Como quien silba bajito al pasar, el químico y meteorólogo James Ephraim Lovelock cumplió ya 100 años de edad y el año pasado, su Gaia, uno de los aportes intelectuales más destacados que se le hayan realizado a las ciencias del ambiente, llegó al medio siglo de existencia.
En efecto, en 1969, «Mister Gaia» (como se lo ha apodado desde entonces) dio a conocer al mundo la hipótesis que establece que el planeta tierra no se comporta de manera lineal sino que, funcionando como un todo, presenta discontinuidades como cualquier cuerpo viviente.
El término Gaia, en alusión a la diosa griega de la tierra, sería entonces ese superorganismo funcional en el que cada elemento y ente tiene su razón de ser y se encuentra interconectado e interregulado en la misma causalidad orgánica.
El ambiente y los límites de la moral humana
Dueño de una personalidad polémica y de un estilo controvertido, es bueno saber que Lovelock, a pesar que sus postulados de Gaia fueron la antesala de los paradigmas de la ecología urbana, ha marcado en variadas oportunidades su distancia con la militancia ambientalista de extrema postura.
Es que en la propuesta de Lovelock, los problemas de la moral humana encuentran los límites en la participación que tenemos como parte de la existencia planetaria. Somos seres limitados a las condiciones de la vida natural: nacemos o surgimos, nos desarrollamos ecosistémicamente y morimos. Y si bien podemos anteponer conductas extraordinarias a través de nuestro pensamiento, compartimos con el resto del mundo animal y vegetal una relación de correspondencia en nuestra actividad vital.
Si somos parte de esa historia natural como un animal evolucionado (haya o no intervención divina): ¿cómo juzgar los actos de establecimiento y desarrollo de nuestra especie sobre el planeta? ¿Los humanos hacemos mal las cosas o hacemos lo que la lógica de Gaia indica que podemos hacer? ¿Acaso la propia Gaia no permite que nosotros y el resto del mundo animal nos autorregulemos en los límites de la biósfera sin mediar una instancia moralista?
En la hipótesis de la Gaia, entonces, no se podría acusar al ser humano de contaminar inmoralmente el planeta, porque éste desarrolla su conducta vital dependiendo de procesos en el que la vida, al no poder separarse del su ambiente inerte, sería una propiedad planetaria no individual.
Politizar los problemas ambientales
En 2018, pensando la cuestión de cómo lograr la reducción de los gases de efecto invernadero, Lovelock expresaba en una entrevista que: «ningún gobierno, ni democrático, ni dictatorial será capaz de reducir el Dióxido de Carbono (elemento básico del efecto invernadero)», porque eso requeriría, desde ya, una decisión política de detener el avance industrial en los términos en los que hoy está planteada la organización económica del capitalismo, dejando en claro que aunque la teoría de Gaia sea utilizada por los movimientos verdes, su autor no cree en acciones militantes, cuyo principal objetivos son generar la fantasía de una acción determinante sobre las problemáticas ambientales del estilo «salvamos el planeta».
Sin embargo, paradójicamente, sin la intervención de ninguna acción ambientalista y sin mediar costos políticos directos, el mundo debió hacer una parálisis general estas últimas semanas por efecto de de la pandemia mundial del COVID. Las imágenes que circulan de lugares como Venecia y Tokio con la retracción de su tradicional polución dan cuenta de ello. También la aparición de fauna silvestre en las calles de Río Grande o el circunstancial paseo de ballenas jorobadas en la Bahía de Ushuaia.
La socióloga Gabriela Merlinsky es contundente a la hora de ponderar las acciones militantes que suelen presentarse como disputas apolíticas en la estricta lucha por una problemática determinada, advirtiendo que «los conflictos ambientales representan focos de disputa de carácter político que generan tensiones en las formas de apropiación, producción, distribución y gestión de los recursos naturales en cada comunidad o región. Ponen en cuestión las relaciones de poder que facilitan el acceso a esos recursos, que implican la toma de decisiones sobre su utilización por parte de algunos actores y la exclusión y disponibilidad para otros actores. Se trata de situaciones de tensión, oposición y/o disputa en la que no sólo están en juego los impactos ambientales.
¿Se tomó vacaciones la Tierra?
Mientras tanto, asistimos a un momento peculiar del mundo, aún para Lovelock, que llegado al siglo de vida y siendo un autor de lectura obligatoria para todos aquellos que cultiven las nociones básicas de las ciencias ambientales, seguramente habrá vivido muchas experiencias y si algo le faltaba, era poder comprobar cómo otro elemento de su Gaia se entrometía en la agenda mundial para dejar a todos perplejos de cómo puede autorregularse este súperorganismo al que denominamos planeta tierra.
¿Y con lo que nos está ocurriendo hoy? Sin dudas que Lovelock admitiría que la Tierra no se está tomando ningunas vacaciones. Por el contrario, en el devenir de la existencia planetaria en toda su complejidad y complementariedad, se suscitan situaciones esperables aún para las pesadillas más indeseadas.
Ahora le toca al hombre guarecerse en las paredes de su conciencia extractiva doméstica y en ese encierro deberá pensar cómo regresa a su actividad en pleno siglo XXI. Lo esperarán seguramente un mundo algo diferente al del año anterior, pero lejos de significar un jaque mate para la conciencia contemporánea, será otro momento de aquella historia natural que en algún momento, sin mediar moral alguna, llevó a la extinción de tantas otras especies en nuestro planeta, inclusive aquellos lagartos gigantes (los dinosaurios) que cuesta explicar cómo aún no persisten en nuestro planeta.
Ellos, como quizá algún día nos ocurra a nosotros, desaparecieron del planeta sin mediar explicación moral. Aplicando darwinismo básico podría decirse que las condiciones de adaptabilidad, cambiaron, y la autorregulación de la Gaia Lovelockiana se encargó del resto.
Hoy la humanidad y el sistema económico y político capitalista se encuentra en jaque de la mañana a la noche por una pandemia. Es un tema de salud mundial por una regulación natural a priori o la deliberada acción de un enfrentamiento interimperialista entre Los EEUU y China. Para uno u otro extremo, los problemas ambientales parecen ser menos problemáticos que antes. Los hombres estamos guardados y cierta fauna regresa a pasearse por donde antes ni se acercaba. ¿Podemos llamar a eso un acto de justicia moral? Para el escéptico Lovelock sería un planteo tan romántico como inconducente.
Veremos cuando volvamos a salir qué explicación filosófica le daremos a todo esto.
Diario Prensa
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