Reflecciones en cuarentena
Las noticias impactan. Mientras ayer escribía esta columna escuchaba hablar de 3.645 nuevos casos de coronavirus en Argentina en un solo día, lo que lleva a 106.910 los infectados en nuestro país. Este es el número que refiere a aquellas personas que dieron positivas en el test. ¿Pero esos son los únicos afectados? ¿de qué formas irrumpió la pandemia en las subjetividades? ¿y qué hay después del Covid-19?
En estos últimos meses el planeta se vio sacudido. Esto que vivimos tuvo y tiene efectos a nivel mundial, y es difícil pensar que alguien pudo estar exento, en el amplio sentido de la palabra, del coronavirus. Están los que sufrieron el virus en el cuerpo, pero también están todos aquellos que se vieron afectados de distintas formas por la pandemia, y las distintas medidas que se implementaron en el intento de frenar el avance y que se transforme en una catástrofe. Gran parte de nuestra vida cotidiana se vio alterada y tuvimos que adaptarnos a una nueva forma de habitar nuestro entorno.
Frente a este contexto, es esperable que se generen distintos sentimientos y es importante destacar que no toda reacción es patológica.
No obstante ello, cada uno tomó, consciente o inconscientemente, distintas posiciones frente al virus, posiciones que tienen sus extremos en la paranoia y la negación, pasando por toda la escala de grises. Hay un cantautor uruguayo que me gusta mucho, Jorge Drexler, que escribió una canción, “Codo con codo (2020)”, que dice:
“La paranoia y el miedo
no son ni serán el modo.
De esta, saldremos juntos
poniendo codo con codo.”
Por su parte, Alicia Stolkiner y Julián Ferreyra (2020), ambos psicólogos, investigadores y docentes universitarios, señalaron que: “En el caso de la actual pandemia de COVID-19, la magnitud de la afectación planetaria, la deficiente respuesta de países que se consideraban “desarrollados” y la definitiva caída de certezas con respecto al futuro de lo humano en sí, construyen un escenario inédito y abren un nivel colectivo de imprevisibilidad de futuro que obviamente afecta subjetivamente. Solamente una negación importante, casi mórbida, podría hacer que alguien no se considerara afectado.”
No hay dudas de que cada uno hace lo que puede. Pero es importante que, desde el lugar que nos toque, podamos pensar los tiempos que corren en clave de respeto. Un respeto que habla de la necesidad de cuidado a nosotros y a los otros.
Hay una herida que abrió el virus en la sociedad. Y como toda herida, vendrá un tiempo de cuidado para que pueda sanar. Autocuidado, y cuidado del otro. Porque “No hay forma individual de cuidarse que no implique necesariamente el cuidado de otros”. Y que inaugurará un tiempo de sanar. De todos. De distintas formas.
“Y volverás a esperanzarte
y luego a desesperar.
Y cuando menos lo esperes
tu corazón va a sanar.
Va a sanar, va a sanar.
Y va a volver a quebrarse
mientras le toque pulsar”
(Sanar, 2008; Jorge Drexler).
Sanar implica resistir. Abrir un compás de espera. Dejar que algo se desenvuelva. Sin apurar el tiempo, respetando el momento de cada uno.
“Tengo un juego de relojes
Que van marcando mi tiempo.
Uno va siempre apurado
Y otro camina tan lento.
Está el que anda a los saltos
Y el que se queda durmiendo.”
(Zamba de los relojes, 2013; Canticuénticos)
Y sanar también es dejar ir. Hacer el duelo. Angustiarse por lo que no fue y pudo ser, y aceptar, para permitir la llegada de otra cosa.
Sanar como inherente a transformarse. Antoine- Laurent de Lavoiser (1785), químico, biólogo y economista francés, decía que “La energía no se crea ni se destruye. Sólo se transforma”. Lejos de poder entender la ley de conservación de la masa y de la energía, me sirvió para preguntarme ¿por qué no puede ser esta una oportunidad para transformarnos?. Para ver nuestra realidad de otras formas, para encontrar nuevas estrategias de hacer en conjunto. Hacer una revisión profunda de acciones que nos sumergen en la repetición, y avizorar un cambio posible. Animarnos a cruzar el Rubicón, y elegir algo diferente.
Sanar poniéndose en el lugar del otro. Operando desde la ternura. Tejiendo lazos desde la solidaridad, cómo aquellas personas que habiendo atravesado la enfermedad hoy son donantes de plasma.
Pero no quiero dejar de contarles cuál es mi forma de sanar. Yo escribo para sanar. Escribo como si estuviera armando un rompecabezas. Primero aparecen las palabras. Aquellas que quiero transmitir, las que tienen un peso distinto, las que se relacionan entre sí en función de una idea. Luego se presentan tímidamente los párrafos, desordenados, como un cuadro que de a poco empieza a tomar forma, como pinceladas de colores que no dicen nada, pero luego de observarlas en detalle, dejan vislumbrar un paisaje. Me dejo sorprender cuando escribo. Y finalmente, dejo que las letras vuelen, se independicen de mí y se organicen para que otro se las apropie, les de un sentido, las cobije, las deseche o las use para suturar heridas.
En cada palabra que decido escribir tengo muy en cuenta mi lugar de agente de salud y la responsabilidad que ello conlleva. Creo que así como un médico cose una herida en la piel, las palabras suturan heridas del alma. Por eso, yo elijo dejar palabras. Letras con mensajes que se cierran cuando un lector da sentido a lo escrito. Escribir también es una forma de sanar y es la que elijo hacer cada vez que me enfrento a una hoja en blanco, a algo que no puedo explicar. Escribir para curar. Como forma de bordear mis propios vacíos. Y también de amar.
El mundo se puso de cabeza, y más allá de las explicaciones que busquemos encontrarle, la pandemia le (y nos) causó una herida. Pero vendrá un tiempo de sanar, de distintas formas, sanar con cuidados, con ternura, con solidaridad, con respeto, sanar dejando ir, aceptando lo que nos tocó en suerte o en desgracia y transformándonos, porque siempre está la posibilidad de abrir otro camino, una ventana que deje entrar aire, y así sanar… porque siempre habrá “un sueño, esperando ser soñado, justo detrás del dolor” (Chantal Maillard, 2004).
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