Vacaciones de invierno en casa

Vacaciones de invierno en casa

Por Juan José Mateo Licenciado en Historia. Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos

 

Juan José Mateo
Licenciado en Historia.
Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos

“Y qué me dicen de esa casa sola que se ve desde un avión.
Quizá en la soledad,
no haya dolor.
De pensar en nada”.
Pensar en nada. León Gieco

Promedia el mes de julio. Para ésta época del año pasado, miles de fueguinos habían emprendido su viaje de vacaciones de invierno aprovechando los intervalos escolares y las promociones turísticas hacia latitudes más calurosas, o simplemente a disfrutar el invierno continental argentino. El plan era visitar familiares o pasear por las grandes capitales del país, disfrutando de la tradicional oferta de entretenimientos y espectáculos que brindan los grandes conglomerados urbanos.
Claro que están los que vacacionaban en la isla y como alguna vez advertimos, no piensan en viajar nunca a ningún lado. Pero lo inédito en todo caso, es que en este invierno de 2020, los fueguinos cruzan miradas en un perfecto aislamiento. Como nunca antes, nadie se fue y son contados con los dedos de una mano los que ingresan a la isla. El coronavirus detuvo el tradicional flujo vacacional y el turismo. Tierra del Fuego es hoy exclusivamente nuestra, como si los vientos del pasado milenio indígena trajeran maldiciones (o bendiciones, de acuerdo con la óptica desde donde se lo mire) presagiadas en rituales celebrados por posesos chamanes, viajeros y cultores de un tiempo mágico, pero no por ello menos real que el que vivimos.

¡Revivan a Doña Rosa! (la necesitamos más que nunca)

Da la sensación que todo lo que había para pensar se pensó durante los primeros meses de la cuarentena. Desde hace un buen tiempo que la gente apenas si puede visualizar un fin de año con sentido común. Con las economías domésticas del sector privado en tímido arranque hacia la cobertura mínima presupuestaria, la nieve y los crudos fríos de los meses de junio y julio encuentran a las instituciones educativas y gran parte de la Administración Pública paradas.
Si el mundo comienza a ponerse en movimiento, mejor no pensar y activarse con él. Ahora bien: ¿Cómo harán las familias que acomodaron sus horarios laborales de acuerdo con la franja escolar en la que acuden sus hijos a los centros educativos? Se está hablando de que las clases comenzarán en forma paulatina pero con pocos alumnos en la modalidad presencial. ¿A quiénes les tocará cursar y quiénes continuarán con la modalidad virtual, estudiando desde sus casas?
Bueno, mejor no pensar y en la medida que se vayan reactivando los rubros, una vez el carro en movimiento, los melones se irán acomodando solos. Y esto debería estar pensándolo “Doña Rosa”, aquel arquetipo de ama de casa utilizado por el periodista Bernardo Neustadt que debía hacer las preguntas más obvias, los cuestionamientos inmediatos que haría cualquier persona que no concebía más allá del día a día en los tiempos de la Dictadura y la transición democrática. Nótese que las “preguntas” simplonas y básicas le correspondían, según Neustadt, a una mujer. Otros tiempos, épocas donde la igualdad de género no se encontraba en la agenda de las reivindicaciones sociales.
Hoy podríamos reemplazar a Doña Rosa por “Don Enrique” (uno de los tantos nombres que entraron en desuso) y nadie notaría la diferencia. Pero hace cuarenta años si alguien hacía preguntas ingenuas, debía ser una mujer. Por suerte los tiempos han cambiado.
Lo cierto es que hoy, en el contexto en el que estamos, las preguntas de Doña Rosa son quizá las más difíciles de responder. ¿Cómo abandonar la anormalidad? ¿Cómo conciliar este momento cero entre el huevo y la gallina? Porque son justamente las preguntas de Doña Rosa, las más obvias, las que hay que empezar a responder para darle certidumbre a la gente.

Pensar en nada

Retornemos a la cuestión de las vacaciones en casa. Vacaciones sin viajes en avión ni automóvil. Nadie desea salir de la isla en estas condiciones. Tampoco nadie desea recibirnos allende el Estrecho de Magallanes. El sentimiento es mutuo en estos tiempos de barbijos y sonrisas ocultas.
En marzo y abril nos preparamos para lo peor. En Ushuaia habían ingresado en la temporada turística del verano miles de chinos y europeos trayendo la peste bíblica del coronavirus. Hoy si no era por el barco infectado que atracó en el puerto de Ushuaia, transitábamos el segundo mes sin presencia de nuevos casos. La cosa no se ve tan mal después de todo. No con respecto a la faceta local de la pandemia.
En situaciones normales, las vacaciones de invierno hubieran sido la oportunidad para visitar a aquel hijo que está estudiando en el norte una carrera universitaria. Cuantiosas habrán sido las gestiones de muchas familias para traer a los estudiantes que se encuentran fuera de la provincia. Mejor ni pensar en aquellos que por cuestiones de salud, realizaban viajes periódicos al norte.
Por lo demás, estas vacaciones en casa quizás puedan servirnos para conocer los lugares obvios que muchos sabemos que se encuentran en nuestra propia provincia pero nunca visitamos. Tomando los recaudos del caso, en un radio de 200km tenemos maravillas de la arquitectura natural imposibles de ser concebidas sino en la idea de la creación. Cuesta concebir la riqueza paisajística fueguina desde la simple contingencia del azar. Estamos obligados a creer que una inteligencia bondadosa y universal pintó en el lienzo de la historia natural la riqueza de la geografía isleña.
En esa geografía también estamos nosotros. La gente. Los que habitamos y construimos el espacio. Todo territorio es una construcción social. La humanidad es una razón genealógica potente que produce sentidos. Esa carga sentimental delimita pensamientos en forma de representaciones. El arraigo se logra esquematizando mentalidades. Estas vacaciones en casa quizá puedan tener algo de aquel presagio milenario que mencionábamos en el inicio de esta nota.
A veces mejor pensar en nada y dejarse influir por las fuerzas naturales del paisaje. Qué mayor regocijo que sentir la paz de la quietud, de pisar tierra firme o deslizarse en un juego de coordinación por las aceras glaciarizadas. De pisar el Río Grande congelado, de visitar las costas del Lago Fagnano, de mirar desde el puerto de Ushuaia el Canal Beagle o el sol del atardecer ocultándose en la diagonal cordillera andina.
Eso y mucho más. De pensar en aquella casa sola que se ve desde un avión. Quizá en la soledad no haya dolor. O bien pasar las vacaciones en casa, como nunca las pasamos. Pensando en nada. Al fin y al cabo, la isla después de mucho tiempo, es otra vez completamente nuestra. Disfrutémosla entonces, porque para bien (o para mal), no hay otra cosa para hacer.


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