La de la guadaña…

La de la guadaña…

 

Anoche me dormí tarde. Un mensaje inesperado llenó de dudas mi mente y casi pierdo la pulseada con el insomnio.

¿Qué tal si ella, que tantas vueltas está dando, decide que es tiempo de ponerse a trabajar y comienza a sesgar, con el filo de su fría guadaña, ese lazo invisible que une el alma de las personas con su cuerpo terrenal?.

Sé que está ahí y ella sabe que yo lo sé. Comprende que no le tengo miedo, ya no. Quizás de chico le temía y de grande la odié por llevarse a mis padres y hermanos. La odiaba con toda mi alma, pero de a poco, y gracias a mi trabajo, la fui entendiendo. No hace más que su tarea. En fin, ella me ignora pero siempre está a la par.

Las horas del reloj se escuchaban en el silencio de la casa y al compás de sus agujas mis parpados se iban cerrando. Al fin, el cansancio me ganó y me terminé durmiendo.
Dormí bien, lo necesitaba. Pensé que la pelicula se me iba a cortar en ese tramo. Sin imágenes, solo descanso.
Pero no, mi cabeza es como un hámster en una ruedita. No para.
Como en todos mis sueños, solo recuerdo partes. En este ella se hizo presente.
La casa estaba oscura y desde la ventana de la cocina, la luz del alumbrado público de la calle de atrás solo iluminaba al árbol del patio, castigado por un viento fuerte, de esos que silban.
Entre el vaivén de sus hojas, pude divisar un relámpago brilloso. Cuando pude ver con claridad, me di cuenta que lo que destellaba entre las ramas era su afilada herramienta. Ahí estaba ella, con su capucha negra y su rasgada vestimenta, mirándome sin ojos, con la fuerza de su presencia. En el sueño no estaba enojado con ella, solo un poco impaciente. Quería preguntarle qué hacía tan cerca, decirle que seguro nos encontraríamos después en el trabajo, cuando me llamaran… Me incomodaba mucho el hecho de que se pegara a mi sombra, de que quisiera forjar una amistad. Entonces decidí salir y acercarme al árbol, hablarle.
Mis pasos se escuchaban fuerte en el silencio de la noche y su sonido se mezclaba con un maullido que venía de algún rincón. Estando a centímetros podía sentir su frío aliento, y justo cuando iba a abrir la boca para pronunciar la primer palabra ¡un gato negro saltó de entre las ramas y pasó sobre mi hombro!. El terrible sobresalto hizo que me despertara del sueño temblando, al mismo tiempo que la alarma del teléfono me decía que ya era otro día.

Me desperté raro, como si el sueño hubiera tenido gusto a poco. Salí de bañarme y fui a cambiarme al comedor, como hago cada mañana para no interrumpir el descanso de nadie.
La casa estaba oscura y desde la ventana de la cocina, la luz del alumbrado público de la calle de atrás solo iluminaba al arbol del patio, castigado por un viento fuerte, de esos que silban.
Entre el vaivén de sus hojas pude divisar un brillo. Eran los ojos de un gato negro que saltó del árbol, se trepó al paredón y se perdió en la oscuridad de la noche…

Son las 5:30 de la mañana. Mejor me apuro o voy a llegar tarde.


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