Como siempre… tengo algo que contar. Mi equipaje es más liviano si suelto lo que siento, al viento.
Gracias a mi trabajo puedo hablarles de un pequeño caballero en todas sus formas, un gladiador desde el vientre de su mami, un luchador que justo antes de salir a la arena del Coliseo – la vida misma – recibió una herida gigante, ahí, en el centro del corazón.
El perdió a su compañera cuando estaba pronto a salir. Como si ya no fuera mucho tener que salir a vérselas con los leones, el destino le arrebató su otra mitad para forjar quizás su espíritu de luchador. Menúda forma de enseñar. ¿No tuvo en cuenta que también lo mandaba al mundo con miedo…?
Mateo a veces se asusta, creo que todavia no se adapta. Algo lo inquieta, como si su hermanita, que cubría su espalda, hiciera sentir su ausencia. El seguro que también le hubiera cuidado la espalda a ella, siempre.
Creo, como dije, que por mi trabajo tendré siempre historias que contar, algunas de personas y personitas que no pudieron seguir peleándola, pero la de Mateo, por lejos es la que más me gusta porque a pesar de que llevará toda su vida la cicatriz de una herida gigante, hoy es un guerrero saludable, con los cachetes más gordos y tiernos que cualquier gladiador pueda tener…
De una cosa estoy seguro, Mateo se la va a pelear a quien y lo que sea, y aunque su hermanita no esté, sé que se volvió su armadura, la más fuerte que pueda existir…
Y de otra cosa estoy seguro: desde ahora y para siempre, su mamá tiene a un guerrero espartano que nunca, nunca, la va a dejar sola.
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