Misión Davidoff: La fase civil de la Guerra de Malvinas

Por Juan José Mateo

Lincenciado en Historia

Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos


“En todas las guerras suele haber un factor desencadenante –la chispa que enciende la mecha- algunas veces premeditado, otras casual, otras incidental; así también el conflicto del Atlántico Sur tuvo el suyo…”

Rubén Moro – Historia del conflicto del Atlántico Sur (una guerra inaudita). 1985.

El fragmento corresponde a un libro escrito por el Comodoro Rubén Moro, miembro de la Fuerza Aérea quien contó con varios años de permanencia en el Estado Mayor General, que desde el otoño de 1982 comenzó a recopilar datos para elaborar una historia del conflicto de Malvinas, publicada en 1985, cuando las sombras de la verdad recién asomaban sobre este hecho traumático y formativo de la memoria colectiva argentina.
El autor nos cuenta que hacia 1976 un comerciante argentino llamado Constantino Davidoff se dedicaba a la extracción de cables submarinos y otras tareas afines a las actividades del ámbito portuario. Por aquel entonces, llegó a su conocimiento que en las Islas Georgias existía gran cantidad de chatarra metálica abandonada en esa zona, la que podría significar una gran negocio con un esfuerzo moderado, de acuerdo a la proximidad de esas islas –que como Malvinas, estaban bajo la órbita colonial del Reino de Gran Bretaña- con las costas argentinas.
Luego de insistentes gestiones, en un comienzo muy adversas, Davidoff logró entrevistarse en 1978 con el Secretario del Gobernador británico de las Islas Malvinas, quien le allanó el camino para finalmente firmar un contrato en septiembre de 1979 con la firma irlandesa Christian Salvensen Limited, a la sazón propietaria de la chatarra a desmantelar por Davidoff, las cuales se correspondían con implementos metálicos en desuso para las campañas balleneras de la firma. En 1980, Davidoff formó la empresa “Islas Georgias del Sur SA”. Todo parecía encaminado a buen puerto.
Pero Davidoff nunca pudo haber imaginado (al menos hasta el momento nadie podría desmentirlo) que un gran negocio que se extendería por contrato hasta 1983, terminaría abruptamente bajo el fuego de una guerra al parecer “inexplicable” y menos, que lo tendría a Él y su empresa, como epicentro de los conflictos diplomáticos previos.


En efecto, en agosto de 1981, los estridentes movimientos comerciales de Don Constantino Davidoff obstinado en concretar su negocio (aún no había logrado poner siquiera un pie en la embarcación de reconocimiento y relevamiento del material a desmantelar y trasladar de las Islas Georgias), inspiraron un llamado de la cancillería argentina para que explicase qué contactos estaba realizando con las autoridades y empresas británicas. Finalmente, Davidoff pudo demostrar que sus gestiones estaban en regla y que su cometido comercial no sería una actividad que resintiera la puja soberana entre las dos naciones. Meses después todos comprobarían que estaban muy equivocados.
Cuenta Moro que finalmente “la Armada Argentina, actuando en forma coordinada con la Cancillería, decidió apoyar la operación Davidoff, y por medio de la agrupación Naval Antártica trasladó al empresario y seis personas más en el rompehielos Almirante Irizar que arribó a Puerto Leith el 20 de diciembre de 1981, mientras se hallaba en tránsito a las Bases Antárticas Argentinas. El grupo Davidoff permaneció en puerto durante seis horas realizando las tareas de relevamiento y fotografiando las instalaciones a desmantelar; desembarcando posteriormente en Ushuaia para trasladarse a Buenos Aires por vía aérea.”

¿Davidoff nos sirve a todos?

Pero paralelamente a la empresa de Davidoff las posiciones de las cancillerías británica y argentina se iban endureciendo, de hecho, en marzo de 1979, se daba el traspaso del poder en Inglaterra de los laboristas a los conservadores, con Margaret Thatcher a la cabeza. Para fines de 1981 también habría cabio de Gobierno en Argentina: Leopoldo Fortunato Galtieri reemplazaría al fugaz General Viola.
Las cartas estaban sobre la mesa: Thatcher y Galtieri se enroscarían como víboras constrictoras en una cinta de moebius que devoraría cualquier intento de entendimiento. Ambos mandatarios tenían un objetivo común en mente: la posibilidad que un entendimiento o conflicto les sirva para disuadir y desviar la atención de la gente sobre sus problemas políticos internos.
Cuando la tensión diplomática por los reclamos soberanos sobre las Islas del Atlántico Sur por parte de la Argentina no podían ser más tensas con Gran Bretaña y a pesar que desde la Cancillería argentina le pidieron en enero de 1982 a Davidoff que retrasara sus actividades en las Islas por esos motivos, un cambio inesperado de parecer, indicó a Davidoff que debía prepararse para embarcar el 11 de marzo rumbo a las Islas Georgias.
A bordo de la embarcación argentina “Buen Suceso”, la tripulación y los obreros enviados por Davidoff desembarcaron en las Islas Georgias e inmediatamente, de acuerdo a lo informado por los medios británicos, enarbolaron en un mástil improvisado la bandera argentina en inmediaciones de Puerto Leith, acto desmentido por la empresa argentina, quienes dejaron entrever que fueron los británicos quienes pudieron realizar ese acto de soberanía y desde aquí en más, de premeditada provocación diplomática.
A las pocas horas, fuentes británicas enviaban a Londres reportes que consignaban que un grupo de civiles y militares argentinos había invadido la Isla San Pedro. La prensa británica y el propio Parlamento actuaron con estridencia y sensacionalismo. Desde las esferas del poder a ambas partes del Atlántico quizá se habrá pensado: ¡Mordieron el anzuelo!
Así fue como un hecho de naturaleza aparentemente civil que muchos pasan por alto, la “misión comercial Davidoff”, estuvo enmarañado en los prolegómenos de la Guerra de Malvinas, porque no hubo vuelta atrás sobre lo sucedido. Lo que ocurriría a partir de esa tensión, está más estudiado y presente en la memoria colectiva y centrará su mirada en las acciones diplomáticas de las cancillerías y de las acciones militares.
Así es como la “misión Davidoff” fue la que en un inicio, como un efecto “no deseado”, constituyó la chispa que encendió la mecha de lo que sería la Guerra de Malvinas. Si quieren los detalles previos y posteriores, bien podrían leer el libro del Comodoro Rubén Moro, un contemporáneo de aquella contienda que detalla con precisión y ecuanimidad, los aspectos de aquella Guerra inaudita.

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