“Rondamón”: el cómico indispensable

“Rondamón”: el cómico indispensable

Por Juan José MATEO

Licenciado en Historia - Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos

El 20 de junio de 1971 en el programa «Chespirito» debutaba en la pantalla del pequeño Canal 8 de la Televisión de México «El Chavo del 8», un sketch que marcaría desde un primer momento el ánimo de un público que no distinguiría grupo etario, nivel de instrucción ni preferencia por género estético. Sería el programa de humor que, aún luego de ser criticado en sus inicios por la supuesta violencia explícita y atmósfera simplona que pregonaba, terminaría por gustar a todos, universalidad que a la postre derribaría fronteras nacionales e idiomáticas.

Lanzado ya como programa independiente desde febrero de 1973, esta comedia contaba con actores de primer nivel y excelentes libretos que enmarcaban la comedia de situación. «El Chavo del 8» era un niño inocente y torpe protagonizado por Roberto Gómez Bolaños (Chespirito), que vivía en una vecindad de la ciudad de México (un complejo habitacional con patio central) y que interactuaba con otros personajes estereotipados como Doña Florinda (Florinda Mesa), su hijo Quico (Carlos Villagrán), Doña Clotilde o «la bruja del 71» (Angelines Fernández), el Señor Barriga (Edgard Vivar), el Profesor Jirafales (Rubén Aguirre) y la Chilindrina (María Antonieta de las Nieves).

Pero entre estos excelentes arquetipos, sobresalía un personaje que interconectaba magistralmente a todos ellos: Don Ramón, el padre de la traviesa Chilindrina, interpretado por Ramón Valdés. A él le dedicaremos este artículo, por considerarlo un actor sobresaliente y el artífice de la química original que dio al «Chavo del 8».

 

Ramón Valdez

 

Si bien su nombre completo era Ramón Esteban Gómez Valdés y Castillo, fue conocido en su fase artística como Ramón Valdés. Nacido en la ciudad de México en 1923 en el seno de una familia humilde, su historia personal estaría signada por el clima artístico, debido a que varios de sus hermanos se dedicarían a la actuación. De hecho, gracias a uno de sus hermanos mayores, el actor y comediante Germán «Tin Tan» Valdés, Ramón debutaría en la pantalla grande en 1949.

En 1968, Roberto Gómez Bolaños ya había puesto los ojos en aquel actor de gesticulaciones exacerbadas y voz ronca, convocándolo para un proyecto que llevaría por nombre «Los supergenios de la mesa cuadrada». Se trataba del prolegómeno en donde uno tras otros surgirían personajes entrañables del humor televisivo, como el Dr. Chapatín, el Chapulín Colorado y más adelante, el entrañable Chavo del 8. Todos ellos se valdrían de partener necesarios para desarrollar el personaje central y sin dudas uno de los indispensables fue Ramón Valdés.

En ocasión del surgimiento de El Chavo del 8, Gómez Bolaños ofrecería a Valdés la posibilidad de ser él mismo. Así es como comienza la vida de «Don Ramón» en la vecindad de El Chavo.

«Rondamón»

 

En cada intervención, Don Ramón (o Rondamón, como solían llamarlo los niños) potenciaba los rasgo grotescos de todos los personajes de la vecindad: la torpeza e ingenuidad del Chavo, la malicia y altanería de Quico, la pícara manipulación de la Chilindrina, la jactancia, presuntuosidad y prejuicios de Doña Florinda, la entrega incondicional de Doña Clotilde, la paciencia inconmensurable del Señor Barriga y los intentos de rectitud moralizante del Profesor Jirafales.

En todos éstos rasgos Don Ramón era partícipe necesario, evitando el pago de la renta, recibiendo cachetadas de Doña Florinda, evitando las declaraciones de amor de la Bruja del 71, recibiendo golpes por parte de Quico y el Chavo, luchando contra las estratagemas constantes de la Chilindrina o confirmando el rol de docencia del Profesor Jirafales.

Pero Don Ramón, a fin de cuentas, lograba descargar muchas de las injusticias que le ocurrían en el Chavo, al que le propinaba periódicos coscorrones con motivo de las poco felices intervenciones, fruto de su inocencia y torpeza verbal. Párrafo aparte merecen los efectos de sonido de toda la serie: los golpes eran amenizados con un toque agudo de campanas y las patadas y manotazos vaya a saber con qué otro tipo de artilugio casero. La escenografía y efectos especiales del programa eran tan grotescos como efectivos.

En realidad, todos los personajes, quizá exceptuando a Doña Clotilde y el Señor Barriga, tenían sus flaquezas, las que servían muchas veces para enhebrar las argumentaciones de capítulos que semana tras semana, desde 1973 a 1980, copaban la atención de millones de televidentes en el mundo.

En particular, fruto de ser él mismo, de fusionar frente a los espectadores ficción y realidad, Don Ramón poseía una frescura sin paragón y gozaba particularmente de esas carcajadas roncas que eran sumamente contagiosas. Las risas de Valdés no fueron explotadas lo suficiente, pero advertimos que se trata de la carcajada más pegadiza que ningún actor cómico haya tenido nunca jamás. Quizá el secreto es que a Valdés le iba la vida en ello.

Un cómico indispensable

 

Pero Ramón Valdés no solamente interpretó a Don Ramón. En el universo de la propuesta amplia de Chespirito, fue en muchas ocasiones el «Tripaseca», «Rascabuches», «Alma Negra», «Super Sam», “Peterete”, además de personificar a todo tipo de personajes como ingenieros, arqueólogos, doctores, ropavejeros, etc., y siempre con esas miradas cómplices, gestos elocuentes, «torcimientos de hocico» y la inconfundible voz gutural alimentada durante años por el humo del cigarrillo, vicio que llevó consigo hasta sus últimos días.

De todos modos, es de destacar la particular química que formaba con el actor Carlos Villagrán, porque las escenas donde coincidían con Quico, aquel niño altanero y malcriado que exasperaba a Don Ramón hasta el infinito y más allá, realzaba a ambos actores en momentos inolvidables del programa. Es sabido que con la salida de Villagrán en 1978 y del propio Valdés en 1979, el Chavo perdió algo de aquel brillo incandescente que derramó como un sol de mediodía caribeño.

Sin desmerecer al resto del elenco, incluyendo al talentoso Chespirito y cada uno de los brillantes actores con los que contaba la serie, Ramón Valdés fue particularmente el cómico indispensable de todo el ciclo. Y esto no va en desmedro comparativo de nadie, sino sólo a favor del genio particular del «Moncho» Valdés. Su rostro era particularmente caricaturizable, su voz ronca, los infinitos recursos gestuales con los que contaba , el porte delgado, la piel trigueña y marcada que lo acercaban a cualquier estibador portuario o ropavejero. Era un tipo que podía y solía fundirse en la maraña de la megalópolis mexicana y en su gran país hecho y forjado por mestizos, trabajadores del día a día, anónimos de la megaurbe mundial en marcha.

Eso fue Ramón Valdés. Con ser él mismo le alcanzó para reivindicar la humildad propia y la de millones de trabajadores y desocupados del mundo, independiente del personaje, que en Valdés era lo mismo: don Ramón. Reíamos y en muchas ocasiones lloramos con él. El autor de esta nota desea rendir un homenaje a este fuera de serie del humor universal y considera una pérdida de tiempo describir alguna actuación que merezca ser puntualmente recordada. ¿Quién no conoce a Don Ramón? ¿Quién no ha reído alguna vez con él?

¿Será por ello que cuando ocurrió el terrible sismo de México en el año 1985, en la Argentina todos especulaban que había fallecido en aquella catástrofe? Ahora sabemos que quizá se haya tratado de una defensa subconsciente del colectivo social para superar el dolor que nos causaba no verlo actuar e interactuar más con Chespirito. Pero se trató sólo de un mito urbano. Ramón Valdés murió el 9 de agosto de 1988 producto de un cáncer de estómago.

Quienes tuvimos la oportunidad de reír a carcajadas con cada aparición suya, jamás olvidaremos la hipnótica relación que generó con el espectador. No podía ser de otra manera, tratándose de uno de los actores cómicos más talentosos de la historia universal


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