El polémico personaje desembarcó en Ushuaia con un permiso del Gobierno nacional para hacer un negocio consistente en envasar las “aguas minerales” del Arroyo Esperanza.
Arthur Gilderdale fue autorizado en el año 1900, por el presidente Julio Argentino Roca “a extraer y explotar hielo natural de los ventisqueros de los montes Martial y sus ramificaciones, así como el que se forma en invierno en el Lago Lapataia” y también a construir muelles y un cable carril en la bahía para embarcarlo y transportarlo. Finalmente no hizo nada.
En la historia de Tierra del Fuego, han existido personajes casi desconocidos, pero de llamativa trayectoria. Son aquellos que vinieron con el objetivo de hacer fortuna en el menor tiempo posible y que, en dicho afán, intentaron desarrollar las más singulares empresas.
De Arthur C. Gilderdale no existe mucha información personal. En el libro “Ese ajeno Sur – Un dominio británico de un millón de hectáreas en la Patagonia” de Ramón M. Minieri , encontramos información que indica una transacción por 805.000 ha. de la que participa A. Gilderdale por la parte vendedora de la “Chubut Co Ltd.” de fecha 14 de agosto de 1889, tierras ubicadas al sur de Río Negro y norte de Chubut. Estas tierras habían sido concesionadas por el Gobierno argentino, en forma totalmente gratuita, con el objeto de instalar colonos británicos en la región. Queda claro que este personaje se hallaba entre los beneficiarios. Un decreto del 13 de diciembre de 1895 ubica a Arturo Gilderdale, formando parte de una sociedad de ascendencia inglesa denominada: “Compañía de Tierras Sud Argentina”. A través de este documento algunos de quienes integran este grupo, devuelven a la nación, algunas miles de hectáreas de tierras, respondiendo a un acuerdo que les permitía, de esta manera, obtener el título de propiedad de las restantes. Gilderdale fue uno de los beneficiarios, con fuertes controversias ya que en su caso, las tierras devueltas parece que pertenecían a terceros. Esta información consta en documentos obtenidos en la Legislatura de Río Negro. Según los mismos, Gilderdale disponía de por lo menos 80.000 hectáreas “incluyendo los establecimientos conocidos como “Huenuan” y “Pilcañieu”. Parece ser que compartiendo negocios se encontraban otros miembros de su familia, incluso uno de ellos, Maurice Frank Gilderdale quien contrajo matrimonio con Julia W. Bagley una de las hijas del reconocido fabricante de galletitas y mentor de la hesperidina, don Melville Sewell Bagley. Volviendo a Arthur Gilderdale, a partir del 1900 decide incursionar por tierras fueguinas, con un singular proyecto que consistía en explotar los hielos del Glaciar Martial y del Lago Acigami/ Roca. Uno no puede evitar preguntarse… ¿acaso había hielos en ese lago en dicha época o se trata de una confusión?. En un decreto del 11 de diciembre de 1900, firmado por el presidente Julio Roca, se le concede “el permiso que solicita para extraer y explotar hielo natural de los ventisqueros de los montes Martial y sus ramificaciones, así como el que se forma en invierno sobre el Lago Lapataya”. (Sic) Otro decreto del 28 de agosto de 1901 lo autoriza a construir muelles en Ushuaia y en Lapataia desde los que se podrán embarcar los hielos extraídos. Mediante decreto del 4 de noviembre de 1903 se refuerza la idea autorizándose a Arthur Gilderdale a construir “un cable carril destinado al transporte de dicho producto desde el punto de su extracción hasta la Bahía de Ushuaia, así como la prolongación del mencionado cable en una extensión de trescientos metros de la costa hacia el mar, donde se efectuará la instalación necesaria para las operaciones de embarque”. Y se aclara que esos 300 metros “deberán estar iluminados”. Pero hallamos otro dato muy llamativo, escarbando el Padrón Minero del año 1906, se le concedía a este personaje, la explotación de “aguas minerales” de la Península de Ushuaia (1902). Es de suponer, imposible imaginar otra alternativa, que su idea era envasar las, por entonces, puras y frescas aguas del Arroyo Esperanza que vienen precisamente de los mencionados glaciares. Estos emprendimientos nunca llegaron a concretarse y por cierto el arroyo Esperanza ya no tiene aguas tan puras. |
Escribe: Julio César Lovece