones cotidianas que dejamos poco o ningún lugar para el disfrute, para conectarnos con nuestros deseos, al punto de no saber qué cosas nos gustan, qué nos hace bien. Hacer espacio en nuestra vida a lo que nos vincula con el deseo, puede ser una gran fuente de bienestar.
Otro origen de displacer suele ocasionarse por la manera en que interpretamos nuestra historia y las cosas que nos pasaron. A veces, el modo en que significamos determinados acontecimientos o relaciones que tuvimos nos deja en posiciones de mucho padecimiento. En este punto es importante saber que siempre se trata de construcciones que vamos haciendo, susceptibles de modificaciones y resignificaciones. Siempre es bueno cuestionarnos, sospechar de nuestras certezas, ya que algunas versiones que armamos tienden a acentuar un aspecto masoquista, que no nos deja ver otras posibilidades.
Y ¡algo más! seamos amables con nosotros mismos. Aceptemos especialmente las cosas que no nos gustan, las que queremos cambiar, nuestras debilidades y pongámoslas a trabajar, hagamos algo diferente, pero no nos culpabilicemos, porque, después de todo, hacemos lo que podemos. No somos una foto de red social, somos personas a las que les pasan cosas.
Fatigados o no, se acerca la segunda ola y es una realidad que vamos a tener que enfrentar. Pensar qué recursos tenemos y cómo mejorar nuestra calidad de vida nos va a ayudar a surfearla de la mejor manera posible.
Diario Prensa
Noticias de: Ushuaia – Tolhuin – Río grande
y toda Tierra del Fuego.