Resiliencia, una herramienta indispensable para la vida.
Definición de resiliencia: “Es la capacidad de saber afrontar acontecimientos adversos de forma constructiva, adaptarse y fortalecerse al pasar por sucesos traumáticos”.
Dados los grandes avances a los que ha llegado la humanidad durante el siglo XX y lo que va del XXI, todo el tiempo estamos enfrentando nuevos desafíos. Ante ellos podemos salir airosos, o a veces no tanto. La sociedad actual enfrascada en la cultura del individualismo no tiene mucho miramiento por el semejante, se ha vuelto poco empática y exige todo el tiempo que seamos exitosos.
Entonces, si tomamos esto por cierto, cuando las cosas no salen bien, cuando sufrimos mal trato o cuando los sucesos de la vida nos resultan adversos… ¿deberíamos considerarnos en el pelotón de los fracasados y perdedores?.
Claramente afirmar esto es incorrecto. No podemos ni debemos ser siempre exitosos, y cuando enfrentamos situaciones adversas podemos recurrir a herramientas eficaces para remediar lo que eso nos produce.
Los humanos somos seres vivos con no demasiadas destrezas físicas; podríamos decir que en ese aspecto inclusive somos bastante limitados, puesto que no volamos como las aves, ni nadamos como los peces, no tenemos la fuerza de un elefante, ni la fiereza y velocidad de un tigre. De igual forma hemos sido capaces de superarnos en casi todo, mediante nuestras armas fundamentales: la inteligencia y nuestra capacidad de adaptación o resiliencia.
Aprendimos que la cuestión pasa por imaginar cómo podemos mejorar nuestras falencias y que para ello es necesario disponer de los materiales correctos y el método adecuado.
Fue con el advenimiento de la pandemia que se nos prendió una luz amarilla en el camino. Esta circunstancia inesperada y difícil de imaginar previamente, nos advirtió que hay cosas en nuestra existencia ante las cuales no tenemos toda la preparación, ni todo el control. Muchos terminamos entendiendo que en casos así se destaca nuestra capacidad de adaptación y que la herramienta para superar la crisis fue claramente la actitud para enfrentar el problema.
Quizás sería bueno no olvidar tan rápido esta experiencia, y evaluar el nivel de omnipotencia con la que nos manejamos en el momento evolutivo actual de la humanidad. Quizás no estaría de más rescatar nuestra simple condición de seres vivos, habitantes del pequeño planeta Tierra, que gira alrededor de una igualmente pequeña estrella – nuestro sol -, que son parte de una pequeña galaxia – la Vía Láctea -, en la periferia de la inmensidad del universo.
Lo único comprobable es que nuestro tiempo transcurre entre que nacemos hasta el momento de nuestro último latido y bocanada de aire. Y que ese tiempo comparado con la edad de nuestro planeta – y ni que decir del universo -, es una millonésima fracción de segundo.
Dicho esto, creo que está en nosotros elegir cómo deseamos vivir nuestro tiempo.
Vivir implica ganar y otras veces perder. Ganar es dulce y por supuesto que hay que disfrutarlo, pero perder ya no es tan sabroso y de no estar atentos puede llevarnos al pozo de la frustración, la queja y el dolor.
Ante el sin sabor de la adversidad lo primero que hay que tener en cuenta es que no existen seres humanos que siempre ganen. Absolutamente a todos, alguna vez nos toca perder. Pero el problema no es perder, si no cómo se procesa esta cuestión.
Deberemos considerar que el problema que nos aflige (tenga la magnitud que sea), no es el único factor de la ecuación y que es momento de tener presente que “no hay mal que dure para siempre”, como dice sabiamente el refranero popular. Hay que poner en la balanza las veces que ya superamos adversidades, entender que este no es momento para centrarnos en nuestras falencias si no en nuestras virtudes y no perder de vista que la herramienta más importante para superar un mal momento es la actitud con la cual lo enfrentemos.
Servirá mucho comenzar con el autoconocimiento, ser valientes y vernos tal como somos, aceptarnos y trabajar en mejorar todo lo necesario hasta llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos.
Cuando uno elige ser resiliente, decide no quedar atrapado en el circulo doloroso de la desesperanza que quita el sentido a las cosas. Por el contrario, elegimos tomar una postura positiva e imaginar la mejor salida a la cuestión que nos acucia.
Somos seres con energía propia, somos nosotros los que decidimos dónde canalizar esa fuerza. Podemos elegir si la perdemos en los problemas sociales que nos rodean, o si la concentramos en pos de nuestro bienestar.
También debemos permitirnos imaginar y experimentar nuevas formas de enfrentar los problemas que quizás puedan hacer más fácil el camino. Además, disminuir el ruido que nos envuelve nos ayudará a concentrarnos en cómo enfrentar lo que nos angustia y preocupa. Al fin y al cabo, la felicidad está asociada a la paz interior.
Es fundamental estar atentos con quien nos relacionamos. Si nos equivocamos podemos perder parte de nuestra fuerza influidos por personas negativas, tóxicas y quejumbrosas a las que nada parece satisfacerlas y que intentan absorber con su oscura visión nuestro tiempo y nuestro buen ánimo. En cambio, podemos crear lazos con personas positivas y motivadoras con las cuales retroalimentarnos y potenciar nuestras virtudes en pos de una existencia mejor.
Tampoco sirve de nada echarle la culpa de todo a los demás, al contrario, podemos tomar el comando de nuestra vida y ponerle rumbo a un mejor vivir.
Es sumamente importante también que entendamos que hay cosas que dependen de nosotros y otras que no. Tener la inteligencia de saber diferenciarlas y el valor de cambiar lo que haya que cambiar, es definitivamente el punto de partida.
Todo lo que nos pase puede tener otra mirada, hasta las cosas más dramáticas como la enfermedad y la muerte pueden procesarse diferente.
No se trata de no llorar o de no sentir, se trata de aceptar que somos capaces de superar el trance, por penoso que sea. Tenemos justamente que aprender a llorar, gritar, manifestar nuestro pesar y a la vez, tener la capacidad de regular y encaminar las emociones para poder fortalecernos.
No estamos exentos de padecer enfermedades, o de necesitar cuidados externos y tampoco estamos libres de experimentar la partida de personas a quien nos une un afecto profundo. Son circunstancias límite que podrían hundirnos en el dolor y en la tristeza. Ante estas circunstancias podríamos proponernos valorarlas como un desafío que nos plantea la vida.
Claro que es difícil enfrentar situaciones como la muerte de seres queridos, pero puede mitigar el dolor el hecho de agradecer el haber podido disfrutar y compartir parte de nuestra existencia junto a ellos. El duelo es inevitable, pero la mirada puede ser distinta.
Ante un problema nos ayudará mucho también identificarlo claramente. Una vez hecho esto, aceptarlo como parte de nuestra realidad, es el punto de partida para incorporar la resiliencia.
Volviendo a los refranes populares, recordemos que existe un dicho que versa que “de todo lo malo se aprende”. Debemos analizar lo que nos ha pasado, por muy malo que sea, y extraer un aprendizaje de ello. Las personas resilientes contemplan las situaciones negativas como procesos de aprendizaje por los que hay que pasar y salir fortalecidos. En realidad no hay respuestas pre elaboradas que puede usar cualquiera como si fuera el prospecto de un medicamento. Cada uno con calma, debe buscar sus propias respuestas.
Es nuestro derecho decidir dónde vamos a poner la energía.
La frustración, quizás la contracara de la resiliencia, es el fruto de la falta de un buen procesamiento de aquellas cosas que no salen bien. Aceptar que no siempre las cosas son como más nos gustaría y que la fuerza está en nuestro interior, nos permitirá levantarnos, lavarnos la cara, dibujarnos una sonrisa y … volver a empezar.
Sepámoslo: pase lo que pase siempre será nuestra la elección de cómo procederemos al respecto.
Todos los días elegimos con qué disposición comenzaremos cada mañana; la actitud será determinante para toda la jornada. Podremos iniciar el día quejándonos por lo que nos toque hacer, o en cambio podremos agradecer el nuevo día que se nos permite tener. La actitud elegida marcará cómo viviremos esa fracción de nuestra vida. Y si bien todos tenemos derecho a ser felices, la felicidad no se compra ni se regala. No es verdad que no hay que hacer nada para tenerla: por la felicidad se lucha, se trabaja, se la busca y se la defiende. La felicidad no está en el consumo ni en las locuras desenfrenadas de las fiestas. La felicidad está en la paz, en la calma y el sosiego de las cosas simples. Está en el auto conocimiento, en la alegría de las buenas compañías y en las cosas simples.
Si querés ser una persona resiliente y no sabés cómo lograrlo, podés pedir ayuda profesional. La terapia psicológica no es sólo para el tratamiento de dificultades o de trastornos mentales. La terapia también te puede ayudar a desarrollarte como persona de una manera positiva.
La sociedad tiene la errónea tendencia a asociar la terapia con el padecimiento de algún problema mental. Sin embargo, no siempre es así y puede servirte para hacer un excelente proceso de autoconocimiento.
En resumen, ser una persona resiliente tiene muchos beneficios, como por ejemplo tener mejor salud mental y física. Existe una serie de factores que puede hacer que tengas más o menos predisposición a ser o no ser resiliente, pero tené presente que es una habilidad que se aprende y que puede entrenarse.
Poner la vista en el foco adecuado, no sobrevalorar las pérdidas y/o las desgracias y ver la parte buena de cada una de las experiencias de vida, son buenas formas de comenzar. Estamos en este mundo para pasarla bien y ese debe ser el objetivo.
Un buen comienzo es tomar tiempo para ver dentro nuestro y conocernos más, para aprovechar nuestras fortalezas, luchar contra nuestras debilidades e incorporar actitudes resilientes a cada paso de nuestro diario vivir.
Ojalá estas reflexiones puedan obrar como un disparador para ser más felices.
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