| Camino se hace al andar reza el dicho, pero qué difícil es cuando ese camino hay que hacerlo entre la turba, con los pies mojados y la panza vacía… Entonces lo primero que se me viene a la mente es la ausencia de empatía. En esta era, la nuestra, mediatizada por la instantaneidad de las redes busca tildarse a la juventud de objeto de la tecnología para rotularla como carente de empatía, sentimientos y emocionalidad social. Pareciese que solamente quienes sienten y empatizan son aquellos que vivieron lo analógico, nosotros quedamos al destino de la fugacidad de los vínculos, al destello de lo relacional y la conversación entre dedos que tocan una pantalla determinada por patrones que imponen las redes sociales. Por lo contrario, somos sujetos con agencia, la misma que aquellos que nos criaron, y aún más, con herramientas que tomamos de esos avances tecnológicos, que incluso hoy llaman poderosamente la atención por la velocidad y nivel de desarrollo que son capaces de alcanzar. Pareciera que lo que realmente está siendo objeto es la racionalidad de quienes deberían cambiar el orden de lo dado, al menos, por simple empatía. Allí hay una herramienta poderosa que debemos volver a reivindicar y que es la política. La política es la herramienta para cambiar la realidad. No hay casta. Hay falta de empatía. La política es la protagonista de ese flujo de necesidades y construcción de respuestas a esas necesidades. La política es organización social, garantía de un ordenamiento que nos permite vivir en paz social y armonía con justicia. La política es ese espacio de las ideas donde intercambiar puntos de vista y construir consensos debería ser una prioridad. Política también es la materialidad de políticas de Estado que cubran esos pies mojados, alimenten esa panza vacía y abran ese camino de turba que invade nuestro fastuoso paisaje fueguino. La respuesta a la pregunta si más o menos política es lo que necesitamos, no solo los fueguinos sino también los argentinos en su conjunto, debería ser unívoca: necesitamos mejor política. El problema se agrava cuando la política se vuelve apolítica, un oxímoron, una contradicción que peligrosamente puede dejar de ser sólo discursiva para ser parte de nuestra realidad democrática. Aquello que es una contradicción radicaliza el discurso y rompe desde adentro mismo. No está mal cuestionar a la política, es parte de un ejercicio de reflexión social cuestionar todo aquello que nos es dado, incluso desde sus preceptos ontológicos. Lo que sí está mal y debe encender todas nuestras alarmas es llevar a la política a un pelotón de fusilamiento que primero busca tratarla como un estamento escindido de la sociedad para luego hacerla pasar por enemiga del bien común. Estos fenómenos discursivos que tienen espacio en diferentes partes del mundo, y que incluso llegaron a hacerse parte de gobiernos de países tanto de nuestro continente como de Europa, hoy forman parte de la discusión política argentina y fueguina. Son portadores de una racionalidad invertida donde la figura del individuo es obligada al ostracismo social del “sálvense quien pueda”. Se trata de una pseudo tecnopolítica que individualiza excluyendo a gran parte de la sociedad, buscando reemplazar la política por la tecnología. Ante este panorama, la juventud necesita del espacio para reivindicar la política, de un lugar donde mostrar sus preocupaciones y mostrar su empatía. Queda mucho por resolver, y en todo eso que aún falta es necesario transversalizar la construcción de soluciones para mitigar ese discurso que nos separa. Esa transversalización es con los jóvenes en la mesa. La juventud puede, quiere y debe ser parte de ese anticuerpo necesario para enfrentar el germen destructivo que busca afectar el cuerpo social con exclusión, en una división social basada en la antipolítica que nos desmembra y nos individualiza. Permítannos ser parte de la solución. *Politólogo. 26 años de edad. |
Edición:
Diario Prensa
Noticias de: Ushuaia – Tolhuin – Río grande
y toda Tierra del Fuego.