Por María Silvia Dameno. Psicóloga. M.N. 16.260. correo: msdameno@gmail.com
“¿Cómo te puede gustar escuchar todo el día problemas ajenos?”, solía preguntarme mi papá, para quien la satisfacción de ver plasmados en obras sus diseños como arquitecto, era mucho más comprensible.
Y es cierto, entender el placer que tiene una vocación como esa, resulta más fácil para la mayoría de las personas, que entender cuál es el placer de sostener dolores y dificultades ajenas. Después de todo, lo que los psicólogos construimos no es tan tangible ni tan visible, salvo para aquellos que pasaron por nuestros consultorio y quienes los rodean. Es más, muchas veces quienes se relacionan con nuestros pacientes, aunque vean el cambio no lo aprecian. En algunos casos las dificultades previas de un paciente (por ejemplo el sometimiento, la incapacidad de decir que no o de dar espacio a los propios deseos) resultaban funcionales al entorno y lo que para el paciente es una mejoría, para sus allegados resulta una perdida.
No resulta nada fácil ser psicólogo en pandemia, aclaro. Por primera vez la situación que atraviesan pacientes y terapeutas coincide. Y cuál es el placer entonces de escuchar sus quejas y problemas, máxime si remueven los propios? Planteado así ninguno, salvo que dentro de la profesión encontremos colegas tan sádicos como para regodearse en el dolor ajeno. No descarto que esto pueda suceder excepcionalmente, pero dudo que sea frecuente. En general quienes elegimos esta profesión lo hacemos porque nos gustan las personas, como a los músicos los sonidos, a los pintores los colores o a mi papá y sus colegas los edificios bellos.
Casi siempre los que elegimos ser psicólogos lo hacemos por vocación. Rara vez es una profesión que se imponga a los hijos por su supuesta salvaguarda económica o su prestigio. No vivimos mal en general si tenemos trabajo suficiente, pero nadie se hace rico siendo psicólogo. Los que somos psicólogos elegimos serlo, aún haciendo la mayor parte del día algo poco placentero para nosotros, sin ser tampoco masoquistas en la gran mayoría de los casos. Aunque para mi resulta obvio para mucha gente no lo es, así que lo aclaro: no escuchamos dolores ajenos porque nos guste hacerlo, sino porque la satisfacción radica en colaborar con su solución o alivio.
Para explicarlo uso el ejemplo de la caja negra. No hago alusión acá al concepto psicológico de caja negra que usa la psicología conductista, que estipula que lo que hay entre el estímulo y la reacción de una persona no se conoce y solo se puede tener en cuenta la conducta observable. En la psicología conductista la figura de la caja negra es utilizada para representar que hay un input (un estímulo que recibe la persona) y un output (el comportamiento que sigue a ese estimulo) sin poder decir nada de lo que sucede en la persona por dentro. No hablo de eso acá. Me refiero al concepto de caja negra que usa la aviación, una idea que ha mejorado enormemente la seguridad aérea desde que fuera implementada. Para mi escuchar historias dolorosas ajenas es como para la industria aeronáutica abrir una caja negra. Según las normas de aviación internacionales, las cajas negras graban todos los datos del viaje, son obligatorias en todos los vuelos comerciales y son clave en las investigaciones sobre accidentes de aviación. La idea de la caja negra fue del australiano David Warren. En 1953 le pidieron a este químico e ingeniero de aviación que ayudara a descubrir la causa de una serie de accidentes aéreos. Los expertos intentaban entender por qué varios aviones se habían estrellado sin ninguna explicación, lo que ponía en duda el futuro de los vuelos comerciales. Warren propuso instalar un dispositivo de grabación en la cabina del piloto y para 1958 había producido el prototipo de la “Unidad de Memoria de Vuelo”. “Me quedé pensando para mis adentros… Si pudiéramos recuperar esos últimos segundos”, dijo en una entrevista en 1985 citada por The New York Times, “se ahorrarían muchas discusiones e incertidumbre” sobre que fue que salió mal.
La caja negra en realidad son dos dispositivos: la grabadora de datos de vuelo del avión y un registrador de voz en cabina. Lo que se dice y como se dice, es entonces tan importante como los datos “objetivos”. Antes de ser usadas se someten a muchas pruebas. Deben estar hechas con materiales muy resistentes para resistir un impacto de choque muchas veces superior a la fuerza de gravedad, temperaturas de más de 1000 º C durante un máximo de 30 minutos y la inmensa presión del fondo del mar. Están diseñadas para garantizar, en teoría, que los investigadores de accidentes puedan recuperar las grabadoras, compilar una imagen completa de los últimos momentos de un avión de las grabaciones y luego explicar con precisión lo que haya salido mal para evitar que se reproduzca. Todos tenemos recuerdos difíciles de olvidar de los malos momentos de nuestras vidas y forman parte central del material con que trabajamos los terapeutas. En las personas los errores, los fallos y los dolores quedan grabados más o menos conscientemente de un modo indeleble, difícil de destruir ( como en una caja negra) porque cumplen una función indispensable para el organismo: aprender de ellos.
La idea de analizar una caja negra a fondo es absolutamente preventiva, no es regodearse en el fallo sino intentar evitar que se repita. Es por eso que los psicólogos escuchamos esos registros. En cada sesión “abrimos” la caja que registra la historia negra de los pacientes, solo con el fin de evitarles repetir errores y hacer más segura y placentera la “navegación” por la vida. No es masoquismo ni sadismo, es la certeza de que es posible construir una vida mejor de aquí en adelante cuando aprendemos de los errores del pasado.
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