La alimentación es un acto que se encuentra asociado a nuestros primeros lazos con los otros. La madre o quien cumpla esa función da el alimento a su bebé, junto con una mirada, un tiempo, sus palabras y una forma de sostener. Es decir, que ya desde los inicios de la vida, la comida llega a nosotros junto con un montón de otros elementos. En tal sentido, comer, en los seres humanos, excede el plano de la necesidad para convertirse en un acto complejo.
Pero esto no se trata solo de los primeros meses de un bebé, pensemos cómo a medida que avanza la vida, la alimentación sigue estando íntimamente ligada a nuestra relación con otros: nos juntamos a comer, compartimos una cena para ocasiones especiales, regalamos comida, hay rituales que consisten en la ingesta de determinado alimento; o al revés: nos peleamos con alguien y tenemos más apetito o estamos nerviosos y nos cuesta comer. Es por ello, que no podemos reducir el acto alimenticio a su sola función biológica.
Hablar de trastornos de la alimentación entraña una gran variedad de supuestos y presentaciones clínicas, ya que pueden encontrarse en distintas estructuras psíquicas y es necesario hacer un diagnóstico diferencial para ubicar cuál es la mejor forma de intervenir en cada caso.
Ahora bien, no siempre que una persona padece un trastorno de la alimentación es vivido como algo sintomático para ella. Pero sí lo es para su círculo más íntimo. Allí radica también la diferencia de por qué algunas personas buscan la ayuda de un profesional para trabajar su malestar y otros la rechazan. En este punto, corresponde diferenciar en cada caso, quién es el paciente y con quién o quiénes vamos a trabajar y en qué momentos. Son decisiones que debemos tomar y de las que muchas veces depende el éxito o fracaso de un tratamiento.
Los trastornos de la alimentación son fenómenos frecuentes en la pubertad. Cuando nuestros pacientes son niños o adolescentes, debemos recordar el señalamiento de J. Lacan sobre el niño como respuesta al síntoma de la pareja parental o a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. Es por ello, que en estos casos es fundamental el trabajo con los padres. La respuesta sintomática hay que leerla en el contexto en el cual se produce, y es inescindible de la historia y la realidad familiar.
Por otra parte, lo que solemos generalmente encontrar es una afectación en el individuo de todo lo que concierne a su deseo; y el alimento, en estos casos, es una expresión más de algo que atañe a la persona en otros aspectos. Es importante entender esto para no quedarnos solo con una parte de lo que está realmente sucediendo y porque así se habilitan otras posibilidades de intervención.
Prefiero en esta columna no referir a las distintas presentaciones posibles, pero sí remarcar que en algunas ocasiones el trastorno alimenticio es un recurso más de todos los que tiene el sujeto para responder a un conflicto psíquico, y otras veces es el único posible. Que sea el único recurso en un determinado momento, no significa que esto no vaya a cambiar. Siempre la apuesta es a que algo nuevo surja, y que las personas puedan ir encontrando otras formas de responder a ciertas problemáticas que no sean vía alimento.
Algo que a menudo sucede, es que la familia de quién se encuentra atravesando este padecimiento, ante la angustia, busca obligar al sujeto a seguir determinada conducta, por ejemplo, a comer. Esto nunca es aconsejable. Muy por el contrario, hay que hacer lugar para que, el alimento, aparezca desde el deseo. La psicoanalista Daniela Sofo dice: “El exceso de insistencia solo genera mayor resistencia”. Hay que salir de la exigencia y el imperativo, porque sin buscarlo, la familia termina contribuyendo a la consolidación de la enfermedad, comenta la autora citada.
La psicoanalista Fabiana Barroso, autora del libro “Anorexia mental de la pubertad” resalta la importancia de la intervención temprana, para producir un reordenamiento de los elementos que promovieron esa gravedad y promover operaciones psíquicas que permitan al sujeto una salida diferente. Y también lo necesario de un trabajo interdisciplinario con otros profesionales.
Me pareció importante dedicar esta columna para compartir algunas breves palabras sobre esta problemática que, como mencioné, es muy frecuente. Debemos estar advertidos para saber de qué se trata, no estigmatizar, pero tampoco naturalizar. Buscar ayuda en el momento oportuno, previene que un cuadro se cronifique. Cómo acostumbro señalar, esto también tiene tratamiento, se puede estar mejor. “Siempre habrá posibilidades de crear lo nuevo… No hay un origen que marque un destino ineludible.” (F. Barroso).
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