Obviamente que dedicar una nota a un sacerdote que caminaba las calles de la Ushuaia de hace más de 50 años, cuando muchos fueguinos éramos niños o adolescentes, puede resultar intrascendente para un enorme porcentaje de la población actual. Será entonces tarea de quienes conocimos al padre Jorge Palazzin, explicarles las bondades de este personaje al que muchos recordamos como a un gran amigo, antes que como sacerdote.
Si bien he mantenido contactos con la iglesia local y con la Diócesis de Río Gallegos, resultó infructuosa la tarea de intentar obtener información con respecto al presente de Jorge, si es que aún se encuentra en este mundo o acaso ha partido. De cualquier modo hace mucho tiempo que tenía ganas de dedicarle este reconocimiento, así es que redacto esta nota para realzar la profunda huella que ha dejado entre nosotros.
Jorge nació en Savona, una ciudad industrial y de tradición marinera próxima a Génova, Italia, en el año 1936. Perdió a su padre en la Segunda Guerra Mundial, con el final de este conflicto su familia se traslada a Turín. Ingresa a un colegio salesiano como pupilo y al finalizar la escuela, asume su vocación sacerdotal. Lleva a cabo sus estudios filosóficos en Foglizzo, Piamonte y las prácticas en Colle Don Bosco, fracción comunal de Castelnuovo.
Una vez ordenado sacerdote solicita ser destinado a las misiones y se instala en la Patagonia. Es así que desde finales de la década de los 60´ y primeros años de los 70´, lo encontramos en Ushuaia y posteriormente en Puerto San Julián. En el año 1975 regresa a Italia, nuevamente a su comuna de origen, además acompañando a su anciana madre. Contaba en una de sus cartas: “Vine a Italia para pasar tres meses, pero encontré que mi mamá necesitaba mi presencia y entonces decidí quedarme aquí para no darle el dolor de mi lejanía en los últimos años de su vida”.
Hallándose en Italia, en abril de 1976, en otra misiva decía lo siguiente: (…) lo peor es que muchos jóvenes (refiriéndose a la juventud italiana) tienen nostalgias fascistas. No les han bastado los años entre el 20 y el 45 para comprender cómo se termina. Lo malo es que los jóvenes se han acostumbrado a una vida demasiado cómoda.
Hasta hace poco corría mucha plata en Italia. Todo era fácil (…) se creó así la sociedad de consumo al estilo yanky. Ahora ya estamos podridos de este modelo de sociedad. Pero el problema es cambiarlo sin violencia y con amor. El egoísmo ya ha llenado todo. Aquí de América Latina se habla mucho y se los mira a ustedes como a los que harán un nuevo mundo y darán la nueva imagen de hombre libre. No nos defrauden chicos. La juventud europea está malgastada por la droga y otros ideales burgueses. Son ustedes la esperanza del mundo. (…) Díganles a todos que los recuerdo y que Dios sabe cuánto los quiero.”
Fallecida su madre, Jorge regresa al sur argentino en el año 2001, pasando por Puerto Deseado y Río Gallegos convirtiéndose, el 6 de marzo de 2011, en párroco de la iglesia Santo Domingo Savio de Comodoro Rivadavia.
Jorge mantuvo esporádicos contactos con Tierra del Fuego a la que amaba. Incluso, instalado nuevamente en Patagonia, hace una corta visita a Ushuaia, nada más que para compartir algunas horas con aquellos jóvenes que en su ausencia se habían convertido en adultos. El era un eterno caminante y de ese modo se lo recuerda. Sin sotana, con su aire juvenil, sus gruesos anteojos, su amplia sonrisa, visitando a los vecinos de toda extracción social, de cualquier profesión, traspasando los muros de la iglesia Nuestra Señora de la Merced y perdiéndose en los barrios de la antigua Ushuaia.
Quienes lo conocimos y contábamos con su confianza, sabemos que se sentía más cómodo entre los jóvenes, a quienes supo comprometer en campañas de solidaridad a través de una agrupación que se denominó “Grupo Onaisín”. Eran varias decenas de adolescentes a quienes Jorge supo contagiar la inquietud de mejorar lo que les rodeaba.
Su anhelo era unir a la juventud, independientemente del barrio en que viviera, de la extracción social o de los orígenes. La actividad más convocante eran los campamentos muy concurridos que implicaban numerosas carpas en los sitios naturales de los alrededores y en los que se llevaban a cabo charlas y debates, además de las misas a las que no había obligación de asistir.
Fueron numerosas las acciones tendientes a ayudar a personas necesitadas, colaborar con sectores con cierto grado de vulnerabilidad, campañas para juntar víveres, ropa y calzado para víctimas de cualquier catástrofe, siempre incentivando un accionar de compromiso social y sobre todo solidario. Fue así como muchos conocimos las necesidades de quienes trabajaban en un aserradero del centro de la isla o al asombroso “viejo de los pájaros” que el respetado escribano Ignacio Jordá, supo plasmar en un hermoso escrito.
A Jorge lo recordamos porque opinaba, no sermoneaba. Incentivaba, no obligaba. Era una contención ante inquietudes y frustraciones y no le esquivaba a ningún debate. Tenía una paciencia infinita ante las bromas que irresponsablemente le hacíamos. Comprendía y hablaba el mismo idioma de los jóvenes que lo rodeaban. Adoraba las guitarreadas alrededor de un fogón y una de sus canciones favoritas era “la marcha de la bronca” de Pedro y Pablo. Se lo escuchaba gritar: “Es mejor tener la barba libre que la libertad con fijador”, justificando la barba que supo lucir por esos tiempos.
Como a nosotros, asomaban en él rasgos de rebeldía y su apoyo era incondicional hacia quienes lo acompañábamos. Eso le trajo problemas con algunos miembros de la sociedad conservadora de entonces.
Hasta donde sabemos, sintiéndose con pocas fuerzas, decidió regresar a su tierra de origen quizás pensando que, en el invierno de su vida, era mejor hallarse en el lugar de sus comienzos.
Fue en Ushuaia un sacerdote que brilló por su compromiso y dejó sembrados valores que hasta hoy no abundan y por ello, es convocado permanentemente entre nuestros más gratos recuerdos.
Imagino el brillo de sus ojos cantando: “Bronca sin fusiles y sin bombas, bronca con los dedos en V, bronca que también es esperanza, marcha de la bronca y de la fe…”
Quizás debamos pensar en que sería un acto de justicia, algún día, hallar su nombre en algunas de las calles de nuestra ciudad.