Las manos blancas de mi abuela Negra se movían de acá para allá, cada vez más blancas. El vitiligo había avanzado implacable, como el invierno fueguino sin buen abrigo y refugio. De pronto, esas manos de color café con leche derramado sobre un mantel blanco de mil hilos, eran ya del pasado.
Ahora las manos eran eternamente blancas. Las benditas manos de mi abuela Negra.
¿Negra por qué? – pensaba yo. Si mi abuela Negra era blanquita.
La manos blancas de mi abuela Negra tenían venas azules que las cubrían, delicadas. Yo las movía con mis dedos para un lado y para el otro, con el cuidado de quién empuja un bicho bolita para que simplemente se cierre. Ella me acercaba sus manos para estar más cerca y perpetuar el momento. Yo las veía venir hacia mí, así de coquetas, a acariciar mi cara, solo como las abuelas saben hacerlo.
Las manos blancas de mi abuela Negra se vestían con el pan rallado viejo que dejaba secar en el horno, mientras pelaba carcazas de pollo para estirar la comida… Y supieron estirar los mangos para no pedir fiado y alivianar la libreta del bolichero limpiando perdices, liebres, martinetas y hasta un chancho accidentado ajeno. ¡De cuántas cosas te privaste con tal de que pudieran estudiar tus hijos”.
Esas manos blancas de mi abuela Negra desataron rulos enmarañados como malezas, peinaron los largos cabellos de las nietas y entalcaron con su fragante Heno de Pravia, las“hueveritas” de los nietos, cómo les decía risueña.
Las mismas que me llevaban la bolsa de agua caliente a la cama, mientras me hundía envuelto en sábanas suaves como plumas, y sucumbía hipnotizado con sus cuentos. Era mi premio por hacerme pis encima a propósito, en el jardín de infantes que estaba frente a su casa. Semejante recompensa valía mil veces la pena ante tamaña humillación semanal.
Esas manos enjabonaban mi panza mientras escuchaba atento cómo el abuelo Florindo había capturado un indio en La Pampa, hecho devenido en el plumero colgado en el lavadero de afuera, sobre el piletón color piedra en donde nos bañabas en verano.
Y aún hoy veo esas manos blancas bailando en el aire, al son de Garufa y Mi linda Cachita… manos que no dudaron en bajar calzones y mostrar el culo solo para empacharnos de risa y asombro.
Seguro que esas manos blancas también habrán dado chirlos injustos sin sentencia firme, a la par de retos de más y enojados como king Kong con los aviones, que revolearon chancletas, y que alguna vez se habrán juntado en el pecho seguramente para pedir disculpas por los errores cometidos. Pero la vida por suerte, te dió muchos nietos para enmendarte.
Las manos blancas de mi abuela Negra, hoy lo sé con certeza, un día estarán esperándome tendidas para aventar los miedos, cuando me encuentre a los pies del Eterno Padre.
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Diario Prensa
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