“El banderazo del lunes puso al descubierto nuevamente las parcialidades que los últimos años de la política nacional han sabido articular. Un diálogo de sordos, de símbolos encontrados, resignificados y de luchas simbólicas para administrar cada vez mayores miserias”.
“Compañeros del Ejército de los Andes: Ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos; sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje”.
José de San Martín. Mendoza – 19 de julio de 1819
El pasado 17 de agosto los argentinos tuvimos el correspondiente feriado en conmemoración del fallecimiento de quien quizá sea considerado el máximo exponente del panteón de patriotas que han forjado nuestra historia embrionaria: el General San Martín. En el acápite inicial puede leerse la proclama que dirige al Ejército de los Andes apostado en Mendoza, un 19 de julio de 1819.
Hablar de historia embrionaria es reconocer que en épocas en las que le tocó actuar al “Gallego” San Martín, la Argentina como entidad política e institucional no existía, de hecho y hasta que la Revolución no lograra establecer un sistema de recaudación que suplantara las antiguas estructuras, a nivel regional la lógica de organización virreinal del régimen de intendencias impuesto por los Borbones, competía aún con el poder local del Cabildo, al que en definitiva siempre se terminaba recurriendo cada vez que los poderes temporales que surgían de alguna coyuntura particular en el proceso de emancipación suramericana, sucumbían ante las resistencias disgregantes de invasiones o guerras.
El proceso Revolucionario surgido en 1810 no fue sólo una historia de enfrentamientos militares, cambios de gobiernos e intrigas palaciegas. Fue también un proceso de profundas transformaciones sociales y de pugnas por el control de los recursos económicos que permitirían solventar, principalmente, los gastos de mantener un ejército en constante riña con los poderes locales alineados con los intereses del absolutismo español y los ejércitos peninsulares.
“Oíd el ruido de rotas cadenas”
En el caso del Río de la Plata, fue precisamente la militarización ocurrida a partir de las invasiones inglesas de 1806-1807, agudizadas a partir de 1810, que las milicias y la constitución del ejército regular patrio, permitieron una movilidad social impensada en siglos anteriores, que terminó por desquebrajar la sociedad estamental y el régimen de castas característico del antiguo régimen.
Es que las milicias encargadas de defender las ciudades y el Ejército patrio que le tocó conducir a San Martín, estaba constituido no sólo por criollos, sino también por esclavos (que luego de años de servicio militar podían obtener su condición de libertos), pardos e indígenas, a los que la participación en las batallas o en la defensa de las ciudades, les permitían obtener un salario, además de darles una nueva razón social en la comunidad.
Sobre este nuevo horizonte de expectativas sociales, de tensiones entre lo nuevo y lo viejo, de intrigas y traiciones de lenguaraces, de dudas existenciales de los viejos vecindarios que vivían en la comodidad de la tradición estamental colonial y de los siempre inmediatos intereses económicos en juego de los diferentes grupos, San Martín debía consolidar, abastecer y conducir un ejército nuevo, ser el líder político de las localidades que le encomendaba administrar el Gobierno revolucionario de Buenos Aires o las que iba conquistando y mantener un proyecto ideológico sin sucumbir ante otra necesidad que no sea la de lograr la independencia de la América de Sur.
El “otro” San Martín
En ese sentido, siempre conviene recordar la ponderación que realiza Norberto Galasso, de San Martín cuando advierte que “el hijo de un funcionario español, que se ha educado en España, que ha luchado veinte años en el ejército español y que apenas recuerda sus primeros años pasados en Yapeyú, no viene a América para luchar contra España (su patria, por muchas razones), sino que vuelca su esfuerzo a favor de la revolución democrática hispanoamericana para proseguir aquí, en 1812, la lucha que en España parece –por entonces- condenada a la derrota. Español antiabsolutista en España, San Martín continúa bregando contra el absolutismo en América y por esa razón no es un porteño “liberando” a Chile y a Perú, sino el jefe de un ejército hispanoamericano que desobedece al Gobierno de Buenos Aires y enarbola bandera del Ejército de los Andes (y no de Argentina)”.
Estos aspectos abren una faceta del héroe que va más allá de la tradicional imagen construida por la óptica liberal tradicional de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se logró imponer la visión del militar “argentino” que montando en caballo blanco, liberaba países vecinos.
En todo caso, lo heroico de José de San Martín reside seguramente en la cantidad de dudas que lo abrazarían cada día, al conducir su ejército, al gobernar lugares, al planificar cada paso o destino de sus hombres y de su propia vida -que estaba en juego en todo momento-; en conservar la cintura política para sobrellevar el conflicto de intereses locales con su estrategia macro regional de edificar una gran patria grande. Reconocer esto es también reconocer que se exilió en Francia por medio a que los poderes facciosos de la convulsionada Buenos Aires acabaran irracionalmente con su vida.
Sí. San Martín se exilió “voluntariamente” porque tenía miedo que lo maten. Justo a él, al Padre de la Patria. Después de todo, era un hombre como cualquier otro, al que la punta de una bayoneta podía desangrar o un proyectil perforar.
#17A
El pasado lunes, al cumplirse un nuevo aniversario de su fallecimiento ocurrido en Francia en 1850, sectores sociales descontentos con el Gobierno nacional, se lanzaron a romper “las cadenas” de la cuarentena. Una de las consignas de la movilización, convocada mediante las redes sociales, era justamente “defender la Patria que San Martín soñó”, aunque el principal motivo capitalizado por la oposición partidaria fue el rechazo a la reforma judicial impulsada por el Poder Ejecutivo.
Hemos hablado en otras oportunidades de los usos políticos que brinda la historia. O bien para legitimar procesos, o bien para demeritarlos. El banderazo del lunes puso al descubierto nuevamente las parcialidades que los últimos años de la política nacional han sabido articular. Un diálogo de sordos, de símbolos encontrados, resignificados y de luchas simbólicas para administrar cada vez mayores miserias.
Muchos de los participantes de la marcha habrán reflexionado en torno a que “si San Martín viviera, estaría en la calle con nosotros”. Del otro lado de la grieta, habrán pensado que si San Martín estuviese con vida, hubiese enviado su sable al presidente, como gesto de la necesidad de la reconciliación nacional en momentos en los que se encuentra en juego la vida de los compatriotas contra un enemigo externo.
En la lógica maniquea del enfrentamiento, nadie puede especular con otra cosa que tener al Padre de la Patria de su lado. Pero no hay que olvidar aquella opción del exilio voluntario y del miedo del héroe, porque en ese hecho significativo seguro haya habido algo más que la instintiva preservación de la vida personal de San Martín.
Si San Martín viviera…
San Martín se exilia precisamente porque su acción política y militar se ha concretado y la coyuntura local no es favorable a su idea de organización nacional. Ve lejana la Patria grande y aunque las rechaza, asume las guerras fratricidas como un proceso esperable del camino hacia la organización nacional. No había espacio ni rol posible para San Martín en las pasionales broncas unitarias y federales. Y más allá de sus simpatías por los caudillos, nada provechoso avizoraba para arriesgarse a volver.
Este lunes 17 nuevas broncas pasionales afloraron en su nombre una vez más. Y también una vez más recuperaron su imagen del exilio voluntario y lo trajeron para que ayude a dirimir un conflicto interno contra el poder central. En nombre de una República que él jamás conoció (ni seguramente soñó) y de la libertad, las banderas flamearon en su nombre y con objetivos partidarios. Ese no es un problema, porque de ese se trata la democracia. Además, un símbolo como San Martín les pertenece a todos.
Por ello, si San Martín viviera, estaría bueno ensayar de qué forma le explicaríamos (los que estamos de uno u otro lado de la grieta) el país que tenemos, las asignaturas pendientes en cuanto a los niveles de pobreza estructural con los que contamos y por sobre todo, qué pensamos hacer para mejorar de aquí en más.
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