Solo lo vi dos veces

Solo lo vi dos veces

En memoria de Gustavo Foppoli. Se fue su cuerpo pero él ahora descansa en nuestros corazones, acompañado para siempre por el bullicio del río y por los cerros, y presente como humo de Foppoloco en el aire.

Solo lo vi dos veces

Generosidad versus egoísmo

La desgracia que los hijos despidan a su joven padre, la tragedia de que un hijo se vaya antes que los suyos, que un hermano deje tantas anécdotas huérfanas de relator, esas historias de alambres cortando cejas, o hermanas apretando granos, historias de mandarinas podridas que nadie quería juntar. Historias simples. Anécdotas forjadas entre cerros y arroyos serán contadas por otros ahora y de esa forma él seguirá viviendo.
Durante un tiempo me aleje de la fe, no escuché o no quise ver. Era muy difícil ver lo invisible para los ojos, lo que sólo el corazón puede ver y sentir. Pero hay señales y personas que se nos cruzan en la vida, en este camino espinoso que solo nos cubre de terciopelo de a ratos. Personas que nos demuestran que lo simple y lo sencillo es lo bueno. No existe lo material cuando estamos frente a la eternidad.
Mi duda, frente a Dios y a su hijo Jesús me resultaban irreales, los milagros, la resurrección, la creación del mundo, Adán Eva y la fruta del pecado. Demasiado imaginaria, todas historias muy fantasiosas. Tal vez por ser un hombre de ciencia, no me permití creer. Pero también sabía que en la trinchera – decía un dicho – no hay ateos. Y los dichos por algo están.
Nunca dudé de la existencia de Cristo, pero sí de los milagros. ¿Hacer vinos en las bodas de Cana?. ¿Multiplicar panes y peces?. En mi pensar barrial y rústico, lenguaje con el cual me identifico cuando hablo con el corazón, me imaginaba a un chabón que se robó el vino del almacén cuando el bolichero se había ido a dormir la mona y lo llevo al casamiento de esos amigos que no tenían un mango, que no tenían a dónde ir a apolillar, y que le recordaron que él nació en un pesebre entre bostas de burro y heno. No iba a ser tan gil y otario de dejarlo de garpe ahora que se casaban sus amigos. Lo mismo con los panes, lo mismo con los peces. El mismo guachín, que defendió a Magdalena de los diez salames que la apedreaban por puta frente a sus mujeres, pero que se escapaban a comprar el pan y se gastaban el vuelto con ella.
En la época de Cristo y los romanos el milagro era ser bueno, solidario, respetuoso. Cómo lo es hoy en esta sociedad mezquina, egoísta y estúpidamente globalizada.
Hace dos años me tocó conocer a una persona con ELA (esclerosis lateral amniótrofica) una enfermedad cruel y despiadada como un romano, como Herodes. Romanos capaces de crucificar al ladrón de un pan de la misma forma que alguien que promulgaba “ámense los unos a los otros”.
Se llamaba Gustavo. Solo lo vi dos veces. Apenas movía los ojos para comunicarse con su entorno. Una persona que se preocupó por el prójimo sin siquiera poder sonreír. Una persona que ayudó, desde su triste invalidez, al que pudo; que hacía esfuerzos para estar presente. Desde su lugar, se preocupaba por sus enfermeras que lo cuidaban, por sus hermanos, por la tía Olga que se rompió la cadera; por sus amigos, a los que les dejó de souvenir esa pólvora verde que tanto los hacía reír en las reuniones. El quería que lo recuerden así. Entre música y risas.
Para mí último cumpleaños me mandó un mensaje de WhatsApp que lo redactó con el movimiento de sus ojos, con una enfermera de traductora. Ese mensaje decía “te quiero mucho”. Y solo lo había visto una vez.
La segunda fue en su despedida. Quería música, guitarras, festejo. Les dijo que los amaba a sus hijos, a sus padres, a los cuñados, a los sobrinos, a las enfermeras, al médico que lo iba a ayudar a salir de su cárcel vital, de su calvario, de su Vía Crucis de diecisiete años, dónde nunca hubo manto de lino egipcio, ni de piedad por parte de esa enfermedad parida por el mismísimo demonio.
Un hombre que sembró árboles sabiendo que nunca disfrutaría de su sombra, ni del canto de los pájaros que ahí anidarían.
Nos dedicó su amor, incluso a los nuevos, a los que estamos en los bordes de las fotos por las dudas.
Solo lo vi dos veces a Gustavo y no dudo que me alcanzó para ser mejor persona, más agradecido, más humano, menos quejoso.
Me quedaron asados en el tintero y otras canciones por tocar. Seguramente nos juntaremos en un pogo celestial o en un carioca con otros amigos.
Volá alto loco, te fuiste después de un martirio de santo pero sin hojas de palma, pero sin dudas los que quedamos gracias a vos vamos a ser mucho mejores personas después de haberte conocido.
Gracias.Hernán

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