“No aguanto más. Me voy del país”

“No aguanto más. Me voy del país”

Reflexiones en cuarentena

 

“Somos una especie en viaje”
(J. Drexler).

No tengo dudas. Migramos de lugar, de género y de creencias. Nuestros antepasados también lo hicieron. “Elegir” es otra forma de decir “migrar”. Si de elecciones hablamos, últimamente vengo escuchando a varias personas que proyectan irse del país, en plena crisis. Y no me parece casual. Las crisis son momentos bisagras si de modificaciones se trata. Cuando el mundo a nuestro alrededor eclipsa, pensamos que algo tiene que cambiar, aunque a veces no sabemos muy bien qué. Anticipo que no busco moralizar, no creo que esté ni bien ni mal la decisión de emigrar a otro lugar. Mi pregunta es: ¿qué motiva esas decisiones? ¿qué hay detrás de la imperiosa necesidad de cambiar de vida?
Los psicoanalistas Carlos Alberto Vispo y Marcos Podruzny explican: “Nos lleva a migrar el sentirnos atraídos por otro ámbito en el que sabemos o suponemos que se pueden cumplir nuestros deseos o donde esperamos conseguir aquello que necesitamos; también cuando percibimos que donde estamos nos exponemos a peligros o situaciones indeseadas.” Sin embargo, muchas veces la fantasía de irse a alguna parte, cualquiera sea, es la de que lejos se solucionarán nuestros problemas. Pero no siempre es tan sencillo, algunas cosas “se cuelan” en la mochila. El doctor en psicología Néstor Tamburini dice: “Irse a cualquier parte representa uno de los mecanismos de defensa posibles ante una vivencia amenazante… El enojo y la desesperanza conllevan a explorar, idealizando las opciones.”
Idealizar la vida en el exterior, implica por ejemplo pensar que afuera la pasan mejor. Que por el solo hecho de cambiar de espacio físico, todo sería distinto. Empero, si de pandemia se trata, todos estamos en crisis, incluso aquellos países del llamado primer mundo que han tenido que soportar los efectos devastadores del virus. El licenciado en psicología Miguel Espeche, comenta: “Pero hoy las intenciones de residir en el exterior quedan, en gran parte, en el plano de las expresiones de deseo y representan un signo de desencanto con la Argentina. Es que, en realidad, y más aún en época de pandemia, cabe preguntarse si existe ese lugar, si hay horizontes fácticos en lo inmediato para emigrar. Se está hablando mucho de este tema, pero en términos concretos hoy es muy difícil irse a vivir a otro país. Mientras tanto, el recurso de idealizar este ‘otro lugar’ permite vivir mejor el hoy”.
Leí en las noticias de las últimas semanas sobre el botón rojo que el ex presidente de Estados Unidos D. Trump había instalado en su despacho, y al apretarlo, alguien le llevaba automáticamente una gaseosa light. A partir de que esto se hizo conocido y empezó a viralizarse, escuché en una radio que preguntaban a los oyentes qué pedirían si tuvieran un botón rojo a disposición. Y me parece que a veces pasa algo similar con la idea de irse del país; surge en nuestra psiquis como el botón rojo que hace ver mágicamente la vida que quisiéramos tener, todo aquello que sentimos que nos falta. El problema de eso es que la realidad no es un botón rojo. Esa idea desmiente el camino que atraviesa alguien entre el anhelo y su concreción, sirviéndose del recurso al pensamiento mágico.
También solemos encontrar noticias que hacen un ranking de los países con mejor calidad de vida, como si ello dependiera solo de factores extrínsecos. Por supuesto que cuentan, pero hay otros factores como la adaptación de la persona a otra cultura, los lazos que establece, su inserción laboral, los recursos que posee para hacer frente al duelo por lo que dejó, que son igual de relevantes a la hora de sopesar una elección. Fíjense, por ejemplo, que cuando alguien migra a otro país, en especial cuando se habla diferente idioma, suele ocurrir que buscan grupos de residentes de su mismo origen o países vecinos. ¿Por qué alguien que se va buscaría recrear lazos con personas de su mismo origen en el lugar de destino? Aquí hay algo de la identidad que entra en juego y que hace que nos sintamos identificados con individuos con los que compartimos determinadas características como la historia, costumbres, dialecto, etc. Estos grupos pueden funcionar como “espacio transicional”, intermediario, que sostiene al sujeto en los primeros tiempos; como posibilitadores del proceso de arraigo que, por cierto, ¡implica toda una construcción!
Por otra parte, que nuestro cuerpo se mude, no es garantía de que nos hayamos ido. Hay un trabajo de duelo que tiene inicio cuando empezamos a fantasear con irnos y atraviesa una serie de momentos que nos permiten de a poco investir libidinalmente esos nuevos espacios, y que en algún tiempo podamos llamar al lugar de destino, hogar.
No puedo evitar pensar que a veces también se juega una especie de “contagio” con la idea de migrar. Entonces alguien dice por ahí “que el país no da para más”, y esto empieza a replicarse. Se instala el tema en las conversaciones, y otros también empiezan a evaluarlo, sin detenerse en la situación particular de cada uno. Si tuviera que hacer una sugerencia, sería que sea cual fuere la decisión a la que nos enfrentemos, nos tomemos el tiempo de analizarla y entender desde qué lugar elegimos algo. Así nos evitaremos muchos dolores de cabeza y frustración.


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