Era descendiente del pueblo shelknam.
“Mi mamá era muy dulce. Cortaba leña, bagualeaba, enlazaba, alambraba, amasaba el pan, pintaba cuadros con pinturas naturales sacadas del calafate. Siempre me asombraba, era una mujer que no se aburría nunca. Tenía miles de historias; también, como para no, las había pasado todas… Pero lo más grandioso de ella era su ternura y por sobre todo su humildad. Nunca entendió por qué la gente compraba sus «trabajitos». Decía que era un milagro que la Virgen había hecho con ella para salvarla porque su vida con mi viejo era de mucho sufrimiento y todas las mañanas se levantaba con ganas de tirarse al agua para morir, pero al ver las formas en las ramas y palos de la orilla, se le ocurrían cosas para tallar. Sus primeras herramientas se las construyó con zuncho de cajones y con chapas de las latas. Cuando papá le descubría las tallas se las quemaba, eso la entristecía pero se las ingeniaba para seguir tallando a escondidas”.
Así recordaba Esther Varela a su madre, doña Enriqueta Gastelumendi, la recordada y querida “India Varela”, cuando a los 91 años de edad y víctima de una fatal neumonía, el 29 de agosto de 2004, debió despedirla para siempre.
Esther era una de los nueve hijos que doña Enriqueta trajo al mundo en Tierra del Fuego, dejándoles el legado de su sangre medio shelknam y medio vasca.
Con su gran humildad, bajo perfil social y de modos sencillos, la “India Varela”, apodo del que ella renegaba porque ese apellido la remitía a un marido maltratador, se convirtió en un ícono de la cultura fueguina a través de la laboriosidad con la que confeccionaba tallas únicas por su belleza.
En la Ushuaia del siglo pasado, esa mujer de baja estatura, cabello negro y piel curtida por el clima austral, se sentaba todas las tardes frente al ventanal de su casa de chapa, en San Martín, entre Rivadavia y Gobernador Godoy, a tallar estilizados guanacos, más bellos aún que los de carne y hueso. Acompañada por sus coloridos canarios, otra de sus pasiones, con paciencia iba haciendo surgir de la madera una figura más singular que la otra, pero con el sello distintivo de su estilo y meticulosidad.
Cuando partió, se fue con ella una de las últimas exponentes del pueblo shelknam u ona, nativos habitantes de la isla de Tierra del Fuego, hasta la llegada del hombre blanco, quien con su beligerancia y enfermedades, los diezmó.
El domingo 27 de febrero, Esther, quien además de formar su familia se desempeñó como empleada de la Municipalidad de Ushuaia, y que había elegido amorosamente las palabras para despedir a su madre Enriqueta, se reunió con ella.
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