Por Martín M. Rizzo Licenciado en Psicología. Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos
Los zombies son aquellos muertos vivos que en las creencias haitianas del culto vudú, volverían a la vida por efecto de algún conjuro o ritual mágico. De esta manera la imaginación y las creencias populares han llegado a plantear la posibilidad de que el hombre trascienda a la muerte. En otras oportunidades, tal como sucede con el personaje creado por el Dr. “Frankenstein” (aunque el monstruo no sea propiamente un zombi), es la literatura –invocando a la ciencia- la que intenta dar el paso de ir más allá de lo propiamente humano.
La temática de los zombies no es nueva, lo que sí se percibe a diario es el renovado interés que la misma ha cobrado en los últimos años. Sin distinción de edades, estos muertos vivos aparecen en el discurso de niños, jóvenes y adultos; causan temor, generan cierto suspenso, provocan el espanto y la curiosidad para dar popularidad a series, películas, videojuegos y demás producciones en las que la ficción pareciera querer decirnos algo a través de la elección que orienta, en muchas personas, el interés por estos extraños seres.
“Hoy el deseo de la eterna juventud, junto al de no querer saber nada de la muerte, llevan a que ciertas fantasías de la ciencia/ficción acudan a la idea de los zombies para mostrarnos algo propio de nuestra civilización”.
La hipótesis de que esto suceda es la que en el presente artículo tratamos de poner a prueba, o al menos nutrir para darle cierta consistencia; dicha hipótesis podría expresarse más o menos en los siguientes términos: los zombies representan la humana transgresión de ir más allá de lo humano, pero particularmente es el desafío que para el hombre significa la idea de ir más allá de la muerte.
“Los zombies representan la humana transgresión de ir más allá de lo humano, pero particularmente es el desafío que para el hombre significa la idea de ir más allá de la muerte”.
Si una cuestión tan propia del hombre, como lo es el tener consciencia de su finitud es transgredida, muchas de las coordenadas que nos hacen vivir nuestras cotidianas existencias son afectadas como en una suerte de efecto dominó. Pensemos en la importancia que culturalmente tiene el sabernos finitos, o mortales; aquello puede dar sentido a la vida, dar sentido a una religión que nos propone un paraíso y un infierno, o bien lo que acontece en las creencias que hablan de la reencarnación, donde también –de otra manera- se figura un más allá.
Si este más allá está enmarcado en el discurso de una religión la cuestión se torna más fácil de asimilar para un sujeto, ya sea por su aprobación, o afiliación a tales postulados, o bien por el cuestionamiento de los mismos. El punto es que esa voluntad divina -por el hecho de inscribirse en un dogma y una tradición- queda más o menos acomodada y no nos sale al paso con sorpresa. Si algo tienen las religiones es ese efecto pacificador –o sedante, según prefiera el lector- de que las respuestas están en el texto sagrado; allí ese otro se nos muestra de formas diversas, pero se nos muestra. Es decir, que se ponen sus cartas sobre la mesa y sabemos a qué atenernos si decidimos adoptar tal corpus de creencias.
El viejo debate entre religión y ciencia se reedita en los tiempos de nuestra actualidad, más solapadamente que otrora quizás, pero resurge al fin. La ciencia, a pesar de todas sus bondades es también algo que puede inspirar temor o incluso recibir duras críticas; Lacan ha puesto de manifiesto muchas de las dificultades que ciertos desarrollos de la ciencia han traído al mundo que habitamos, y en la actualidad vemos que sus palabras –desde hace más de treinta años- no se han quedado cortas.
Nuestra civilización depende de la ciencia, no sólo por el usufructo que de ella hacemos a diario, sino también por el mismo hecho de que en cualquier momento aquella puede escapársele al hombre más allá de lo que ha elucubrado, es decir, puede sustraerse de sus manos.
Desastres ecológicos y humanitarios como el estallido de centrales nucleares, alteración de los climas, clonación, nuevas enfermedades, contaminación, entre otras cuestiones, aparecen en el horizonte de la distopía que tantas veces Hollywood ha podido explotar para dar vuelo a sus fantasías apocalípticas que mayormente encuentran en algún personaje, o grupo de personas, el anhelado salvador. La realidad es que algunas de estas cosas son verificables, pero aquello que pueda anexarse a este listado no siempre es algo claro, de allí el temor y lo enigmático que da tela que cortar a los guionistas de cine.
“Los zombies son aquellos muertos vivos que en las creencias haitianas del culto vudú, volverían a la vida por efecto de algún conjuro o ritual mágico. De esta manera la imaginación y las creencias populares han llegado a plantear la posibilidad de que el hombre trascienda a la muerte”.
En dicho escenario no es difícil percatarse de que ciencia y religión compiten, en cierto modo, diputándose un terreno en el que buscan ejercer su dominio para responder y salvar a la humanidad.
La diferencia entre ambos discursos estaría dada por el hecho de que la ciencia esté sujeta a las invenciones del hombre, no así la religión, que sería un saber revelado y ligado a los designios de una voluntad ajena al hombre. En las limitaciones del hombre y en su deseo de poder estarían las claves para pensar aquello que puede salir mal. Como un retorno culposo –por el hecho de transgredir lo “natural”- brotan en el imaginario colectivo estas catástrofes que el cine explota en base a algunos hechos desgraciados tales como los que hemos citado líneas arriba al mencionar ciertas complicaciones que acompañan al desarrollo de la ciencia.
Pensar aquello que excede a lo humano, que lo confronta a las leyes de la naturaleza, y que lo hace buscar el dominio de la misma, lleva a veces al ideario que en ciertas fantasías se describe; una construcción futurista en la que el hombre debiera expiar sus culpas por haber sobrepasado algún límite.
Existen múltiples mitos, leyendas, fábulas, historias y demás escenificaciones en las que esa culpa de la que hablamos retorna implacable para enjuiciar al transgresor; por ejemplo: Edipo, quien termina arrancándose los ojos en la tragedia griega por haber matado a su padre y por haberse acostado con su madre; Ícaro, quien paga con su vida la cercanía al sol que derrite sus alas; Adán mismo, quien viola la ley que lo instaba a no comer el fruto del árbol prohibido, entre otras tantas.
Hoy el deseo de la eterna juventud, junto al de no querer saber nada de la muerte, llevan a que ciertas fantasías de la ciencia/ficción acudan a la idea de los zombies para mostrarnos algo propio de nuestra civilización, algo que sólo podemos pensar – hasta cierto punto- a través de la metáfora artística que esta clase de producciones presentan en el mundo de las pantallas.
Es el trasfondo de un eterno drama humano el que se pone en juego tras la narrativa zombie, un drama que no pasa de moda pues es estructural, incluye cada uno de los sujetos, un dilema que se aggiorna y se viste con ropajes más actuales como ser aquellos en que la ciencia aparece velada y da paso –de un modo más directo- a eso que sería la última frontera a cruzar, la de la muerte.
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