Una patrulla en el fin del mundo

Una patrulla en el fin del mundo

Parte 1 | Héroes anónimos, patriotas desconocidos

La Antártida Argentina forma parte del patrimonio cultural e identitario de cada ciudadano de nuestro país, desde la infancia misma, cuando en las aulas se trabaja con la silueta cónica de un territorio que se sabe lejano, gélido y propio. En concordancia, forman parte del calendario de conmemoraciones fechas como el 22 de febrero, Día de la Antártida o el 21 de junio, en que se alude al Día de la Confraternidad Antártica.
Para ilustrar a nuestros lectores sobre la historia de aquel pedazo de suelo en el que un grupo de civiles y militares a diario ratifican soberanía con su presencia, Diario Prensa Libre invitó al especialista en temas antárticos, docente y militar retirado, Alejandro Bertotto, a compartir sus conocimientos. 

 

Una patrulla en el fin del mundo

El 18 de enero de 1972, 34 hombres, entre militares y civiles, desembarcaron en la Antártida con una misión agotadora: trasladar la carga del rompehielos San Martín hasta la Base Belgrano, a casi cinco kilómetros cuesta arriba.

Días después, el 8 de febrero, ya instalados, dieron inicio a la primera patrulla. El teniente Carlos Fontana, admirador de José Manuel Moneta y de su obra 30 años en Orcadas del Sur, lideró la expedición.

El objetivo era llegar a la Base Sobral, una estación científica desactivada a más de 400 kilómetros al sur. Como en todas las patrullas, debían relevar el camino, cambiar víveres y suministros y realizar mantenimiento de las instalaciones. Sobral, inaugurada en 1965 por el vecino de Ushuaia Gustavo Giró, había sido abandonada en 1968 y probablemente estaba cubierta de hielo. Se preveía una expedición breve, antes del inicio de la noche polar.

Cuatro snowcats fueron alistados: el «Córdoba», «Chaco», «Venado Tuerto» y «Santiago del Estero». El «Chaco» era conducido por Lezchik, acompañado por el sargento ayudante Oscar Kurzmann, un veterano de Base Esperanza y Matienzo. Iniciada la marcha y poco antes de la medianoche, a unos 70 kilómetros de la base, desde el «Santiago del Estero» se dio la voz de alarma: el «Chaco» había desaparecido en una grieta.

Solo se distinguía un agujero oscuro en el hielo, descrito por el jefe de patrulla como «humo de mar» con un olor acre. Desde la superficie, los hombres gritaban desesperados. Lezchik respondió débilmente, clamando por ayuda. A su lado, Kurzmann yacía desarticulado sobre una saliente de la grieta. Su cuerpo estaba muy lastimado e inerte.

Por delante solo les quedaba intentar un rescate que parecía imposible.
(Continuará).


 


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