Reflexiones en cuarentena
Desde hace unas semanas, con el movimiento festivo de fin de año y el inicio del receso vacacional, se empezó a correr el rumor de un posible nuevo confinamiento tras el aumento de casos de COVID-19.
Si bien algunos sectores de la Administración Pública salieron a decir que se descarta un aislamiento estricto como el de marzo, lo cierto es que se espera que desde el gobierno nacional se adopten medidas para evitar un rebrote, tal como está ocurriendo en el hemisferio norte, ahora acechado por el invierno. El pasado 4 de enero, el presidente Alberto Fernández señaló: “El riesgo de que todo vuelva a paralizarse existe”. Unos días después sugirió la limitación de la circulación nocturna en todo el país, la que en Tierra del Fuego rige entre la 01:00 am y las 06:00 am a partir del 11 de enero. Y ahora, la gran pregunta es ¿cómo sigue esto?
A todos nos resulta evidente que en el último tiempo la población desatendió los cuidados en general, y en las zonas turísticas en especial. Hace algunos meses hablábamos de quienes negaban (me refiero a la negación como mecanismo de defensa psíquico) estar transitando una pandemia y en consecuencia, se exponían a riesgos innecesarios; mientras la amplia mayoría aceptaba las disposiciones emitidas por el gobierno nacional y provincial.
Hoy, sin embargo, lo que predomina es la negación. Los contagios siguen multiplicándose, solo que hacemos “como si no pasara nada”; la “vista gorda” como diría mi abuela. Pero hay un pequeño detalle: el virus no se entera de nuestros pensamientos, de nuestras defensas, ¡es un virus!, y entonces, llegan las consecuencias.
El problema es que, entre quienes convocan a despertarnos con la idea de que el virus no existe o dicen que la vacuna es un veneno que nos aplican para manipular nuestros genes (estimado lector: aunque usted no lo crea, todas esas cosas las leí y si revisa las redes sociales, ¡usted también las encontrará!) y en el otro margen, quienes piensan que la pandemia se terminó porque la vacuna empezó a aplicarse, tenemos un punto ciego, que es más bien un agujero negro, en el que nos manejamos con las reglas del “vale todo”.
Saliendo de estas ideas extremas que oscilan entre la paranoia y la negación, si algo tenemos que abandonar es la fantasía de una solución mágica e inmediata. Si bien comenzamos una etapa fundamental como es la vacunación, es un proceso y, como tal, lleva un tiempo en el que vamos a convivir entre avances y rebrotes (posiblemente cada vez más pequeños). Paralelamente, las secuelas que la pandemia dejó, involucran distintas áreas y la recuperación en el ámbito económico, social, psicológico, no se solucionan con una vacuna. Será un lento proceso el de rearmarse.
Ahora bien, uno de los motivos por los cuales sería difícil un aislamiento estricto, es porque se teme que gran parte de la sociedad no lo respete. Las medidas dejaron de tener la adhesión de los primeros momentos y hoy es un desafío intentar renovar el compromiso social, incentivar los cuidados y el respeto. En marzo, con difundir información y apelar al “deber ser” parecía que alcanzaba. Hoy, todos sabemos muy bien cómo protegernos y qué debemos o no debemos hacer. Sin embargo, el resultado no es el mismo.
Hace unos días vi un spot publicitario del gobierno nacional titulado “Practiquemos la cuidadanía”, en el que, mediante el humor, buscaba transmitir una mayor consciencia sobre el cuidado en los más jóvenes, como modo de prevenir la segunda ola de coronavirus. Me pareció una excelente forma de hacer llegar un mensaje desde un lugar diferente a la obligación, que sabemos muchas veces genera resistencias. Creo que hay que seguir buscando estrategias en este sentido para fomentar la responsabilidad, sin caer necesariamente en remarcar un millón de veces todo lo que deberíamos hacer y no hacemos.
Por otra parte, el presidente y otros mandatarios, indicaron a los jóvenes como uno de los sectores que más se descuidan: “… donde tenemos el mayor problema”. Señalar a la población juvenil como responsable, oculta que los adultos hacen lo mismo. Simultáneamente, cualquiera que tiene hijos adolescentes o está en contacto con ellos sabe que la rebeldía u oposición al discurso instituido suele ser una de las características de dicha etapa. No digo esto para justificarlo ni para subestimarlo, sino para revisar cómo deberíamos comunicarnos con los más jóvenes. La “bajada de línea” desde un discurso paternalista y adultocentrista (opción generalmente utilizada) no colabora en este sentido. Tenemos que entender que así como los adolescentes forman parte del problema (¡como todos!), con más razón deben ser parte de la solución. Y con ello me refiero, a incluirlos en los debates, que formen parte de equipos de asesoría; en definitiva, que se les de voz y voto en aquellas cuestiones que les atañen. No digo nada nuevo: el Código Civil y Comercial de la Nación y tratados internacionales con jerarquía constitucional tienen principios que van en la línea de lo que comento.
Terminó el 2020, llegó la vacuna y nos creímos que con eso alcanzaba. Nos contamos el cuentito que queríamos escuchar, pero seguimos en pandemia y tenemos que revisar cómo nos estamos manejando. La ecuación indica que, a mayor responsabilidad social, menor circulación del virus, todos nos beneficiamos. Si invertimos la fórmula… dejo que lo completen ustedes.
Diario Prensa
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