La grieta argentina… ¿un museo de grandes novedades?

La grieta argentina… ¿un museo de grandes novedades?

Parece que en el mundo está pasando de todo. Vivimos una particular época de inestabilidad. A la pandemia sucedió la invasión de Rusia a Ucrania por deudas centenarias con la historia que aún deja la conformación de una Europa que parece llegar a la encrucijada de su matriz energética y alimentaria. Alemania reabre sus minas de carbón y borra de un codazo la agenda verde que pretendía revolucionar la transición productiva sustentable en todo el planeta. Triunfa el neofascismo en Italia como último dato de una derechización que promete continuarse en el ciclo. Ayer nomás en Tokio ponían una alerta roja por las pruebas misilísticas de Korea del Norte. Los japoneses sienten un destello en el horizonte y una memoria celular nacional endógena de miedo fatal se activa de inmediato: desde 1945 tienen sobradas razones para ello. Kilómetros más acá, Brasil parece querer comenzar a transitar un camino que los argentinos conocemos muy bien desde nuestra conformación nacional: las antinomias de bandos opuestos que rompen las posibilidades de consensos que sean capaces de sostener una agenda de presupuestos básicos para no perjudicar un futuro estable. Es lo que hoy reconocemos en la Argentina como «la grieta». Desde ya que el intento de asesinato, por fortuna fallido contra la vicepresidente Cristina Fernández, asustó al sistema político como nunca antes. De allí en más, parece que la grieta dejó de ser el negocio implícito del que se beneficiaban las dos grandes corrientes de centro derecha y centro izquierda (macrismo y kirchnerismo) existentes en nuestra política nacional. Claro que cada bando de la grieta, como siempre, tiene un rostro, que ayudan a simplificar realidades más complejas, al mismo tiempo que subestiman la capacidad de reacción de quienes pretenden cierta ecuanimidad absteniéndose de tomar partido, o de quienes comenzando como minorías, crecen a las sombras, exacerbando las manías de los extremos contenidos del sistema.

El miedo “puertas adentro”

Indicábamos que el intento de magnicidio de la vicepresidente desnudó un negocio implícito de bandos a tal punto, que durante las últimas semanas se avaluó en los medios de comunicación un encuentro entre Cristina Fernández y Mauricio Macri para parar la pelota e intentar un tercer tiempo. Algo de distensión para un momento álgido de la economía y la política nacional.
Mejor no pensar que hubiese sido de este país si el disparo pergeñado contra la vicepresidente hubiese logrado su cometido fatal. En cambio, su primer y más notorio resultado fue el miedo puertas adentro del sistema de representación política constitucional, porque la grieta quizá maduró ciertos anticuerpos que desconocen las reglas elementales del status quo. Sin reglas de juego, no hay principio ni final, ni posibilidades de tercer tiempo. Quizá sólo haya un correr desbocado en espiral, hasta la muerte súbita practicada de un bando contra el otro, o hasta la aparición de bandos en principio minoritarios, que decidan practicar algo nuevo en los márgenes del sistema. Así comenzaron el fascismo y el nazismo en la vieja Europa: con un odio irracional direccionado. Brasil, si consideramos las lógicas expuestas, comenzó el periplo al revés: primero ocurrió el atentado a Bolsonaro en plena campaña 2018. Muchos que hablan por estos días, olvidan que el líder ultraderechista hoy presidente estuvo a punto de morir apuñalado. A él parece que también lo cubrió un manto divino y pudo sobrevivir. Es bueno saber que nuestro Dios regional no ejercita justicias ideológicas. Toda vida individual tiene que valer algo más que una vil muerte mediante el homicidio so pretexto del pensamiento que profesa.

¿Un museo de grandes novedades?

En Argentina, la pasión tribuna por las antinomias movilizó mayorías siempre. Desde el enfrentamiento acaecido durante el primer gobierno patrio, que terminó con el asesinato de Mariano Moreno en altamar, nadie puede negar que las grietas han sido un elemento sociológico constitutivo de nuestra historia nacional. Más allá de la época de guerra de emancipación, la Argentina experimentó el asesinato del gobernador Manuel Dorrego un fatídico 13 de diciembre de 1828; los magnicidios de caudillos del interior como Facundo Quiroga y Chacho Peñaloza; el asesinato del que fuera primer presidente confederal, Justo José de Urquiza y los intentos fallidos de magnicidio contra el presidente Domingo Faustino Sarmiento. O yendo al siglo XX, el asesinato del senador nacional Enzo Bordabehere en pleno recinto en 1935; el secuestro y asesinato ocurrido contra el ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu o el acribillamiento del dirigente gremial de extracción peronista José Ignacio Rucci en la candente década de 1970, por mencionar algunos casos.
Como puede notarse, los magnicidios producto de las grietas argentinas de ayer y anteayer pueden contarse y anotarse en todos los gustos y colores. Parece exacerbado entonces cierto tono de sorpresa y estupor con que los medios de comunicación han tomado el intento de magnicidio de la vicepresidente. No debería ser nuevo ni para la ciudadanía en general, ni para la clase política en particular.
Lo cierto es que quienes están en condiciones de sugerir una respuesta en el sentido histórico de la fatalidad, lo hacen enrolados en la precisa lógica de la grieta: son los medios de comunicación ultrapartidarios kirchneristas o macristas, órganos difusores de la mediocridad irracional de demonización del otro. Sus límites técnicos parecen ya estar a la vista de todos, manejando los amores y odios del tercio que les toca sostener. El problema es que cada vez pululan más conciencias desajustadas al relato maniqueo de demeritación del otro. Voluntades indómitas, frustradas, envilecidas por el odio temperamental de la rebeldía sin cauce en plena crisis económica, para quienes la muerte real del símbolo de lo que consideran el mal, puede llegar a constituir un museo de grandes novedades.

¿Es posible un final feliz?

La pregunta después de lo sucedido con el intento fallido de disparo a la vicepresidente es si la clase política argentina tendrá la capacidad de capitalizar seriamente lo que ocurrió, si iniciará al menos un tibio examen de conciencia de sí misma para evitar males mayores en el futuro, ungiendo la capacidad de no sobreestimar al menos por una vez en la historia su propio papel en el panteón de los que se creen imprescindibles. Esto es así porque sobran los momentos en nuestra historia nacional en el que el asesinato del adversario fue algo común, celebrado por minorías acendradas en el odio visceral hacia el otro y tímidamente aceptado por amplios sectores sociales desatentos de una realidad política inevitable y siempre circundante.
En definitiva, lo que pudo resultar una tragedia, terminó en un final feliz signado por la suspicacia. Nadie está cómodo con lo que ocurrió y da la sensación que una maquinaria de irracionalidad grotesca e ingobernable comenzó a soltar amarras, protagonizada ahora por grupos minúsculos que piensan literalmente la palabra matar como un acto de reivindicación patriótica. Si esas conciencias testigos logran engarzar socialmente en el vecindario, tendremos nuevamente un museo de grandes novedades para visitar en el laboratorio social de la Argentina actual. Y desde ya, como siempre ocurrió acá, sin desenlace feliz.


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