Me levanté como suponen.
Me desperté agotada, como ahogada en llanto.
Todos saben que yo, de casi 33 años, conozco el orden de cada tema en cada disco, y sé todas las letras de pé a pá. Las inéditas también, sí.
Y de algunas hasta me animo a decir muy culisuelta «éste tema habla de esto». Un poco caradura. Sí. También.
Es que Los Redondos me salvaron la vida. La música me salvó. Su música, y otra. Pero sobre todo la suya.
Mi primer tatuaje es el Indio. No él. Pero algo en relación a él y a Los Redonditos. Un dibujo. De Semilla Bucciarelli. Así que indirectamente supe lo que me gustaba del arte plástico por él. Yo diciendo «artista plástico». Toma pa vó… Mi profesora del secundario jamás lo logró.
Mi primer entrada a una librería diciendo «Busco libros de Sartré» fue por el Indio. Lo mismo con Artaud y Rimbaud y muchos más. Llegué a ellos porque el Indio fue guiando mi leer. Como en casi todo. Un día discutí si se decía Sartré con tilde en la e o con acento en la a y me creí mil.
¿Hace falta que hable de política y su influencia? No, no hace falta. Pero Oktubre con K me definen como ser humano. Sobre todo desde el 7 de Oktubre del 2019 (así lo anoté en el cuadrito que pusimos en la puerta del sanatorio; así, con K) día, mes y año en el que nació mi hijo. Octubre es un mes de festejo con C. Y con K es mi mes favorito. Yo ya no puedo vivir sin Oktubre, ya no es novedad.
Y si hablamos de Tino y su llegada al mundo, tengo que contar que ese momento sagrado y mamífero, estuvo musicalizado. Vivir solo cuesta vida, nos dijo el Indio justo en el momento en que mi bebé abandonaba su monoambiente -panza. En ese momento y desde ese momento, transitamos juntos el túnel del amor más ancestral y único que me ha tocado vivir. Ésta fusión emocional mama-bebé sigue siendo acompañada por él. Ese día me enamoré, sin más. Sí. Con el Indio de fondo, como siempre que me enamoré. Pero esta vez es posta, esta vez es para siempre. No le pusimos su nombre porque del Indio me gusta todo, menos como se llama. Perdón. Deberías haberte llamado Tino y serías perfecto.
Así que me desperté, hoy, casi sin aire y agarrando el celular para demostrarme que no, que fue solo una pesadilla horrible y que el Indio está vivito y coleando. Que todavía está escribiendo una frase nueva, de un lugar desconocido hasta el día que ponga play por primera vez a una de sus canciones; canción que me va a llevar a conocer una playa de la costa argentina e ir a tocar las palmas a un hotel viejo y hablar con los locos lindos – literal- del lugar, sobre el mito de su mamá, Chicha, y de un espejo inmenso… y del dormitorio en el que -dicen- durmió quien escribió El Principito. Tengo fotos, sí. Hay muchas versiones del libro, en muchos idiomas, en una mesita de luz. Y los dibujitos del libro en cuadritos. En el viejo hotel Ostende. Vayan. Es re lindo. Y está el piano.
Hago esas locuras que no cuento -parece que cuento todo, pero no, gente… no – y así y todo, no estoy tan loca como para llegar al principio del escenario, prefiero quedarme atrás, tomando algo, preferentemente ferné, y cantando medio desquiciadamente. Salto. Me voy para atrás y para adelante con la espalda y me toco el pecho con algunas canciones. Y no falta en mi el «uh, mira que temón!» cuando arrancaba uno viejito de Los Redo.
Loca para todo, menos para tirarte una zapatilla. O un corpiño. Y menos, que menos, para entrar drogada o borracha y perder de vista cómo jugaste con los colores, las imágenes y las canciones. O tus bailes, Indio. Amo verte bailar. Y sé lo que es un artista conceptual gracias a vos. Yo, que nací en calle de tierra hablo de cosas profundas, porque me tocaste con tu varita. Y todo lo que tocas, lo volvés profundo.
Yo no tengo casi relación con mi papá, pero fue el primero en cantarme tus canciones. Y otras. La música es nuestra mejor amiga.
Y si de padres hablo, también tengo que hablar de vos. Y del llanto de hoy a la mañana. Porque fue eso: sentí que se me moría mi viejo. Como cuando le pasó a algún amigo, ese dolor por perder a alguien que te había marcado a fuego. Siempre temí no sentir eso por la ausencia de mi papá biológico.
Ahora sé que lo voy a sentir el día que prenda la tele y seas esa noticia de mierda. Las fotos que van a subir. Supongo que van a hablar de Walter, de las muchedumbres, de la falopa y los morochos. De tus mensajes amando el peronismo. Y ni pienso ir a la panadería para no discutir con alguna vieja que diga que eras un quilombero al pedo. Porque quilombero sí, pero al pedo no, señora. Seguro usted votó a Macri.
Y quería que lo sepas ahora, aunque sé que probablemente nunca te lleguen estas líneas. El mensaje se lo mando a la tierra, para que te de calorcito cuando te toque estar por ahí.
El día que ya no te tenga, me voy a sentir ahogada, ya lo sé. Y también creo saber el por qué. Supongo que porque para mí sos eso: sos aire. Sos la vida y sos amor, obvio. Nada de esto que siento se logra sin amor.
Muchos años de amor tenemos, aunque vos te estés enterando ahora. Y seguro tenes este poliamor con muchas personas más. Y sos el único al que le acepto una relación poli amorosa, sabelo.
Pero sobre todo sos libertad. Ya se que Sartré dice que es una condena porque nunca vamos a poder ser libres, libres, de todas las libertades. Pero sos lo más cercano que conocí a la libertad que podemos alcanzar, con vos aprendí que es posible siempre estar un paso más cerca de ella.
Y cuando ya tu cuerpo esté mezclándose con la tierra, haciéndose nada, y todo otra vez, yo le voy a recordar al mundo lo que fuiste. Y pienso ¿cómo? Como recién. Cantando, mi compañero y yo, con nuestro hijo, en la cama antes de irnos a dormir.
Siempre lo supe, pero hoy lo confirmé: te voy a extrañar.
El planeta redondo éste que nos toca compartir, es mucho mejor con vos.
Y bueno, acá mi deseo infantil, pero sentido: Indio, ojalá no te vayas nunca. En mi casa, siempre vas a ser inmortal.
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