Mi abuela

Mi abuela

Retrato de infancia 

 

 

Eusebia embarcó el 2 de julio de 1950, en Bilbao. Dejó su familia de origen, la vida que conocía y se vino a probar suerte. 

La suerte estuvo con ella.  

Conoció a Manuel y consiguió no uno, sino dos trabajos. Tuvo dos hijas y cuatro abortos.  

Cocinó todas las tortas de cumpleaños de sus seis nietos. A mi me hacía de vainilla, duraznos y crema. A todos los demás de chocolate y dulce de leche. No fui su nieta favorita.  Siempre fui la más rara.  

Me puso a calentar el pijama en la estufa cada noche antes de ir a dormir, no sin antes ponerme la bolsa de agua caliente en los pies y la sagrada barrita Aguila de chocolate en las manos.  

Cocinó mis sopas favoritas. Mis milanesas favoritas. Mis papas fritas favoritas. Tortillas, pescados, helados caseros y pulpos. Todo lo que mi abuela cocinaba me parecía el mejor plato del mundo. Nunca más, de hecho, comí comida con tanto sabor. 

Hoy que leo sobre nutrición me doy cuenta de la gran sabiduría que tenía una mina que no llegó a completar 7mo grado. 

Y hablo de que no tomaba leche de vaca porque no era un ternero, comía un ajo a diario, jamás compró una mayonesa elaborada, ni casi nada artificial.  

No le gustaba salir a comer afuera porque no sabía cómo estaba hecha la comida. Hacía todo casero. Todo. Todo. Comía frutos secos a diario y me contaba la importancia de hacerlo. Hoy lo hago, obvio. Tomaba agua o Terma, nunca una gaseosa. Y era gordita, pero sana.  

Sus menús eran una sopa casera de entrada (nunca un caldito cuadrado de esos), un plato principal después y fruta. No podías no comer fruta en su casa. La que hubiese. Kiwi, manzana, duraznos, frutillas. Muchas veces eran mandarinas. Y mi hijo es fan de las mandarinas. Muy fan.  

Tambien fue mi abuela Eusebia la que se puso frente a mi mamá el día que mi papá le apuntó con un arma cargada y no sé por qué no gatilló. Sí, yo estaba ahí. Siempre estuve ahí. Se paró justo entre medio de los dos y abrió los brazos. Como si fuesen alas. Disparáme a mí si te atrevés, le dijo, mirándolo a los ojos. Con sus ojos turquesas, de otro planeta. Con su metro y medio. Y su delantal de abuela que cocina. Así, frente al macho de 2 metros que tenía un arma cargada. 

Esa era mi abuela.  

Era ariana. Si mi abuelo le hacía algo así, creo que, no sé, le rompía la cabeza.  

Supongo, hoy desde la mujer que soy, que para esta mujer que fue mi abuela, debe haber sido muy difícil tener que convivir con mi papá tantos años. Tener que fumarse a un tipo así en la mesa de su casa. Criando a sus nietas. Y arruinando la vida de su hija. 

Mi abuela era lo que hoy se conocería como una feminista de pura cepa. Siempre me dijo que nunca forme familia con un tipo borracho y golpeador. Para ella eso era inconcebible. Innegociable. Un no rotundo.  

En mi cabecita de niña que repite lo que dicen sus papás, mi abuela Eusebia fue por muchos años una mala persona. Porque no quería a mi papá, básicamente. Y tampoco entendía mucho a mi mamá. Ni mi mamá a ella. 

Y claro, pienso hoy, yo tampoco querría una persona así para mis hijos. Quizás hasta también le haría la vida imposible, no sé. No puedo ni pensarlo. Y también me preguntaría qué mierda tenía en la cabeza mi hija, sobre todo hace 30 años atrás cuando de estas cosas se sabía tan poco.   Quizás debió contenerla de otra manera, más amorosa, pero todas las madres hacen lo que pueden y mi abuela no fue la excepción. 

Creo que nunca comprendió, pero igual estuvo. Dio cobijo, alimento, un esquema de familia en el medio del caos total que provoca la violencia de género en esos niveles. Altos niveles. 

No fue cariñosa conmigo, de esas abuelas que miman, digamos, pero a través de su comida, o de sus consejos, o con el simple hecho de mostrarme una rutina sana me dio más amor del que creyó posible 

Además, siempre me compraba medias, huevos de Pascuas, crayones, cuadernos, me regalaba 100 pesos para mis cumples y cuando se iba a Europa a visitar a sus hermanos, me traía cosas lindas. 

Ella se traía muñecas para ella. Sí, muñecas. Supongo que las que no pudo tener de niña. Y por eso, porque eran de su niña, no las quería compartir con nadie. Conmigo tampoco.  

Obvio que a los 8 años no la entendía, porque yo quería jugar con esas muñecas. Pero hoy abrazo a su niña herida y la comprendo cuando de viejita, quería estar peinando a sus muñecas. 

Anoche soñé con ella, soñé que iba a su casa con Tino a buscar unas cosas y gritaba «abuela!» en la puerta. Solo con la esperanza de decirle esto, pero sabiendo que murió hace muchos añosY entonces se escucha el ruido de la puerta que tenía medio oxidada. Y su voz diciendo en mi memoria: «Esperá que no traje las llaves«. 

Yo me quedaba estupefacta. Todavía estoy un poco estupefacta. Fue un sueño de esos con olor. Real.  

Salía, me abría. 

 ¿Estás viva?  

 ¡Sí!.  ¡Siempre estuve viva! No sé por qué te has creído que morí! – me decía mientras abría el candado. 

 – Vení ¡saquémonos una foto! Le decía yo para verificar que saliera en el celular y asegurarme que no fuera un fantasma. Viste que los fantasmas no se ven en el celular. Y salía. Estaba viva. Viva en serio.  

 ¡Qué bonito hijo tienes! ¡Me parece que a tí te tengo visto, cachetón!  le decía a Tino Ven, tráelo que le haré una torta. Y Tino sonreía. 

 Y estaba viva. Y con ella ese techo que me abrigó las huellas, que me vio crecer y me transmitió el modelo de familia que sigo hoy.  Porque mal que mal, salió de ahí.  

 Le pedí perdón por dejarme comer la cabeza. Se rió. Jugó con Tino. Estaba espléndida. Feliz. Como nunca. Era ella, pero divertida. Tino estaba chocho. Ella también de estar con Tino. 

Y me desperté.  

 – ¿Qué hora es? Me preguntó Emi, con medio ojo abierto. 

 -Van a ser las nueve. Soñé con mi abuela. Estaba viva, Emi. 

 – Oh… dijo y siguió durmiendo. 

Y agarré el celular, y en Google puse su nombre hasta que empecé a buscar información y no sé cómo, salió en qué barco vino, desde dónde salió. Y el día. En Bilbao, el 2 de julio de 1950 

Ese día. 

El día que su historia iba a cambiar la mía. 

Gracias, gracias, gracias abuela. 


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